Radiografía de un sector clave (y 2)

Los efectos de la 'selección natural'

«La Rambla es más segura que nunca y no hay barceloneses» «No pagamos alquiler, cierto, pero la Boqueria nos perjudica» «Hagan fotografías pero, por favor, no me toquen el pescado» El cierre de un videoclub icónico no dio paso a un negocio nuevo_MEDI

«La Rambla es más segura que nunca y no hay barceloneses» «No pagamos alquiler, cierto, pero la Boqueria nos perjudica» «Hagan fotografías pero, por favor, no me toquen el pescado» El cierre de un videoclub icónico no dio paso a un negocio nuevo_MEDI

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LA PAPAYA VERDE

LA VÍCTIMA INÚTIL

El cierre de un videoclub icónico no dio paso a un negocio nuevo

El verano del 2013, sin previo aviso a los clientes, Dina Obeso cerró uno de los videoclubs más personales de Barcelona, la Papaya Verde. «Dina le dijo una vez a mi hijo que ¡basta ya! de ver Torrente, que explorara fronteras cinematográficas más interesantes. Era como una segunda madre». Lo cuenta una de las vecinas de la esquina de Magdalenes y Julià Portet. El éxito comercial de Magdalenes animó al dueño del inmueble a proponer una subida del alquiler que la Papaya Verde no podía asumir. Soñó despierto. Allí se puede ver uno de los efectos más perversos de la ley de arrendamientos urbanos. Tantos han sido los años en los que los alquileres han estado congelados que ahora es difícil determinar en algunas calles cuál debería ser un precio razonables. Desde agosto del 2013, el local permanece cerrado.

LA BOQUERIA

EL MERCADO BIPOLAR

“Hagan fotografías pero, por favor, no me toquen el pescado”

Las tiendas de la Boqueria son concesiones adjudicadas en la mayoría de los casos en 1964. Caducan en el 2063. La renta mensual difícilmente descuadra los libros de contabilidad. La suma del alquiler, la recogida de basuras, la luz y el agua raramente sobrepasa los 200 euros al mes. Es un negocio muy esclavo, cierto, pero rentable. Especialmente de un tiempo a esta parte para los comerciantes que han reorientado sus productos hasta reciclarlos como suvenires consumibles. Pero no todos han cedido ante esa tentación, lo cual ha desencadenado un clima de división de opiniones. Las pescaderías son las grandes damnificadas por la pérdida de público local. Ningún turista se lleva un besugo a casa. «Hagan fotos, pero no me toquen el pescado», grita una de las dependientas que prefiere no dar su nombre por no discutir más.

LA ITALIANA

EL NEGOCIO CENTENARIO

“No pagamos alquiler, cierto, pero la Boqueria nos perjudica”

Cien años cumplirá este 2014 La Italiana, un colmado de la calle de Bonsuccès que resiste, codo con codo con el también añejo Bar Castells, la progresiva turistificación de los bajos comerciales del barrio del Raval. «Lo peor para nosotros, no obstante, ha sido la transformación de la Boqueria en un atractivo turístico y el hecho de que muchas paradahayan reorientado su negocio hacia los forasteros», lamenta Carla Rivali, la dueña. Como el Nuria, La Italiana no sufre la burbuja de los alquileres. El local es de propiedad. Pero sin clientes no hay negocio. La Boqueria formaba parte de una ruta periódica de muchos barceloneses que se ha perdido. Iban al mercado de la Rambla y, antes o después, pasaban por calles como Bonsuccès. Ese ecosistema está hoy altamente contaminado y no hay hoy por hoy ninguna operación de rescate.

NURIA

LA RECONQUISTA DE LA RAMBLA

“La Rambla es más segura que nunca y no hay barceloneses”

Marcel Cortadellas y Montse Vila (en la foto), como dueños del negocio, han decorado el nuevo Nuria con ilustraciones de Ferreres, Nazario, Batllori, Nebreda... Así no se llama la atención del turista, sino del público local. Pero hay una forma más eficaz: los precios. Mucho se ha escrito de las cañas a cuatro euros y los cafés a tres en algunas terrazas del centro de la ciudad. «Hemos confeccionado una carta para consumiciones en la barra, de modo que por una copa y una tapa siempre se le devuelva cambio al cliente si paga con un billete de cinco euros», explica Cortadellas. El Nuria, obviamente, no es una oenegé, pero los dueños se resisten a aceptar que cuando más segura es la Rambla gracias a la eficacia policial, menos barceloneses la disfruten. «Tenemos que conseguir que las familias vuelvan a pasear por la Rambla».