La renovada vida del rastro más conocido de la capital catalana

Un mercadillo comercial

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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La Fira de Bellcaire, en su anterior ubicación en la plaza de las Glòries, no era el lugar en el que uno esperaba encontrarse a Luis Bassat, aunque este renombrado publicista fuera,  dato que se desconoce, un asiduo del viejo mercadillo. Su presencia ayer en los pasillos de los nuevos Encants no llamaba la atención. Y es así, relacionando unas cosas con otras, como emergen las diferencias entre el antes y el después, dejando a un lado el techo de mareantes espejos y las vistas aéreas de los dos Poblenou, el moderno del DHub y la torre Agbar y el del solar lleno de furgonetas y rulots de recogida de chatarra. La lonja más heterogénea de Barcelona estrenaba ayer su nueva sede. Pocas conclusiones pueden sacarse de las primeras 12 horas de apertura, aunque sí se manifestaron algunos detalles: los vendedores no están de acuerdo con cerrar a las ocho de la tarde, el entorno es un caramelo para los turistas y la esencia del regateo, los gritos de «¡al euro, al euro!» y las tertulias empequeñecen por la majestuosidad de un entorno de 57 millones de euros y un disgusto de tres meses de espera por culpa de las goteras.

Los Encants no huelen a nuevo. No es por culpa del retraso en cortar la cinta, sino por la ausencia de paredes y el tipo de producto ya veterano que adorna la mayoría de las pequeñas tiendas perfectamente colocadas en hileras y rampas. Tanto compás de espera tuvo un efecto llamada de vértigo, con un lleno absoluto hasta la hora de comer. Los corredores estaban rebosantes de curiosos, pero no de compradores; de turistas con cámara de fotos, pero no con dinero que les quemara en las manos. La zona de restaurantes, seis estilosos chiringuitos que la lógica ubicaría antes en el Born que en los Encants, no daban abasto. Tampoco el aparcamiento, caro como pocos.

El nuevo mercadillo gana una visión cenital insólita hasta ayer, con diferentes alturas que permiten contemplar la zona más auténtica del zoco, la de la bulliciosa venta sobre el suelo, sin que nadie se sienta un suvenir observado. Son también nuevas unas gradas de piedra en las que cualquiera podría sentarse ahí hasta la hora de cenar sin aburrirse.

'NO' AL HORARIO DE GALERÍAS / Es precisamente la jornada de trabajo lo que más recelo genera entre los encantistas. Pilar Borja expone sus coloridas telas de la parada 416 a la 420, y es de las que opina que este lugar, en el que su familia lleva 40 años, «merece y necesita unos horarios de mercadillo y no de galería comercial». En la antigua ubicación, al otro lado de las Glòries, los camiones de recogida entraban a las cinco de la tarde, pero todos solían bajar la persiana sobre las cuatro. Ahora están obligados a mantener la sonrisa y el servicio hasta las ocho de la tarde, lo que vendrían a ser 12 horas trabajando, aunque eso no es lo que más les molesta. «Muchos tenían la vida montada para estar con los niños cuando salen del colegio, pero lo más preocupante es que estamos convencidos de que por la tarde esto será un desierto. Tenemos estatutos de centro comercial», se quejaba. Podrían optar por cerrar antes, pero eso les conllevaría una sanción, y al cuarto 'warning', multa de 1.500 euros. Y si la infracción es grave, a la tercera, adiós puesto.

Su madre, Pilar Montforte, seguía la conversación desde una silla del rincón. «A las siete de la tarde no va a venir ni el gato. Lo de antes sí era vida. Y nos sacábamos un buen dinero. Mira ahora todo esto... Esto ya no es un rastro callejero». Contaba Pilar hija que ya se están recogiendo firmas para que se modifique el horario, pero será el paso de los meses lo que determine si prolongar el tiempo de apertura ha sido una buena idea o un error de planificación.

UN MERCADO AMIGO / Miguel Niubó contemplaba el paso del tranvía desde la terraza del bar La Palmera. Este jubilado de 70 años lleva cuatro décadas callejeando los Encants. Fue comercial de una empresa alemana de construcción, así que su capacidad de regateo se da por supuesta. Es un romántico de las relaciones humanas, y por eso le gusta la Fira de Bellcaire, «porque aquí las personas se ponen a hablar entre ellas sin conocerse de nada». Aseguraba que en estos pasillos se pueden encontrar «cosas muy buenas, no solo baratijas», y consideraba que este mercado «es mucho más que comprar y vender». «Es regatear, buscar pequeñas joyas, crear cercanía, hallar objetos curiosos».

Ayer muchos buscaban a su vendedor de referencia. Hoy ya lo habrán ubicado, y el suflé de la fiebre encantista empezará a bajar. Se empezarán a pulir cosas, como la cristalera que tapará el viento en la zona de bares. Luego vendrá el invierno, que será duro porque el mercado queda elevado a merced de  vientos fríos que no regatean.