La carretera albergó carreras legales durante más de 60 años

La Arrabassada tuvo un tranvía que fue vía de escape durante la guerra civil

Un vehículo circula por la Arrabassada durante la primera década del siglo XX, cuando el tranvía aún no estaba instalado.

Un vehículo circula por la Arrabassada durante la primera década del siglo XX, cuando el tranvía aún no estaba instalado.

C. M. D.
BARCELONA

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Conocer la historia de la carretera de la Arrabassada ayuda a entender la historia reciente de Barcelona. Construida entre 1868 y 1874, esta vía conectó la ciudad con el Vallès y acercó el Tibidabo al ciudadano. Por sus curvas han subido tartanas, tranvías, autobuses de línea, coches y motos de carreras legales e ilegales, bicicletas..., incluso sirvió como vía de escapatoria durante los bombardeos de la guerra civil. Las obras de la Diputación sobre este mítico vial ponen fin a la Arrabassada del éxodo y la canallesca e inauguran otra etapa, más flemática, más contemporánea y acorde con la ciudad de los peatones y coches tranquilos.

La de la Arrabassada fue la última línea de tranvía de la zona alta que se inauguró en Barcelona. Era el 19 de junio de 1911 y unos convoys comprados de segunda mano en Marsella empezaron a recorrer los siete kilómetros que separan lo que hoy es la plaza de Alfonso Comín y el punto más alto de la carretera, donde estaba el casino, el hotel y el parque de atracciones propiedad de la misma compañía que promovía el tranvía. La dureza de la pendiente fue demasiado para el modelo marsellés, así que Tranvías de Montaña S. A. encargó cuatro coches nuevos modelo Arrabassada de color rojo.

La dictadura de Primo de Rivera y la prohibición de los juegos de azar asestaron un duro golpe a la compañía, que pasó a transportar a domingueros y excursionistas. Su lenta agonía tuvo su momento de honor durante los bombardeos franquistas, ya que mucha gente usó el tranvía para huir de una Barcelona humeante. A finales del 38 dejó de funcionar, pero la instalación no se retiró hasta 1958. Con toda probabilidad, según apunta Albert González, doctor en Geografía y experto en tranvías, debajo del asfalto que hoy se reforma deben reposar los viejos raíles de esa línea que escalaba la montaña a duras penas.

PRUEBA CRONOMETRADA / La primera Carrera en cuesta de la Rabassada se celebró el 11 de junio de 1922 gracias al empeño de la Peña Rhin, creada ocho años antes a base de tertulias deportivas en el bar del mismo nombre que estaba en la plaza de Catalunya. Coches y motos competían sin tráfico en una prueba cronometrada que congregaba en los arcenes a centenares de curiosos y amantes de la velocidad. Julián Márquez asistió a varias carreras en los años 50. Este neurólogo de 67 años vivía cerca de la avenida del Tibidabo y subía con sus amigos para seguir la competición. «Eran coches supertrucados que hacían un ruido de mil demonios. No había barreras ni protecciones, pero la gente no era tonta y se colocaba en la montaña», recuerda. La más cotizada era la curva de lapaella, donde los pilotos podían lucirse de verdad. Uno de esos conductores era Jaume Jordana, el miembro más veterano de la peña Motorista de Barcelona, que cuando no se ocupaba de su negocio de venta de paja y grano estaba encima de una moto. Participó en las carreras de los años 40 y 50 y echa de menos la velocidad. A sus 86 años, considera que es una «lástima» que la Arrabassada ya no sea «un lugar en el que se pueda ir a correr». Dice que la carrera no era peligrosa pero reconoce que no era fácil controlar la moto a tanta velocidad «por aquellas curvas en las que había centenares de personas». «Salíamos incluso en un programa del NODO que se llamabaImágenes»,rememora Márquez.

A lo largo de las 30 ediciones que se celebraron durante medio siglo, corrieron por la Arrabassada pilotos ilustres como Ricardo Fargas, Celso Fernández, Jorge de Bragation, Santi Herreros, Carlos Cardús, Sito Pons o Joan Garriga. También probó su pericia Jaime Alguersuari, padre del joven piloto homónimo que hoy pasea los genes por la fórmula 1.

AL MARGEN DE LA LEY / La última y 30ª carrera se celebró en 1983, cuando la carretera ya se había convertido en lugar de culto entre los que gustaban de plegar sus motos en el tráfico abierto. «Llegó un momento en que la Arrabassada se puso muy peligrosa porque había demasiada gente», cuenta Gregorio García, motorista de toda la vida que en esa época rondaba los 20 años. La Guardia Urbana se dio cuenta de que el tema se les iba de las manos. Empezó a darle vueltas al tema y llegó a la conclusión de que la sanción era la mejor medicina contra la infracción.

Los agentes sancionaban cada fin de semana a unos 300 motoristas, pero de poco servía. «La Guardia Urbana se confiesa impotente para atajar el fenómeno», rezaba un editorial de EL PERIÓDICO del 6 de junio de 1997. «Si no quiere perder la credibilidad –seguía– debe actuar inmediatamente». Más de 12 años después, parece que en ello estamos.