CRÓNICAS ZOOLÓGICAS

El sexador de dragones

El quirófano 8Hugo Fernández, el pasado jueves, toma las constantes vitales a una cría de dragón de Komodo antes de la laparoscopia.

El quirófano 8Hugo Fernández, el pasado jueves, toma las constantes vitales a una cría de dragón de Komodo antes de la laparoscopia.

Carles Cols

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Los barceloneses no tendrán el placer de conocer a Petr Velensky y los más afortunados, de estrechar su mano e intercambiar tarjetas profesionales, porque la suya es para coleccionarla. Velensky es el sexador de dragones de Komodo del Zoo de Praga. Desde luego no es un trabajo común. «Hola, soy sexador de dragones…» Cinco palabras y uno debe ser el centro de atención de toda fiesta. Ciertamente, la demanda tampoco es muy alta, pero el Zoo de Barcelona esperaba su visita porque desde el 20 de noviembre del 2012 tiene una camada de 12 de esas fascinantes bestias que han crecido durante el 2013 a dieta de ratones y polluelos hasta dimensiones que ya asustan y, a estas alturas, no se sabe aún cuántos son machos y cuántos hembras. Total, que el Zoo de Barcelona ha decidido lanzarse a la aventura de sexar y, además, con el propósito de llegar a la cima de este ochomil de la biología por una arista inexplorada por Velensky, menos romántica pero más eficaz.

El especialista de Praga acumula tanta experiencia en la cría de esta insólita especie asiática (ha visto eclosionar unos 40 huevos, aproximadamente) que ha terminado por ser capaz de distinguir a las dragonas de los dragones (algo obviamente necesario si el propósito algún día es aparearlos) a través solo de su fisonomía. Ellas tienen unas facciones más estilizadas. También la cola parece que tiene una estructura casi imperceptiblemente distinta. No hay genitales al aire. Esa es la dificultad. Con esos mimbres, es comprensible que la 'formula Velensky' tenga un ligero margen de error. El Zoo de Barcelona quiere que sea cero.

Manuel Aresté, responsable de los reptiles en el parque zoológico de la Ciutadella, anda estos días más excitado que Guntur cuando montó a Asmara, que para quien no lo recuerde son la pareja protagonista de aquella inolvidable cópula de aires prehistóricos que tuvo lugar en Barcelona el 11 de abril del 2012 y en la que se gestó la prole de 12 ejemplares que ahora se estudian para saber si son Víctor o Victoria.

Aresté ha hecho una quiniela tras leer las enseñanzas de Velensky («no sé, este parece una hembra, ¿tú qué opinas?», pregunta), pero ha decidido que es mejor salir de dudas de un modo más seguro: en el quirófano de los veterinarios. Ahí trabajan estos días, bajo la mirada expectante del jefe de la colección, Vanesa Almagro y Hugo Fernández. Cuando los 12 dragones hayan pasado por la mesa, (el jueves llevaban cuatro) serán sin duda expertos en la materia, tanto que su experiencia será difundida por canales científicos al resto de zoológicos de Europa.

La cuestión es, ¿cuál es la receta barcelonesa para determinar el sexo de un dragón de Komodo? Una primera opción, descartada, fue realizar una extracción de sangre, pero no hay en España ningún laboratorio capaz de asumir una analítica de esas características. Normal. La alternativa final adoptada fue echar mano de la técnica de la laparoscopia, es decir, hacer una pequeña incisión en la dura piel de la cadera del animal e introducir una cámara minúscula. Con el convencimiento de que nadie intentará hacer esto en casa, ahí va lo que hay que saber para sexar un Komodo.

Hay que avanzar con la cámara en busca de los riñones. Están más o menos ahí donde uno buscaría en primer lugar. Hay que llegar hasta ellos porque los testículos del macho, de un color amarillo muy poco apetitoso, están escondidos justo detrás, es decir, donde nadie imagina que estarían. No vale la pena avanzar más hasta buscar el extraño hemipene de los dragones de Komodo, situado cerca de la cloaca. Con los testículos basta.

Las hembras son más difíciles. Tras los riñones hay que buscar los ovarios. Parecen un rosario, una comparación tal vez inapropiada si se recuerda lo poco piadosa que es esta bestia en libertad con sus presas, humanos incluidos, allá en unas pocas islas de Indonesia. Pero ni siquiera hay que ir tan lejos. Lo primero que hizo el ejemplar número tres nada más despertar de la anestesia fue morder a Almagro, la veterinaria. Son dragones de Komodo. Son así. Son una especie que cotiza al alza en los zoológicos de todo el mundo. El hombre blanco los conoce desde hace solo 87 años. Así, no es extraño que sean varias las ciudades que han preguntado por los hijos de Guntur y Asmara. Madrid quiere tres. Roma también desea tener algunos. «Nos han llegado solicitudes por carta incluso desde Estados Unidos», explica Aresté. La decisión final deberá tomarla Gerardo García, exbecario del Zoo de Barcelona que, ahora, desde el Zoo de Chester (Inglaterra) dirige la reproducción de esta especie en cautividad. Él es el alcahuete de los dragones. Otra tarjeta digna de ser coleccionada.