Análisis

25 años de una idea «rompedora de uniformidad»

Ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de 1992.

Ceremonia inaugural de los Juegos Olímpicos de 1992.

XAVIER TRIAS

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En su pregón de las fiestas de la Mercè, Joaquim Maria Puyal quiso acertadamente rendir homenaje a las personas e instituciones que hicieron posible el sueño olímpico de Barcelona. Hoy, cuando hace 25 años del momento de la nominación de Barcelona como sede de los Juegos Olímpicos de 1992, es un buen momento para recordar aquel hito y, como hacía el pregonero de este año, ponerlo en el contexto de una transformación histórica de nuestra ciudad. Puyal lo personificaba todo en el alcalde Pasqual Maragall, pero también en el president Jordi Pujol; en el ministro Narcís Serra y en el presidente del COI, Juan Antonio Samaranch. Sin Samaranch no habríamos tenido Juegos. Él fue el conquistador de los Juegos para Barcelona. En colaboración con el ayuntamiento, supo mover a la sociedad y a personas como Leopoldo Rodés en una alianza que se demostró imbatible.

A Barcelona le cuesta desembarazarse de la idea de que la ciudad crece a golpe de gran acontecimiento. Lo hizo, ciertamente, con las dos exposiciones universales de 1888 y 1929, y lo hizo, sin lugar a dudas, durante la preparación de los JJOO. Pero lo hizo también, como nos recordaba Puyal, con la construcción de la tercera muralla de la ciudad encargada por Pere III el Cerimoniós, que duplicó la superficie de la ciudad; lo hizo también con el derribo de aquellas murallas y la planificación del Eixample de Ildefons Cerdà, y nuevamente se transformó con la construcción de las modernas murallas, las rondas.

Más que grandes eventos, son todos momentos que marcan época, como lo fueron los JJOO, momentos «rompedores de uniformidad». Así lo definió el alcalde Maragall en su discurso sobre el estado de la ciudad de 1987, haciendo referencia a que las crisis económicas a veces se acentúan para las personas, y el conjunto de la sociedad tiene una visión del presente mucho más pesimista de lo que la realidad de los hechos justifica. La idea de los Juegos para romper la uniformidad fue la apuesta de una generación que fue cuajando hasta tomar conciencia de la capacidad de Barcelona para superarse. De otro modo no entenderíamos el estallido de alegría colectiva que vivió Barcelona el 17 de octubre de 1986.

Ilusión y superación

Haciendo este ejercicio de conmemoración de los 25 años de la nominación olímpica, quiero destacar las actitudes que movieron esta ciudad durante los años 80 del siglo pasado. Esta capacidad que tiene nuestra ciudad de superarse y de generar ilusión, y que sabiamente pudimos convertir un momento económico y socialmente muy complicado, en un éxito colectivo del que aún hoy disfruta Barcelona. Unos años marcados por una crisis económica tanto o más fuerte que la actual, con unos índices de desempleo también muy elevados. Durante aquellos años el Ayuntamiento de Barcelona no se quedó de brazos cruzados y adoptó un papel activo en la recuperación económica de la ciudad, que culminó más allá de los Juegos.

Estos días, pensando en el esfuerzo que necesitamos para dar un nuevo impulso a Barcelona, leo con frecuencia las opiniones de expertos, me reúno con mucha gente que me cuenta sus ideas, y llegamos a la conclusión de que nada es nuevo. Las crisis, todas las crisis, ya estaban inventadas antes de esta, y como de las otras que hemos vivido, de esta también saldremos. Pero no nos engañemos, ese momento fue irrepetible. Es cierto, podemos trabajar para elaborar una excelente candidatura para los Juegos de invierno, pero llegado el caso de que en el 2022 Barcelona y los Pirineos vuelvan a ser sede olímpica, lo celebraremos, pero difícilmente será uno de esos momentos «rompedores de uniformidad» para nuestra ciudad.

Barcelona necesita explicarse de nuevo más allá del momento olímpico. Barcelona ya no es aquella ciudad que renacía de sus cenizas tras la larga noche del franquismo, encajada entre la montaña y el mar, el Besòs y el Llobregat. Como decía antes, Barcelona no puede seguir creciendo a golpe de acontecimiento, sino que debe convertirse en una plataforma de acontecimientos permanente, ya sea como sede olímpica o capital mundial de la telefonía móvil. Si hoy día varias voces reclaman un nuevo impulso para Barcelona es para ir más lejos, para recuperar ese liderazgo de ciudad que exigía Puyal. No porque nos hayamos parado, sino para situar a Barcelona en el umbral de las transformaciones del presente y del futuro.

Barcelona necesita explicarse de nuevo, a sí misma y al mundo, como metrópoli global, capital de Catalunya y de la catalanidad. Centro de una megarregión económica del sur de Europa y del Mediterráneo y como puerta europea de Asia. Una Barcelona que rompa de nuevo sus murallas para integrar la naturaleza en la ciudad, una Barcelona metropolitana que se extiende más allá de sus dos ríos. Referente en calidad de vida y bienestar para los ciudadanos. Con una marca de ciudad potente que queremos potenciar aún más para generar más recursos y atraer inversiones, poniendo en valor el talento local y la creatividad. Al menos, para poder disfrutar en el futuro de nuevas oportunidades «rompedoras de uniformidad».