Roger Waters revela 'La cara oculta de la Luna' en Barcelona
El enigma de The dark side of the moon seguirá sin resolverse, pese a las entretenidas teorías que lo vinculan a los fotogramas de El mago de Oz. Pero hagan lo que hagan con su tiempo libre algunos fans, Roger Waters va al grano: anoche, un Palau Sant Jordi, con las entradas agotadas desde hace un mes (18.000 personas), fue un templo consagrado al culto a Pink Floyd durante cerca de tres horas de rock titánico, monumental y con su acento fijado en los años 70. Ahora que la marca Pink Floyd lleva más de una década estancada, es la hora de Waters, autor de la mayor parte del material clásico del grupo británico.
El show de anoche, que lleva un año rodando por todo el mundo, es un homenaje minucioso a su angustioso imaginario plástico, empezando por una primera parte que se abrió con las citas a The wall de In the flesh y Mother. Rock aparatoso, tridimensional, tocado por efectos audiovisuales: tres pantallas de vídeo y aditivos como un cerdo volador políticamente comprometido, que llevaba impresos mensajes como Las religiones nos dividen.
En la primera parte, Waters lanzó dedicatorias al pobre Syd Barrett, el desquiciado primer líder de Pink Floyd, fallecido el año pasado, a través de la pantalla de vídeo en la psicodélica Set the controls of the heart of the sun y la épica Shine on you crazy diamond. De hecho, su espíritu siguió sobrevolando el concierto en Wish you were here (Ojalá estuvieras aquí, dedicada en su día a Barrett), que Waters y su impecable grupo ejecutó con precisión clínica.
GESTO POLÍTICO
Tras unos guiños a The final cut, cayeron dos incursiones solistas, entre ellas la inédita Leaving Beirut, en la que Waters evocó su viaje al Líbano con 17 años, que aprovechó para arremeter contra la política internacional de EEUU. The dark side of the moon dominó por entero una segunda parte técnicamente irreprochable, por la que desfilaron los clásicos Time, Breath, The great gig in the sky, Money... Entre la ambición y la megalomanía, Waters y sus músicos (entre ellos, los guitarristas Andy Fairweather-Low y Snowy White, y la voz de P. P. Arnold) desmenuzaron un tótem del rock que habla de misterios atávicos, miedos, ambición y desequilibrio.
Eclipse marcó al clímax de ese segundo bloque con un prisma suspendido en el aire y despidiendo los colores del arco iris. Para la recta final, Waters viajó a The wall en otra jugada de impacto seguro. Another brick in the wall part 2 fue fulminante, y Confortably numb marcó el punto final entre despliegues de luz y pirotecnia. Pink Floyd ya no existe, pero tiene quien le defiende.
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