La experiencia de un local veterano

Solario para ver y ser visto

El Sandor, en los años 40.

El Sandor, en los años 40.

CARLOS MÁRQUEZ DANIEL
BARCELONA

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Sentarse en el Sandor da cierto respeto. Sea por la dilatada media de edad, las mesas con mantel y cenicero, los humeantes puros o por el elevado precio que se intuye en el esmerado atuendo de los camareros, lo suyo es preguntarse si uno encaja más allá de lo mucho o poco que apetezca un vermut con patatas y olivas. Pocos lugares como este bar cafetería de la plaza de Francesc Macià han logrado acotar tan bien su público. Y lo ha hecho, en buena parte, gracias a una terraza que se blindó mucho antes de que el tabaco fuera declaradovicio non grato.Un solario tan cerca de la línea del edificio; creando un pasillo estrecho, una pasarela perfecta para mirar. Pero también, igual de importante, para ser mirado.

Para entender el pasado de este velador lo mejor es acompañarse de Daniel Izquierdo. Lleva 33 años aquí y cuenta solo la enésima parte de lo que sabe. Ahí, en la sonriente prudencia, debe residir la clave de su longevidad profesional en la casa. En su memoria están los años en los que el Sandor tenía tres terrazas como la de la foto.«Podría escribir un libro»,sostiene, como advirtiendo de que sus recuerdos bien valdrían una tapa dura. Se acuerda de cuando dentro del local había una mujer«en una caseta que se encargaba de vender tabaco y de atender el teléfono».

El precio del respeto

Daniel evoca las décadas en las que el bar tenía«tres cajas registradoras y 10 camareros detrás de la barra», momentos en los que -con su silencio y su media sonrisa parece corroborarlo- algunas mujeres de vida traviesa colocaban el cruasán en una posición u otra en función de su predisposición a pasar una tarde al margen del guión marital. «Esto ya no es lo que era»,resume. Y le echa la culpa a«estos tiempos en los que se ha perdido un poco el respeto por las cosas».Ante el gesto despistado de quien le escucha, pone un ejemplo:«Aquí no se sentaba cualquiera. Ahora pasa a menudo que alguien coge una mesa, pide algo y luego se escandaliza por el precio». De vueltas al asunto del parroquiano bien seleccionado; el secreto de esta terraza que, aparentemente, lleva tantos años al margen de una legislación de veladores que no permite estructuras rígidas como esta.

El camarero saca una fotografía que guarda en la cocina. Se ve la esquina circular de Francesc Macià repleta de coches antiguos que recuerdan el Chicago de Al Capone. Sobre la acera, entre la Diagonal y Pau Casals, decenas de mesas abigarradas, con mantel blanco y unas sillas similares a las actuales. Abrigos de pieles, peinados verticales, pajaritas... la Barcelona más burguesa pasando un mediodía de domingo a finales de los 40. La imagen regala la razón a Daniel: esto no es lo que era.

«Aquí vendemos sol»

Marcos Zamora es el director del Sandor. Lleva poco más de un año en el cargo y aporta la versión empresarial, necesaria para entender el empuje de una terraza que califica como«la más emblemática de la ciudad».Sin concretar la cifra, asegura que la empresa paga más de 20.000 euros al año por el velador, y admite que cerca del 70% de las ganancias provienen de la zona exterior.«Antes, cuando llovía, la gente entraba dentro. Ahora, con la prohibición del tabaco, simplemente se van».«Aquí vendemos sol»,apostilla Daniel, convencido de que«el buen tiempo es clave para que la cosa funcione».¿Y es legal esta instalación fija y con techo? Apelan al pago anual que realizan -uno de los más elevados de toda Barcelona- y dicen que nunca nadie les ha puesto problemas.

En esa consabida alegalidad seguirá el Sandor. Y en su terraza, seguirán sentándose actores, futbolistas, empresarios, jubilados adinerados, escritores y políticos. Todos, a resguardo del frío; con el sol de cara. Con todo de cara.