TESTIMONIOS DE UNOS DÍAS TRÁGICOS DE 1938

Bombas que destrozaron infancias

Víctimas de los ataques aéreos sobre Barcelona de hace 75 años rememoran los sufrimientos

CRISTINA SAVALL
BARCELONA

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"Llegabas a oír la espoleta de la bomba. Cuando aumentaba el volumen de ese sonido, se te helaba la sangre. ¡Que no vuelva una guerra, que mis hijos y mis nietos jamás vean el suelo de una calle lleno de muertos!". Es el recuerdo de Esperança Piñol, que en diciembre cumplió 89 años. Tenía 14 cuando la infernal tormenta de bombas en Barcelona empezó a caer el 16 de marzo de 1938 y no paró hasta dos días después. De ese horror, el sábado se cumplen 75 años.

El día 17 es una hoja incendiada en el almanaque de Barcelona. La ciudad sufrió sistemáticos bombardeos, especialmente dramáticos en la esquina de la Gran Via y Balmes. Allí, a dos pasos del cine Coliseum, circulaba un camión cargado de trilita que, al ser blanco de una bomba, provocó una detonación gigantesca. Los supervivientes de los ataques de la aviación de Mussolini, el gran aliado de las tropas franquistas, jamás han olvidado los cuerpos sin vida amontonados por el suelo. En total 670 fallecidos en tres días. El mundo, hasta entonces, no había visto una masacre contra la población civil a tal escala.

Con el transcurso de los años, la gente mayor recuerda con más detalle sus vivencias de la niñez. Es el caso de Piñol, enfermera jubilada que aún se acuerda de la cara de pánico de su padre cuando llegó a casa tras presenciar desde la plaza Universitat la explosión cercana al cine Coliseum. "Bombardearon el mercado de Sant Antoni. Mi madre se había ido allí a ver si encontraba algo de comida. Las bombas se iban acercando a casa, en la calle de Lleida. Mi hermana y yo abrazamos a nuestro hermanito y lo cobijamos en una cajonera, protegiéndolo con nuestros cuerpos. Cayó la fachada entera, el edificio se partió en dos", rememora Piñol, cuya familia después sufrió tres agónicos años con el padre encarcelado y amenazado de morir fusilado. "Al final de salvó, pero nunca quiso hablar de ello".

Cinco meses ingresada

Pilarín Lasa perdió su pierna izquierda a causa de la metralla de una bomba que cayó en la calle de Aragó. Acababa de cumplir 16 años. "Sentí un golpe en la pierna. Intenté levantarme y vi que mi pie se quedaba en el suelo separado del cuerpo". Con una hemorragia tremenda, permaneció quieta y estirada sin perder la conciencia esperando que alguien la ayudara. "Mis padres me habían dado céntimos por si encontraba algo de comida camino a la imprenta donde trabajaba. En ningún momento dejé de agarrar el monedero. Lo pienso y no doy crédito". Pasaron minutos antes de que un joven la llevara al Hospital Clínic, "Llegué que no podía ni levantar el brazo. Estuve ingresada cinco meses y medio. Me trataron con mucho cariño, pero la herida se complicó y acabaron cortándome la pierna".

La científica Josefina Castellví apenas tenía 18 meses cuando las sirenas de las fábricas de Sants advertían de la llegada de los aviones. Había un refugio en el sótano de su casa en la Gran Via hacia donde corrió su abuela. "Mi madre, que era valiente, me arropó con una manta rosa, me cogió en brazos y abrió el balcón. Todo estaba a oscuras, solo se veían los focos de dos aviones. Entonces me dijo: «Fíjate bien, tienes que acordarte cuando seas mayor". Cuando se lo comentó pasados 25 años, su madre no podía creerse que no lo hubiera olvidado.

Con 6 años, Manel Cardenya, vivió esos días con mucha tristeza, miseria y hambre. "Vivíamos en las casas de Can Giralt, en la calle de Tànger, que entonces eran de las más altas de la ciudad. Desde la galería presencié a la luz del día los bombardeos sobre la Barceloneta. Es una imagen que no puedo sacar de la cabeza". Cuando los aviones se acercaban su padre lo protegía con colchones bajo una pared maestra.

Maria Desclós vivía al lado del Arc del Triomf. A sus 85 años, relata que cuando sonaban las alarmas, la radio interrumpía las emisiones para decir: "'catalans, al refugi, perill de bombardeig'". Su familia se escondía en los sótanos de una imprenta y después, en el metro. "Mi padre dormía vestido del miedo que tenía".

Arsènia Camarero es hija de guardia civil, por ello vivían en el desaparecido cuartel de Navas de Tolosa. "Mis padres preferían no ir al refugio por si una explosión tapaba la entrada". Lo que no olvida son las largas colas de ese marzo para lograr una barra de pan: "Podían pasar 24 hora".