Análisis

Que la avaricia no rompa el saco

Una tienda disponible en la Diagonal.

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RAIMON MARTÍNEZ FRAILE

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En un país como el nuestro en el que todo el mundo se tilda de liberal, las actitudes intervencionistas son las que más predominan en nuestros cánones de convivencia llamados normalmente leyes. De esa manera  hemos llegado a la actual situación en la que es necesario revisar los sistemas de alquileres de los locales comerciales. A lo largo de tres décadas diversas intervenciones quisieron poner puertas al campo y ahora nos encontramos ante el dilema del cumplimiento estricto de la norma. En el peor momento, en medio de la crisis de nuestra economía con más funestas consecuencias sociales y sin perspectivas, a pesar de la propaganda oficial de que en poco tiempo empezaremos a salir del túnel. Durante estas décadas han ido proponiéndose diversas fórmulas (Boyer,1985 / Borrell,1994 / Rato, 2003) que pusieron paliativos a una situación insostenible y única en Europa: la regulación estricta del sistema de alquiler de locales comerciales.

Dicen que el sistema anglosajón es el que mejor garantiza un cierto bienestar y seguridad ciudadana: sistema de alquiler, no de propiedad. Y  revisiones periódicas para ajustarlo al mercado. Es posible. Como mínimo no crea incertidumbres de futuro. Pero la realidad es que hoy nos encontramos con un grave problema: la actualización de los precios de alquiler de locales comerciales pone en una situación de indefensión y de insolvencia a muchos pequeños comercios. Existen también los graNdes que seguramente tendrán sus problemas, pero como decía Galbraith: «Cuando un banco te deja un millón de pesetas tienes un problema, cuando te deja mil millones el problema es del banco».

En el mismo momento el que se implementan las normas de libre contratación de espacios comerciales en alquiler estamos sufriendo una crisis económica que hace inviables muchas actividades económicas comerciales que perviven gracias a esos alquileres muy bajos que soportan las propiedades. ¿Quién tiene razón? ¿A quién se la podemos dar? Pero sobre todo, ¿quién tendrá criterio para entender que no es el momento más oportuno para aplicar estrictamente las normas y por tanto ser capaz de crear una relación de diálogo que permita resolver los problemas.

Es cierto que algunas propiedades han visto como la gallina de los huevos de oro pasaba por delante de su casa sin poder atraparla. También es cierto que determinados negocios solo podían sobrevivir gracias al regalo de alquileres totalmente  fuera de mercado. El problema hoy es que el nivel de anuncios de Se alquila / Se vende en nuestras calles forma parte del tejido urbano. No se trata por tanto de crear nuevas normas, pero a lo mejor sí se trata de ofrecer desde el poder municipal sistemas de mediación a través de acuerdos que no incrementen ese paisaje urbano de la desaparición de negocios. Como en todas partes habrá energúmenos dispuestos a no pactar nada, por una parte (propiedad) y por la otra parte (arrendatarios), pero solo el crear estructuras cívicas de diálogo hará posible que  disminuya ese número de energúmenos. Si no dejaremos que reine la ley de la selva. Y en esa ley no escrita es posible que en más de un caso la avaricia rompa el saco.

Porque una vez vacíos los locales no habrá nuevos clientes para ocupar los disponibles. Porque no todo es paseo de Gàacia, ni Rambla Catalunya, ni Portal  de l'Angel y muchos propietarios que se están frotando las manos se pueden encontrar meses después con el cartel de Se alquila a la puerta de su establecimiento. Porque también para esos siete destinos de oro que encuadraba EL PERIÓDICO puede ser que la nueva demanda de precio se encuentre con problemas para su recolocación. Los brotes verdes aparecen y desaparecen a velocidad meteórica en nuestra actual situación económica.