a pie de calle

Donde la vida no es una guarida

Un hombre entre cajas de cartón en un inmenso descampado en la calle de Àlaba, ayer.

Un hombre entre cajas de cartón en un inmenso descampado en la calle de Àlaba, ayer.

EDWIN WINKELS

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Las vallas, además de esconder escombros, reflejos del pasado y miserias humanas, inspiran también a los poetas urbanos. En una larga valla en la calle de Àlaba alguien ha escrito: «La vida es una búsqueda y no una guarida», que concuerda bastante más con este lugar que el texto escrito justo a lado por otra mano: «Gracias vida por dejarte disfrutar». Detrás, un hombre mayor, barba canosa, cuerpo corpulento, se dirige a su chabola, construida bajo un inmenso mural lleno de grafitis. «Vuela conmigo», dice una figura angelical posmoderna con una calavera ante sus pechos. El terreno del que dispone el sintecho es inmenso, pero dudo que lo disfrute. Aquí, desde luego, la vida no es una guarida.

Ni lo es para los cientos de chabolistas del Poblenou que se han apoderado de cualquier descampado vallado o nave abandonada, ni tampoco lo es para los vecinos, que no debían imaginarse tener en el año 2012 bajo sus balcones réplicas en miniatura del Somorrostro o La Perona. «Por la noche da respeto, un poco de miedo. Hace poco, los del descampado agredieron a una chica que pasaba por aquí abajo», me cuenta una pareja de profesionales independientes que comparten estudio en la calle de Llull. Prefieren, como muchos vecinos, que no salgan sus nombres. «No decimos que es gente mala, ni tenemos malas experiencias personales con ellos, pero su presencia no da tranquilidad».

La Rambla de los pobres

3 A veces pasa la policía, aunque la mayoría de los altercados se producen en fin de semana, con la gente que está de juerga. Y cuando hace unas semanas se fue la luz en medio Poblenou, nadie paseaba tranquilo por estas manzanas que, en unos cuantos casos, son aún más inquietantes que cuando el barrio era casi exclusivamente industrial. «Con las calles cortadas, pasos estrechos entre vallas y poca luz, de noche no te encuentras seguro aquí», diceRamónen su taller de coches. Por el día, ve pasar delante suyo hombres de todos los rincones del mundo con carritos de supermercado con cartón y chatarra. «Esto parece la Rambla a veces». La Rambla de los pobres, de los que ya no tienen nada, o casi nada. Enfrente de las chabolas de Lull con Pamplona, en la gran manzana de pisos nuevos con un bello jardín interior, aquí oportunamente vallado, algunos vecinos deben preguntarse por qué compraron su piso justo aquí, en un barrio 22@ que prometió modernidad, pero que se ha quedado a medio camino.

El Poblenou es, ahora mismo, un puzzle indescifrable. Naves para derribar ante brillantes edificios de última generación. En Bolívia con Álaba, enfrente de un concesionario de Mercedes y una comisaría de los Mossos, media manzana es desde hace cinco años una república de chatarrereros. «Si nos hacéis una foto, rompo la cámara», nos dice uno. Teme que les van a echar si salen en el periódico. Pero si no los han echado en cinco años... Hasta los pizzeros saben encontrar a los chabolistas para entregar sus pedidos.