'Negromeditarráneo'

Marc Pastor, la vampira ha despertado

POR CATALINA GAYÀ
FOTOS: MATTIA INSOLERA

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El día que Marc Pastor recibió la llamada de una mujer que le reveló que lo que él narraba en su libro La Mala dona era la historia que había vivido su abuela, el escritor comprendió que había "exhumado" el recuerdo de la asesina y, lo que es peor, que el fantasma de Enriqueta Martí seguía acechando Barcelona. La historia de la mujer que entre 1909 y 1912 raptó, prostituyó y asesinó a no se sabe cuántos niños del Raval --primero a los hijos de las prostitutas y, más tarde, a cualquier criatura que satisficiera sus necesidades y las de sus clientes, a los que les vendía pócimas elaboradas con la sangre o el tuétano de los pequeños-- está en la memoria, a veces negada, de la ciudad.

En 1912, la historia oficial corrió un tupido y nada piadoso velo sobre el caso de Enriqueta Martí, conocida como la vampira de la calle de Ponent (ahora Joaquin Costa), y los casi 200 destinatarios de esas pócimas nunca pisaron un estrado. Eran la flor y la nata de la ciudad; las víctimas, en cambio, eran los hijos de gente que sobraba en esa Barcelona que se abría a Europa, que se renovaba arquitectónicamente –se abría Via Laietana, se construía el Casino de L’Arrabassada, el mayor de Europa— y que ocultaba la corrupción moral.

Clamor popular

Fue el clamor popular lo que hizo que Enriqueta Martí acabara tras las rejas y muriera misteriosamente un año después en la cárcel de mujeres de Reina Amàlia. Durante meses, las autoridades habían negado la desaparición de niños. Los periódicos de la época, que habían seguido el caso, poco a poco convirtieron la historia de Enriqueta en un eco lejano. La vampira descansaba. En el 2008, Pastor despertaba el espectro de la mala mujer, de la asesina de niños de la calle de Ponent, y mostraba que en realidad Enriqueta seguía enquistada en la memoria de la ciudad.

No se sabe si fue el azar, la necesidad o una fatalidad histórica lo que hizo que Marc Pastor se encontrara con Enriqueta. Pastor, mosso d’esquadra y miembro de la policía científica, seguía las pistas de otra asesina, esta del siglo XXI.

Dos asesinas. Dos mujeres que en dos momentos diferentes convirtieron Barcelona en una ciudad peligrosa. La del siglo XXI se llamaba Remedios y asesinaba ancianos. La del XX se llamaba Enriqueta y mataba niños. Las dos fueron una pesadilla para Pastor. “Cuando miraba a los ojos de una y de otra veía la misma mirada”, confiesa. Enriqueta lo escrutaba con ojos de papel periódico.

Escalofríos

Para reconstruir la historia de la vampira, Pastor pasó muchas horas apostado frente al número 29 de la calle de Joaquin Costa (antes Ponent), donde vivió la asesina, y tuvo más de un escalofrío en la calle de Picalquers, donde la mujer escondía los huesos de sus víctimas.

Han pasado casi 100 años desde que Enriqueta saliera de su casa envuelta en una capa y raptara a los niños prometiéndoles dulces, pero ella sigue ahí. Los abuelos que nacieron en el barrio la guardan en algún rincón de su memoria. “¿Sabe quién era Enriqueta Martí?”. Un no seco es la primera respuesta, luego la vacilación: “¿La vampira?”. Todos recuerdan que alguien --su abuela, su madre, su tía-- les contó un cuento de miedo sobre esa mujer malvada. Algunos hasta hacen el gesto de agarrarse fuerte las manos mientras hablan de ella. Su espíritu ronda por el Raval.

Pastor apostado frente al 29. La mujer que vive en el piso que ocupaba Enriqueta Martí no sabe quién es ese hombre alto, enorme que cada semana está frente a su casa. Lo mira de reojo. ¿Será un loco?. Cuando esa mujer llegó a ese piso de escalera tétrica, la anciana de enfrente le gritaba: “Asesina, asesina”. Ella entrecerraba la ventana para no oírla; no sabía nada de Enriqueta.

En carne propia

Años después la presencia de ese hombre barbudo frente a su casa volvía a ser inquietante. Marc quería vivir en carne propia esa convivencia entre humanos y fantasmas que parecen circular por Joaquin Costa. Pastor regresaba el pasado 5 de febrero al escenario de los delitos.

Frente al número 29 pasa una mujer con su hija. La ha recogido en la guardería y la  aferra con fuerza de la mano; un paquistaní con una carretilla de verduras esquiva un coche con matrícula de diplomático; un skater estadounidense casi tropieza con un yonqui holandés.

La puerta del 29 está cerrada y la escalera, en penumbras. El tiempo ha oxidado los balcones del 44 de la misma calle, donde vivía el amante de la asesina. En la calle de Picalquers, la noche es permanente. Ni el viento puede acabar con el aire podrido. Del Casino de l’Arrabassada, donde Enriqueta pudo haber llevado a varios niños para prostituirlos, solo quedan unas esculturas tenebrosas. Un ocupa y unos perros rabiosos viven ahora en el que fue uno de los lugares más misteriosos de la Barcelona de principios del siglo XX.

A Pastor le esperan algunas cartas en la editorial. En la última que recibió una mujer le explicaba que su suegra era una de las niñas que Enriqueta intentó raptar. “Era una niña rubia, de rizos, y caminaba por la calle de Aragó cuando se le acercó una mujer. Su padre la espantó y ella se salvó. Cuando la cogieron y apareció su foto en los periódicos, explicó que esa era la mujer que se le había acercado”. Esa niña se salvó y lo contó a sus hijos, a su nuera y esta lo explicará a los suyos. El fantasma de Enriqueta sigue rondando por Barcelona.