Gran Barcelona

Una metrópolis donde (casi) nunca pasa nada

La minoría política y la crisis tienen al ayuntamiento barcelonés paralizado

Un enorme cartel municipal anuncia una pequeña obra de jardinería en la plaza de Tetuan.

Un enorme cartel municipal anuncia una pequeña obra de jardinería en la plaza de Tetuan.

JAVIER BELMONTE

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Barcelona tiene un gobierno municipal que gobierna más bien poco, en parte por su minoría rayana en la soledad, en parte porque la crisis no da para más alegrías que las de ir financiando a la Generalitat (y al circuito de Montmeló). Y tiene también la capital catalana un primer partido de la oposición que no se opone casi nada, en parte porque su líder está a precario y cuestionado por quienes mandan en la federación local del Partit dels Socialistes (PSC), en parte porque a los socialistas barceloneses se les acabaron las ideas mucho antes que los votantes. Igualmente tiene Barcelona un segundo partido de la oposición cuya principal actividad parece ser la redacción de comentarios sobre lo que publica la prensa. Así las cosas, ejercer de Pitoniso Pito sobre lo que puede pasar en el 2013 barcelonés es tarea harto complicada.

Sí se puede decir que habrá sectores que funcionarán en la ciudad en el nuevo año. El turismo, el turismo y el turismo, por ejemplo. Y también que a finales de febrero habrá noticia: por una vez, el Mobile World Congress se celebrará sin que sobre él penda una amenaza de huelga en el transporte público, una vez Transportes Metropolitanos de Barcelona (TMB) se haya garantizado, gracias al acuerdo para un adelanto de las pagas extras laminadas por el gobierno de Rajoy, una paz social que cabe pensar durará un par de meses, aunque con TMB nunca se sabe.

La piedra en el zapato

El 22 de mayo del 2010, pocos días después del plebiscito sobre la reforma de la Diagonal que supuso el harakiri político de Jordi Hereu, Xavier Trias declaraba en una entrevista a este diario: «Si no cometemos ningún disparate ganaremos las elecciones en un año». Y Trias no cometió ningún disparate y ganó las elecciones en su tercer intento de hacerse con la alcaldía de Barcelona.

Forzado por la crisis y su minoría

-y ayudado por unas encuestas, municipales o no, de las que sale bien parado sistemáticamente-, el alcalde Trias se ha instalado en una especie de no acción, en una suerte de «no cometamos disparates y nos irá bien». Y si puede, firma la paz con los empleados municipales y hasta les da una gratificación navideña en forma de paga de productividad. O mantiene las políticas sociales, apoyándose cada vez más en el trabajo de entidades no públicas. Más allá de eso, poco que no sea la obsesión por no cometer disparates. O el sistema de prueba y error: «anunciamos algo y, si genera polémica, damos marcha atrás». Y así llegará en mayo del 2013 el equipo de Trias al ecuador de su mandato. Un ejemplo: en teoría, y según anunciaron el concejal del ramo y el propio alcalde, por aquellas fechas los ciclistas deberían haber abandonado las aceras, pero yo no me atrevería a apostar dinero.

¿Hablamos pues del oasis barcelonés? No. Hay una especie de aldea gala, de verso libre, de piedra en el zapato de Trias. Se trata de la flamante Concejalía de Hábitat Urbano (antes, Urbanismo), que va encendiendo fuegos -y derrotas políticas- por casi todos los distritos de la capital: el cajón de Sants, los planes para Glòries, el casco antiguo de Sant Andreu, el nonato barrio Blau@Ictinea, las puertas de Collserola... Algún día los periodistas deberemos hacer un monumento al teniente de alcalde Antoni Vives.