a pie de calle

Un lunes al sol a finales de febrero

El paseo marítimo y la playa de Sitges, ayer, abarrotados de domingueros.

El paseo marítimo y la playa de Sitges, ayer, abarrotados de domingueros.

EDWIN
Winkels

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Esta semana, el miércoles, acaba el invierno meteorológico, que es otra cosa que el invierno astronómico, que aguanta hasta el equinoccio del 21 de marzo, y que podría dar tiempo, por ejemplo, a nevadas como las de hace dos años, en pleno mes de marzo. Pero parece improbable, con las imágenes y las sensaciones de este fin de semana. Hasta hace nada, apenas 10 días, nos quejábamos del invierno siberiano. «¿Qué frío, no?» Fuese en la panadería, a las siete y media de la mañana y con el termómetro incluso en el litoral bajo cero, aunque solo un poquito, solo lo suficiente para cubrir con una finísima capa de hielo en el parabrisas del coche. Fuese en el trabajo, en la parada del bus, dejando los niños en el colegio, subido a la bicicleta parado ante el semáforo. «¡Qué frío!» Y solo hablo de aquí, de la costa, del litoral, de una urbe como Barcelona que retiene más el calor de casas y coches e industrias, y no hablo del campo, de la montaña, de lugares abiertos al viento y frío donde bajaban hasta 15 o 20 bajo cero.

Estamos mal acostumbrados, o bien acostumbrados, mejor dicho. Apenas diez días después de retirarse el frío siberiano -en Yakutsk, capital de Saja, Siberia, seguían ayer a 37º bajo cero y sus 270.000 habitantes llevan ya meses así, bajando incluso de los 50º bajo cero- ni nos acordamos de los guantes y las bufandas. Ha llegado este último fin de semana de febrero como preludio a la primavera.

Para los 60.000 asistentes al Mobile World Congress da igual que los conductores de los autobuses de TMB hagan huelga esta semana; con el metro y el taxi funcionando, la única otra cosa que les interesa fuera del recinto de la Fira es el tiempo; con 20 grados y sol, Barcelona tiene esta feria mundial garantizada para muchos años más. París, Londres, Ámsterdam, Bruselas o Berlín suelen llevar por estas fechas semanas de nubes bajas, lluvias finas y una luz de día triste y apagada.

Así que este último domingo de febrero ha sido esa jornada típica para volver a acercarse a la costa, a veces tras meses de ausencia. Miles de personas llenan los paseos marítimos de Castelldefels, Sitges, Calafell, Salou, pero también hacia la Costa Brava. Más de 21 grados en L'Estartit, 22 en Platja d'Aro. Y 23 en el Ebre, 24 en Tarragona. Cientos de los domingueros incluso se atreven a pisar la playa, mojar los pies en el agua. Hay niños totalmente desnudos, haciendo castillos de arena; niños rubios, de un norte donde estos 23º son como un día de verano.

Un vermut anticrisis

3 El país está fatal, la crisis deprime a cualquiera, cada vez más inmigrantes se marchan -incluso europeos atraídos por este clima-, pero el clima mediterráneo aún nos permite disfrutar de alguna alegría, de un vermut en un bar de playa, de una cerveza fresca al mediodía en camiseta. Hoy, para buena parte de los cinco millones de desempleados en España, será otra vez un lunes al sol. Y eso en febrero. Un sol que no consuela, ni da trabajo. Tal vez solo engaña; tanta gente en el paseo de la playa, tanta sonrisa que oculta la dura realidad.