La memoria histórica en la capital catalana

Barcelona condena al turismo de la guerra civil a la clandestinidad

CARLES COLS
BARCELONA

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Berlín tiene el Museo de la Stasi, que exhibe de todo, incluso esos sobrecogedores tarritos en los que la policía de la RDA guardaba prendas con el olor de los sospechosos por si un día sus perros sabuesos tenían que seguir un rastro. Israel está que se sale con la exposición que ha organizado con el material que el Mosad empleó para capturar a Adolf Eichmann, como la jeringuilla con la que le mantuvieron sedado para sacarle con disimulo de Argentina. Del Museo de la Guerra de Londres no puede decirse más una cosa: hay que ir. Barcelona, a su bola como siempre, no tiene ningún museo que retrate los años en los que la ciudad fue la portada de la prensa de más de medio mundo. No. No fueron los Juegos Olímpicos. Fue la guerra civil, un gancho turístico que Barcelona ignora para alegría y estupefacción de personas como Nick Lloyd, un geógrafo de Manchester que se ha reconvertido en uno de los poquísimos guías de la ciudad que organiza rutas por las trepidantes historias que sucedieron en la capital entre 1936 y 1939. Esto es, pues, un relato sobre lo que hace Lloyd para ganarse la vida y lo que no hace Barcelona no se sabe muy bien por qué.

Unos ocho millones de turistas visitan cada año Barcelona. La arquitectura lisérgica de Antoni Gaudí y el gótico local de corta y pega son sin duda las principales atracciones. Pero ocho millones son muchos millones y, entre ellos, como atestigua Lloyd, muchos vienen en busca del eco de las emociones que vivió en la ciudad George Orwell, por ejemplo.Homenaje a Catalunya, una obra tan extraordinaria como molesta, es para esos viajeros poco menos que el mapa del tesoro.

«Esta semana he tenido a un grupo de canadienses el miércoles, y el viernes a unos escandinavos», repasa Lloyd. En fechas anteriores, un poco todo. Exbrigadistas internacionales, hijos y nietos de exbrigadistas internacionales, holandeses, australianos, un par de veces albaneses y, ocasionalmente, catalanes. Lloyd, hay que reconocérselo, se ha montado un buen negocio gracias a la incapacidad de los catalanes de echar la vista atrás sin pelearse. Tras 20 años en la ciudad, ha sacado sus propias conclusiones. «Barcelona solo tendrá un museo sobre la guerra civil si todos las partes interesadas, que son muchas, aceptan que tendrán que ceder en sus puntos de vista», sostiene. Es más o menos lo que intenta hacer Lloyd cada vez que recibe a un grupo. Si los visitantes llegan fascinados por el anarquismo que Orwell retrata en las primeras páginas del libro («por primera vez en mi vida me encontraba en una ciudad donde la clase trabajadora llevaba las riendas... parecía una ciudad en la que las clases adineradas habían dejado de existir»), Lloyd subraya en algún momento del paseo los desmanes del anticlericalismo.

Solo una selección de las portadas que la prensa internacional dedicó a esa cuestión en 1936 merecería ya una sala en exclusiva en ese inexistente museo de la guerra civil.Los rojos crucifican a las monjas, exageró en portada el sensacionalistaDaily Mail.

Barcelona, sin embargo, prefiere conformarse de momento solo con darle unas pocas pinceladas al lienzo de lo que aconteció en sus calles. Se pueden visitar un par de refugios, alguna batería antiaérea, el Fossar de la Pedrera... Efectivamente, en esencia solo recuerdos de la resistencia de la ciudad ante el fascismo y muy poco de cómo la retaguardia terminó por degenerar en un brutal pandemonio. De hecho, el propio Orwell ha sido víctima de ello mucho más allá de lo imaginable. De entrada, en vida tuvo serios problemas para publicarHomenaje a Catalunyaporque los editores de izquierdas consideraban que era una obra inconveniente. Cuando murió en 1950 aún no se habían agotado los 1.500 ejemplares de la primera edición. Después, el libro funcionó con ventas millonarias en todo el mundo, pero en Catalunya no se publicó la versión sin censuras hasta... (un breve suspense no está de más aquí en este párrafo)... el año 2003.

MONUMENTO OPINABLE / Aunque sea solo una casualidad, ese es el año en el que Barcelona demostró hasta dónde está dispuesta a llegar en el recuerdo de su pasado más reciente. No muy lejos, sería la conclusión visto el monumento que se inauguró en abril de ese año en la Gran Via en recuerdo a las víctimas de los bombardeos que sufrió la ciudad durante la guerra. Se titulaEncaix. Está a la altura del interés con el que el Museu d'Història de Catalunya despacha el capítulo dedicado a la guerra civil. Vean, visiten y opinen. Encontrarán el breve repaso sobre esa contienda bélica como un subapartado dedicado al primer tercio del siglo XX tituladoLos años eléctricos.

Así las cosas, Lloyd y poco más es lo que Barcelona ofrece para recordar a pie de calle aquellos novelescos pero reales tiempos en los que el Hotel Continental daba cobijo a «periodistas extranjeros, sospechosos políticos de todas las tendencias, un aviador estadounidenses al servicio del gobierno, varios agentes comunistas -incluido un ruso muy gordo de aspecto siniestro, de quien se decía que era un agente de la OGPU, conocido por el sobrenombre de Charlie Chan y que llevaba al cinto un revólver y una pequeña granada-, algunas familias de españoles acomodados que parecían simpatizar con los fascistas...» o cuando «en una ventana próxima a la penúltima letra O del enorme rótulo del Hotel Colón había una ametralladora capaz de barrer la plaza con mortífera eficacia» para dar caza a los anarquistas durante los convulsos incidentes de mayo de 1937. Son dos fragmentos deHomenaje a Catalunya, sin duda una mirada parcial de todo aquello cuanto ocurrió, pero como mínimo una mirada que, desde el punto de vista turístico, Barcelona, con ocho millones de visitantes al año, se resiste todavía a ofrecer.