Vibrando con Arctic Monkeys
Llegó al concierto de Arctic Monkeys en Razzmatazz con tiempo de sobra y se encontró con una larguísima cola que daba la vuelta a la manzana o parte de ella ya que el edificio anexo a la discoteca del Poblenou es hoy un solar que se transformará en algo relacionado con el 22@, una empresa tecnológica o un hotel de los muchos que brotan por la ciudad. Quién sabe, quizás algún día dé empleo a alguno de los muchachos que brincaban antes de asaltar la sala donde los Mendetz hacían de teloneros del grupo británico que irrumpió en la jaula de los dinosaurios a través de internet.
¿La cola es para los Arctic Monkeys?, preguntó. Le miraron raro --había aparcado una Vespa casi tan plateada como su cabellera-- y le indicaron que para ver a Medina Azahara el acceso era otro. ¿Medina Azahara? ¿Está vetado el pop veinteañero a los cuarentones? ¿Es distinto que un chaval se ponga a bailar que cincuentones como Bono y Springsteen hagan lo mismo con los hijos de los
abuelos que los vieron nacer? Volvió a sentirse desenfocado como en aquella peli de Woody Allen. La ventaja de sentirse nadie entre 2.000 adolescentes es poder aguzar el oído y enterarse de qué hablan los chavales cuando están solos. ¿De qué hablan? Pues de las mismas tonterías de las que hablábamos hace muchos años esperando a Dr. Feelgood, Wilko
Johnson, Graham Parker o The Del Fuegos. Majaderías para ligarse a una tía, cómo disimular si en la puerta te exigen el carnet de identidad y a cuánto va la reventa. Antes las camisetas pirata las vendía un tío de Badalona. Hoy, las ofertan con acento porteño, igual que el del vendedor de servesas, chicos, servesas que arrastra la mininevera con ruedas. La noche del sábado en Razzmatazz, un yanqui en camiseta doncorleone reclamaba una oportunidad a su música, la que escupía una minicadena sobre la acera. Hace 30 años a lo mejor hacían lo mismo Los Rebeldes a la puerta del Zeleste, hoy Razzmatazz.
Como abuelo del rock, el de la Vespa se colocó bajo los bafles (les llaman altavoces) y disfrutó del ruido. Incluso distinguió I bet you look good on the dancefloor y Fake tales of San Francisco. Algo le hizo intuir que no habría bises y huyó en la moto antes de que el acné complicase el desalojo.
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