In situ, por JOSEP-MARIA URETA

La ciencia no es ficción

INVESTIGAR En el campus de Psicología de la UB hay un reducido equipo de investigadores que desarrolla proyectos que acabarán siendo pioneros en la mejora del bienestar de los disminuidos.

De izquierda a derecha, Mar González, Mel Slater y Daniel Pérez preparando una experiencia virtual, ayer.

De izquierda a derecha, Mar González, Mel Slater y Daniel Pérez preparando una experiencia virtual, ayer.

JOSEP-MARIA URETA

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Cuesta aceptar que el mundo real y el virtual tengan un espacio para compartir. Y aún es menos previsible que esa conjunción pueda ser uno de los campos de investigación de lo que describimos, sin concreción, como I+D+I, según predican los políticos de toda condición. ¿Hay ejemplos de que eso va en serio? Uno, entre varios, es el que propone un reducido equipo de investigación, 16 personas, en el campus de Psicología de la UB, en los antiguos Hogares Mundet, dirigidos por un científíco de prestigio mundial, Mel Slater. En el 2006 Slater eligió Barcelona para desarrollar sus modelos informáticos sobre el comportamiento de las personas procesado por ordenador y acogido al programa del Govern de captación de científicos de prestigio, el Icrea. Así nació EventLab.

¿De qué va tanto experimento? Lo aplican enseguida a quien lo pregunta. Primera experiencia: casco encajado con pantallas tipo teléfono móvil sobre cada ojo. Suficiente para entrar en la realidad virtual de perder la noción de las manos cuando una pelotita amarilla de espuma –movida por el ingeniero Daniel PérezSEnD consigue que el observador voluntario deje de distinguir entre su propia mano y la que le presenta la virtualidad.

Luego sigue la inmersión total del voluntario, preparada por la informática Mar González: mediante una escafandra preparada para captar la imagen desde 12 cámaras con infrarrojo se siente la pérdida de gravidez, se levita sin dificultad y el propio cuerpo pasa de masculino a femenino sin previo aviso. Al final viene una recreación de lo que puede sentir --sí, sentir, porque los investigadores trabajan en la relación entre sentidos y cerebro-- lo que supone ser un preso en Guantánamo. Los defensores de la tortura supuestamente terapéutica deberían pasar por ese experimento.

Tener en Barcelona a Mel Slater, además de un lujo científico, es una oportunidad de conocer a alguien que con su modestia --que contrasta con el entusiasmo de sus jóvenes colaboradores españoles, griegos, británicos...-- avisa de que su trabajo no va destinado a proveer a la boyante industria del entretenimiento, sino al bienestar de las personas. Experimentar cómo se puede engañar al cerebro con una mano o con el movimiento total del cuerpo –enchufado a un ordenador– apoyará, de inmediato, el tratamiento de quienes han sufrido una amputación. Y a la larga, aprender a conectar el cerebro a un ordenador abre más esperanza a quienes investigan cómo paliar el sufrimiento psíquico.