El inquietante y bello universo de Sylvie Guillem y Akram Khan
Ambas estrellas brillan al unísono en la danza 'Sacred monsters'
Cuando el silencio y la oscuridad pusieron el punto final a Sacred monsters, el público, que abarrotaba el Teatre Grec en su función inaugural, se puso en pie y dedicó una cascada de estruendosos aplausos a dos estrellas de la danza, Sylvie Guillem y Akram Khan. Dos artistas de diferentes personalidades que han diseñado un espacio onírico y terrestre donde establecer un diálogo emocional y corporal.
Sylvie Guillem, la encarnación de la disciplina, deja las zapatillas de punta y los tutús para poner su genialidad al servicio de una danza menos exhibicionista que la que le proporcionó la fama de gran estrella. Y en ello radica la sabiduría y la madurez de esta mujer que a los 19 años obtuvo el rango de estrella por dictamen del mítico Nureyev. Guillem no es víctima de su cuerpo, extraordinariamente dotado para la danza. No cae en la trampa de colgarse en los laureles de la fama y recurrir a lo fácil para deslumbrar al gran público. Su inquietud la lleva a trabajar junto al extraordinario Akram Khan, bailarín de kathak, danza tradicional india, que ha sabido hallar un lenguaje entre la tradición sagrada y la contemporaneidad.
DIÁFANO Y ELEGANTE
El montaje escénico juega con la expresión de monstruos sagrados, que sirve tanto para definir a estos iconos de la danza como para que Guillem y Khan expongan, con el movimiento y la palabra, sus ideas entorno a este concepto. Sacred monsters es diáfano, elegante. Su aparente sencillez desecha lo superfluo para llegar a una esencia hipnótica. Todo encaja a la perfección como las piezas de un puzle. Desde los solos de Guillem y Khan, creados por Lin Hwai-Min y Gauri Sharma Tripathi, respectivamente, hasta la música compuesta por Philip Sheppard, interpretada por unos músicos excelentes.
Pero, por encima de todo, destacan sus dúos. Juntos son capaces de crear un universo bello e inquietante, de sugerir una atmósfera mística y desenfadada, de potenciar una energía y una dimensión espacial sagrada. Respiran el movimiento, intercambian impulsos y equilibrios para convertir el detalle en la máxima expresión de un sentimiento.
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