a pie de calle

Doble vida de una escultura

La escultura 'Lucero herido', ayer, en la playa de Sant Miquel.

La escultura 'Lucero herido', ayer, en la playa de Sant Miquel.

CATALINA GAYÀ

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Una turista jugaba ayer con su hija junto a la escultura de Rebecca Horn en la playa de Sant Miquel, en la Barceloneta. Contaba que es la cuarta vez que visita Barcelona y que la formación de cuatro cubículos oxidados y desencajados, uno sobre otro, le sigue fascinando. «Siempre es diferente». Una chica oriental se acercaba y ofrecía un masaje. Hacía la oferta con voz cansina, sin especificar a quién ni cómo. La mujer rehusaba la propuesta y la chica seguía su camino por una playa vacía, azul invierno y en calma de mañana de jueves. A lo lejos, un surfista intentaba domar las olas, pero una y otra vez se caía al mar.

En la placa oficial de la escultura, la que pusieron en 1992 con motivo de los Juegos Olímpicos, se lee que la pieza lleva por nombre L'estel ferit. En cambio, en uno de los cubos se ve que Rebecca Horn nombró la escultura como Lucero herido, en castellano. A ojos de esa turista que, decía, no deja de fotografiar la pieza cada año y de muchos expertos en arte, esta es una de las obras más interesantes de todas esas esculturas que, en la década de los 90, cambiaron el rostro de Barcelona.

Esta cronista había ido a la orilla del mar buscando esas piezas que llegaron con los Juegos Olímpicos y que hoy, 21 años después, el tiempo y el uso han deteriorado. Hace un año, en la plaza de Pau Vila, de la palabra migjorn, una de las ocho piezas de la escultura Veles i vents, había volado la i. Ayer era un día ventoso y todos los vientos lucían todas sus letras. Era una buena noticia. En el lucero sembrado en la playa no había ni firmas ni dibujos ni cristales rotos. El lucero herido parecía, solo lo parecía, entero, de una pieza.

Sentando en un banco y observando su playa -en la Barceloneta el sentido de la propiedad es palpable en los posesivos-, un vecino se quejaba de que el «tal lucero» se estropea cada 15 días. «Cosas del salitre, de estar en un mal lugar. Muchas veces está apagado», concluía y observaba la escultura con expresión de desagrado. Al cabo de un rato, el vecino se levantaba, decía no querer hablar más ni de vientos ni de luceros ni querer desvelar las razones que lo motivaban a mirar con inquina la escultura inmóvil.

Era otro vecino el que advertía que «esos cubos atraen problemas». «Al anochecer, y alumbre o esté a oscuras, esa cosa es un punto de distribución de drogas», denunciaba.

Lo explicaba y esta cronista recordaba que, hace dos veranos, las peleas se repetían casi a diario cerca de la escultura. Eran peleas de locura urbana. El hombre decía que, a su vera, algunos masajes acaban con final feliz. Pedía anonimato porque en el barrio todos se conocen y porque los ladrones andan siempre cerca de ese monumento. «Los atrae».

De día, el Lucero herido, es el punto de reunión. Pocos saben el nombre, pero «en los cubos» se encuentran amigos, enamorados, citas a ciegas que empezaron en internet. Ayer, cerca de la turista, otra mujer también fotografiaba la escultura. No sabían nada de la doble vida de la escultura, de lo que sucede de noche cuando alumbra. O no.