Cita cultural en las Drassanes

La vida íntima de los vikingos

Joyas vikingas, algunas protocristianas, exhibidas en el MMB.

Joyas vikingas, algunas protocristianas, exhibidas en el MMB.

CARLES COLS
BARCELONA

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«El mito moderno que presenta a los vikingos como superhombres rara vez se refleja en sus tumbas». Lo cuenta tal cual el Museu Marítim de Barcelona (MMB) y, como demostración empírica de una afirmación así, que contradice frontalmente lo que la cultura de blockbuster predica, exhibe un cráneo con signos inequívocos de anemia. La cuestión es que el MMB está de enhorabuena porque hoy abre al público una internacionalmente premiada exposición (viene de Edimburgo y Sídney y viajará después a Canadá y EEUU) que, bajo el escueto título de Vikingos, repasa sobre todo cómo eran en la intimidad los miembros de aquella sociedad y no tanto sus sonadas andanzas.

Las antiguas atarazanas de la ciudad son sin duda el mejor lugar para mostrar más de 400 piezas originales que atesora el Museo de Historia de Estocolmo sobre un pueblo conocido en especial por su faceta marinera y que solo en ocasiones muy especiales salen de gira fuera de Escandinavia. Piedras sepulcrales con inscripciones rúnicas, joyas, peines (parece que eran más coquetos de lo que los historiadores árabes dejaron escrito), empuñaduras de espadas, copas de cristal importadas hace más de 1.000 años de latitudes más meridionales...

FALSAS CREENCIAS / Son los norroenar menn, los hombres del norte como nunca antes por aquí habían sido presentados en sociedad, un viaje fascinante a la era vikinga, un periodo que por pura convención entre historiadores se considera que comenzó en junio del año 793, con el saqueo de una abadía benedictina en la costa inglesa, y terminó en el 1050, con la cristianización de Islandia. Lo que el MMB muestra por 12 euros (24 es el precio por familia) es una inmersión en aquella época, pero en lo cotidiano, sin urgencias por repasar la lista de los grandes héroes vikingos, a pesar de que hay ahí una fuente inagotable de aventuras, como la de Harald Sigurdson, que después de servir como militar de élite en Bizancio regresó a casa y fue rey de Noruega.

A la exposición hay que ir dispuesto a renunciar a falsas creencias. A eso se le dedican incluso algunos paneles. La principal es la de los cascos con cuernos, que jamás existieron. La culpa es del figurinista de la primera representación que en 1876 se hizo de la ópera El anillo del nibelungo, que le encasquetó al malvado Hunding un casco cornúpeta. Ahí comenzó un desvarío que se ha prolongado hasta la actualidad. Los vikingos lucían cuernos en Asterix y los normandos («por Thor, por Odín, por favor...», qué gran chiste) y también en Vickie el vikingo. El caso es que por desconocida, aquella cultura ha dado pie a todo tipo de tergiversaciones, tal vez el clímax de las cuales sea el reciclaje del dios Thor en un personaje de la factoría Marvel.

Lo cierto, no obstante, es que la imagen distorsionada de los vikingos viene de lejos. «No se lavan después de hacer sus necesidades y no se lavan las manos después de comer. Son como asnos que han perdido el norte». Esto lo escribió en el año 921 Ibn Fadlan, quien cuando remontaba el Volga en misión diplomática procedente de Bagdad se topó con una expedición vikinga que, al parecer, le dejó realmente épaté. Como no pudo alcanzar su destino, volvió a palacio y redactó dos cartas en las que se excusaba por haberle fallado al califa y le echaba la culpa a los vikingos. Puede que exagerara un poco, porque la exposición revela un cierto buen gusto por las joyas por parte de los vikingos y desmiente incluso que comieran con las manos. Además, en sueco antiguo el sábado era conocido como lögardagen, nada menos que el día de lavarse. Algo es algo. Su aspecto, con todo, seguro que era feroz si se da por bueno, como añadió Ibn Fadlan, que iban tatuados «desde las uñas al cuello».

Las vitrinas dedicadas a la ornamentación merecen una especial atención por un detalle fascinante. En los primeros años de la era vikinga, los hombre de la cultura norse eran unos politeístas con extraordinarias historias que contar con una cerveza en la mano. Ahí está, por ejemplo, el mito de las valquirias, que en el campo de batalla seleccionaban por encargo de Odín a los guerreros que merecían ir al paradisíaco Valhalla. Las joyas de esa primera etapa son, así, muy fieles a las tradiciones locales, pero poco a poco el cristianismo caló en los países nórdicos y los colgantes y amuletos comenzaron a incorporar iconografía  del monoteísmo entonces en alza. La mixtura es sorprendente.

NAVEGAR POR TIERRA / Pero una exposición sobre los vikingos se queda coja si no dedica un espacio a su imagen más icónica, el drakkar, el polivalente barco con el que navegaron desde América a Tierra Santa y con el que remontaron los ríos de Europa hasta más allá de lo imaginable, pues era tan versátil que, si era necesario, se alzaba a pulso y se transportaba por tierra. Vamos, una chalupa que muy bien le hubiera ido a Fitzcarraldo.

De tierras escandinavas no ha viajado hasta Barcelona ningún anciano drakkar, pero se ha construido uno para la ocasión siguiendo al pie de la letra todas las técnicas que la arqueología ha permitido descubrir. Ha sido instalado dentro de las Drassanes junto a la barquita de pescadores Patapum. No abulta mucho más que ella. Sorprende su minimalista calado, apenas 57 centímetros. En la exposición hay un juego interactivo que permite descubrir cuánto esfuerzo conllevaba su construcción: 23 robles, 50 pinos, 600 colas de caballo, 200 kilos de lana de oveja... El paso del tiempo siempre es curioso.  Hoy en día, la tapicería de los lujosos Rolls Royce se elabora con vacas escandinavas porque pacen sin apenas insectos ni alambres de espino y ofrecen así un cuero impoluto. Se emplean 12 vacas por coche.