Rufus Wainwright y Antony dan la vuelta al pop en el FIB

Los dos cantantes triunfan con sus pecularísimos estilos en 'shows' vibrantes

ELOY CARRASCO / BENICÀSSIM

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Como si dos marcianos hubiesen aterrizado en un secarral de Arizona. Así se presentaron ayer en Benicàssim Rufus Wainwright y Antony and the Johnsons, dos maneras distintas de ver e interpretar el pop. Ajenos a los convencionalismos del género, los dos artistas redondearon sendos conciertos imponentes, pese a que el FIB quizá no sea su terreno natural. Rufus (que empezó poco antes de las siete de la tarde, mala hora para el cabaret) se ligó al personal con su riquísimo repertorio bordado con casi una big band y su labia, y remachó con un final apoteósico; Antony, en el lado estético opuesto, regaló su voz sobrenatural, tan bien protegida por los mismos músicos con los que dos días antes había triunfado en el Teatre Grec.

Lo de Rufus tampoco es de este mundo. Salió al escenario como una divinidad, con una camisa roja brillante debajo de un traje indescriptible (mejor vean la foto), y arreó para empezar Release the stars, la canción con la que titula su último disco. Arropado por dos guitarras, bajo, batería, saxo, trompeta y trompa, simpático, parlanchín y activo, el neoyorquino fue cambiando de la guitarra al piano, buscando el favor del público (recordó que una vez en Madrid la gente no supo seguirle con las palmas, y aquí sí), guardó para el final la baza demoledora, el truco con el que provocó el delirio en el escenario Fiberfib, que pareció en llamas a pesar del agua vaporizada que iba cayendo para calmar sofocos (seguramente salvó muchas vidas).

Se fue, dejó a los músicos que fueran goteando su marcha, uno a uno, y cuando el escenario quedó vacío el gran Rufus volvió dentro de un albornoz blanco. Sentado al piano, cantó un Hallelujah de Leonard Cohen sobrecogedor, tras el cual abrió el cabaret: se pintó los labios, se puso unos taconazos y unos pendientes y, en pantis y esmoquin, usó a los chicos de la banda (también de esmoquin) como los bailarines de su delirante musical. Una exhibición, en todos los sentidos.

VOCES DE MUSEO

Más comedido es Antony, que como Rufus posee una voz para darle de comer aparte en el mundo del pop actual. Su show, obligado por las prisas festivaleras, duró una hora, la mitad que el del jueves en Barcelona. El Grec sacó lo mejor del corpulento artista angloamericano. El guirigay del FIB no es lo mismo, pero dio igual: la voz de Antony emerge sobre toda adversidad.