Plan de una entidad vinculada a la Iglesia católica

Una travesía por el desierto

Una mujer de 47 años que lleva un año sin subsistir por sus propios medios narra su experiencia

Puertas cerradas 8 Sabine Fernández, usuaria del nuevo servicio de Cáritas, junto a uno de tantos locales vacíos de Barcelona.

Puertas cerradas 8 Sabine Fernández, usuaria del nuevo servicio de Cáritas, junto a uno de tantos locales vacíos de Barcelona.

R. M. S.
BARCELONA

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Los últimos cuatro años de su vida han sido una compleja travesía que no se hubiera imaginado recorriendo. Sabine Fernández, ante todo, deja claro que siempre se ha considerado una persona civilizada. «Nunca me he colado en el metro. Ni siquiera ahora», ejemplifica. Pero las circunstancias le han llevado a okupar unos pisos nuevos de la Generalitat que llevaban años vacíos. Era eso o la calle, dice sin arrepentimientos. Tiene orden de desahucio para el 19 de noviembre, aunque asegura que se irá antes. «Me sigo considerando cívica, pero la situación es la que es. Solo represento un grano de arena en una inmensa playa. Una persona más sin empleo ni recursos. Alguien a quien ayuda una organización y no la Administración», afirma.

Esta mujer, madre de una joven de 24 años independizada, okupa también y en paro, vive gracias a la ayuda que le proporciona Cáritas hace casi un año, entidad a la que llegó tras llamar ya desesperada a la puerta de una parroquia y que ahora también le brinda un curso de ocupación. Tiene el perfil para acceder a este nuevo servicio. Parada de larga duración de 47 años. En los últimos cuatro solo ha trabajado cinco meses a trompicones. Y en precario.

«Siempre he sido sencilla, sin lujos, pero me compraba mi maquillaje bueno, mis botas de marca... Tenía de todo lo que me apetecía porque me llegaba con mi sueldo. Ahora vivo con el cheque de 180 o 200 euros que me va dando cada mes Cáritas, hasta el próximo enero, cuando cobraré otra vez los 400 euros de la RAI (renta activa de inserción)».

A Fernández, a quien Cáritas pagará mientras llega esa ayuda una habitación, se le empezó a desequilibrar su mundo cuando se quedó sin empleo a los 43 años en un departamento de atención al cliente, pocos meses después de haber roto con su pareja. Entonces ya vivía en una habitación, puesto que al separarse dejó la vivienda que compartía al no poder asumir su parte de la hipoteca y renunciar a esa vivienda. «Quedarme en paro fue traumático, aunque cuando pasa no esperas lo que te viene encima. Ves una perspectiva de dos años de paro, tenía una indemnización, algo de dinero por mi parte del piso… Piensas que algo saldrá. Pero se va agotando el paro, los ahorros, te lo vas comiendo todo…» Acabó pidiendo ayuda a la familia, pero las relaciones no eran las óptimas y solo le echaron un cable las amistades.

«Llega un momento que no sabes ni dónde ir con un currículo, y no tienes ni dinero para ir arreglada a una entrevista. Y ya al final no te llega ni para las fotocopias… Es muy duro», relata. Aunque muestra optimismo. Lleva dos semanas cursando una formación en Sant Adrià como auxiliar de ventas que incluye tres semanas de prácticas. «A lo mejor me abre puertas. Yo confío», confiesa. E insiste: «Lo que no acabo de entender es que me tenga que ayudar una oenegé y no la Administración».