Éxtasis colectivo con LCD

La banda neoyorquina de James Murphy arrasó en Razzmatazz y escenificó el gran triunfo del ritmo con su apabullante combinación de guitarras y electrónica

JUAN MANUEL FREIRE / BARCELONA

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Nadie sabe tocar en directo como nosotros. Nadie lo intenta", dijo hace poco en una entrevista James Murphy, cerebro de LCD Soundsystem. La declaración puede sonar a fanfarronada, a otra de esas búsquedas desesperadas de titular llamativo de una estrella del rock al uso. Quienes los vieron presentar Sound of silver en Razzmatazz, el lunes, sabrán que de fanfarronada poco: hoy por hoy, el directo del grupo dance-rock neoyorquino es un espectáculo indescriptible, el triunfo del ritmo, sucesión letal de aventuras en la frontera entre el rock y la música de baile. Pero es que Murphy no es una estrella del rock al uso, sino un señor de 37 años, cerca de los cien kilos (aún no se le nota el jiujitsu), casado y feliz, que tiene la manía de tomarse su trabajo en serio.

Hora de escapar

Así se llama la segunda canción que sonó el lunes: Time to get away. Antes, Murphy y su formación (tres hombres y una mujer sin piedad, entre ellos Al Doyle, el guitarrista de Hot Chip) ya habían sentado las bases con una enorme Us v them que los mostró como máquina perfectamente engrasada. Sudor arriba, sudor abajo. Cosmos, infinito y fiebre.

Cada nueva canción suponía un bofetón sofisticado: la fuerza física unida al matiz, la finura. Daft Punk is playing at my house, North american scum, All my friends (cerca de los primeros U2), Get innocuous! o Tribulations sonaron aun mejor que en disco. El clímax final de Yeah, con Doyle al tambor y el jefe al timbal, fue para plastificar.

En el bis, dos sorpresas. Nada de Losing my edge, que los convirtió en ídolos de la modernidad. Y un cierre atípico, una balada magnífica que invitaba a bailar, pero... pegados: New York I love you but you're bringing me down, con Murphy haciendo las veces de crooner entre Frank Sinatra y Randy Newman. Algún silbido entre el público, que aún no parecía achacar las agujetas, pero también algún mechero. Y al hacerse las luces, la sensación extendida de haber asistido a algo parecido a un éxtasis colectivo. Un hito.