Los supervivientes del vermut en la capital catalana

Las bodegas de barrio resisten con orgullo en la Barcelona del diseño

BAR BODEGA MONTSE 3 Situado en el número 5 de Arc de Sant Agustí.

BAR BODEGA MONTSE 3 Situado en el número 5 de Arc de Sant Agustí.

HELENA LÓPEZ
BARCELONA

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Si hay alguien que conoce al dedillo todas las bodegas que sobreviven en la ciudad, ese es el escultorgraciencJosep Lluís Cots, padre del Movimiento de Defensa de las Bodegas de Barrio y autor de un exhaustivo inventario de los bares con más solera de la ciudad. Cots comparte su experiencia con el resto de aficionados al vino a granel y las anchoas -colectivo en espectacular crecimiento- en un blog (http://mededebebe.blogspot.com), que se ha convertido en punto de encuentro virtual de los amantes del vermut, donde comparten recomendaciones de locales que huyen de la Barcelona del diseño y el artificio. Sorprende la cantidad que resisten con toda su esencia -no todo lo que se hace llamar bodega es una auténtica bodega- en la capital catalana: cerca de 40, algunas de ellas con aires nuevos tras la barra que, lejos de acabar con su espíritu original, luchan por mantenerlo.

El joven David Montero es un viajado cocinero, símbolo de esta nueva generación que ha decidido huir de modernidades y apostar, en serio, por conservar la esencia de una bodega de las de verdad, en su caso la Quimet, en la calle de Vic, en Gràcia. «Vi en la puerta un cartel pequeñito de traspaso por jubilación y quedé prendado», explica David, quien lleva el local junto a su hermano, su pareja y su cuñada, en otra clara apuesta por el ambiente familiar. Ha conservado absolutamente todo el mobiliario de la época de Eugeni, el anterior dueño e hijo del mismísimo Quimet, e incluso ha recuperado elementos, como la mítica nevera de madera con tiradores metálicos.

ANCHOAS INSPIRADORAS / «La nevera estaba, pero no funcionaba. Nosotros solo la hemos limpiado y arreglado. Me encanta el ruido que hace cuando la abres. Lo oyes y sabes que estás en una bodega», explica con ilusión, la misma con la que muestra todos los rincones del aprovechadísimo local, donde combina los vermuts a 1,10 y las anchoas -«más emocionantes que la magdalena de Proust», según defiende Cots- para los clientes de toda la vida, con las ostras con cava los fines de semana para nuevos clientes (por 9,50 euros).

La bodega Quimet no es la única que sirve ostras. En la famosa calle del Robador, una de las más conocidas del Raval, al ser un clásico de la prostitución callejera de todos los tiempos, se esconde la bodega del Rubén. «Es fantástica. Barrio chino puro y duro. Es popular por sus ostras, la viagra del pasado. Y es que si las prostitutas de la zona tienen 150 años, los clientes tienen 300, y siempre va bien una ayudita», bromea el autor del blog -tan ingenioso como desordenado-, pendiente de reforma. «Ya he comprado el dominio punto com, y estoy pendiente de pasar el blog a la web, para llegar a más gente», cuenta.

Hay que tener en cuenta algo importante. No cualquier bar donde se sirvan vinos, vermuts, cervezas, patatas fritas, olivas y anchoas es una bodega de barrio. Hay ciertos requisitos que un bar debe cumplir para ser reivindicado por el Movimiento de Defensa de las Bodegas de Barrio, como que conserve el suelo original, con cascadas baldosas hidráulicas, o la barra y las mesas de no menos cascado mármol, o, en su defecto, de fórmicavintage. Obviamente, también son imprescindibles el vermut, las anchoas y el vino a granel, que abuelos y cada vez más jóvenes acuden a comprar con su garrafa reciclada de cinco litros -o hasta de ocho, para que no falte. También es muy valorado, siempre según los criterios del movimiento, que no tengan televisión, por lo de favorecer las relaciones humanas.

RELEVO GENERACIONAL / La bodega Salvat, en la calle de Sagunt, en Sants, cumple casi todos los requisitos, menos el de la tele. El fútbol no perdona. Como la Quimet de Gràcia, también está regentada por jóvenes que han preservado e incluso potenciado la esencia de barrio. Porrones en las mesas, sifones con mucha mili en las estanterías y una pared forrada de recuerdos, que combina una foto de los dueños junto a Quim Monzó con viejos calendarios con fotos al más puro estilo ochentero de exuberantes chicas desnudas. Junto a ellos, barriles de madera con los precios anunciados en carteles amarillentos, que lo increíble es que aparezcan en euros. En sus mesas de fórmica, se cruzan abuelos y jóvenes con aquella naturalidad que solo se da en las bodegas de barrio.

Otro de los imprescindibles en la ruta del vermut es el bar Elkano, en el Poble Sec, definido por Cots como «el imperio de los sentidos», no solo por el imposible abarrotamiento de sus paredes. Merece la pena no dejarse amedrentar por los tricornios y traspasar el umbral. Sus vinos y tapas bien lo valen.