ESPANYOL-BARCELONA (0-2)
Lamine Yamal corona el título con un golazo de los suyos
Fermín remata el triunfo sobre un Espanyol crispado que abrió los aspersores para impedir los festejos del nuevo campeón

Lamine Yamal celebra con Balde su gol ante el Espanyol en Cornellà. / Jordi Cotrina


Joan Domènech
Joan DomènechPeriodista
Periodista. Título de Entrenador de fútbol nivel A. Deportista vocacional. Tras retirarme como futbolista, empecé a trabajar en Mundo Deportivo (12 años, 1988-2000). He asistido a cuatro Mundiales y cuatro Eurocopas. Coautor de varios libros. Miembro del colectivo ‘Periodistes Solidaris’ y 'Amics de Johan'.
Lamine Yamal dijo que perdió el miedo en un parque de Mataró, en una frase que le acompañará por siempre, y se lo quitó al Barça. El miedo al éxito, que existe, y se conoce como el Complejo de Jonás. Se lo sacó de encima al grupo el más joven de todos, que lleva toda la vida disputando derbis ante el Espanyol como para arrugarse jugando con los mayores. A su estela se puso a correr Fermín para rematar la victoria y el alirón, celebrado con una ducha de aspersores que activó el Espanyol más para fastidiar que para evitar una invasión de campo.
El desvergonzado adolescente no cometió ninguna heroicidad, porque no es un chaval de brega y camorra que se encare a Romero o desafíe a Cabrera, que fue expulsado por golpearle, rabioso e impotente. Lo que perpetró Lamine Yamal fue una genialidad, que es lo suelen hacer las personas dotadas de un talento superior, con un golazo mediante un tiro parabólico a la escuadra que no por repetido deja de ser menos bello. Un gol característico, de marca propia.
El triplete de Flick
La otra frase acuñada por Lamine Yamal es que marca en los partidos importantes. No ha fallado esta temporada. Lo era el derbi para liquidar la temporada antes de hora y sentenciar el título, aunque al Barça le sobraban puntos ahorrados para gastarlos en caso de emergencia
Su aterciopelada bota izquierda adornó la consumación de un triplete español histórico (Liga, Copa y Supercopa) en un derbi de creciente combustión, que había empezado tenso por un atropello masivo en las afueras del estadio y terminó crispado por la amenaza de que se reeditara un alirón del eterno rival dos años después. La salvación, para el Espanyol no peligra tanto como en 2023, pero sigue en cuestión.
Tres salidas del Espanyol
Lamine Yamal soltó las amarras que tenían al Barça atado a la prudencia. Salió tan precavido, para no verse obligado a hacer otra remontada, aunque sea una de sus especialidades, que no era el Barça conocido. Ese complejo miedoso no evitó que las primeras ocasiones fueran blanquiazules, claras, con tres salidas fáciles desde atrás antes de que Lewandowski diera señales de vida. Tiró fuera, como sus rivales instantes antes.

Gavi, aupado por sus compañeros, al final del encuentro. / Jordi Cotrina
Un Barça muy precavido
El polaco recuperó su sitio por la operación de apendicitis de Ferran Torres en la víspera. Otra novedad forzada fue la de Araujo, que entró por el contusionado Cubarsí, y se juntó con Christensen. Repetía la pareja de Valladolid y la sensación de inseguridad fue la misma. No era culpa de ellos: los demás no ejecutaban correctamente la presión y el Espanyol supo liberarse de ella estupendamente, con pases rápidos hacia el lado contrario, para que entraran los hombres de la segunda línea, no Roberto, el más adelantado.
Estaba más destemplado al comienzo el Barça que el Espanyol, cuyos aficionados -al menos los de Grada Canito- reclamaron y consiguieron que Soto Grado parara el partido. Las fricciones, más habituales como cada año, redujeron aún más el tiempo de juego. No ayudó Frenkie de Jong a dar vivacidad y ritmo con sus conducciones ante un Espanyol muy atrasado. Sólo sucedían cosas cuando intervenía Pedri, y los blanquiazules se esforzaron en desactivarle porque así los demás quedaban neutralizados.

Los jugadores del Barça, bajo el agua de los aspersores. / Jordi Cotrina
Oportunidades que no vuelven
Demasiadas oportunidades desperdició el cuadro local (una de Urko, dos de Puado), y ya no iban a volver, salvo que fuera a tuviera iniciativas para crearlas. No lo hizo hasta que se vio obligado por el marcador, después del golazo de Lamine Yamal, que no había dado señales de vida, hasta entonces. La aparición fue estrepitosa. Demoledora.
Y, sin embargo, apenas alteró el marcador -suficiente para el Barça-, no la actitud del Espanyol. Al Barça le destensó la cara Lamine Yamal, pero el grupo ya se había relajado con Balde y Cubarsí, con más oficio y más ritmo para correr y pasar y devolver al Barça su mejor imagen. La de un campeón en mayúsculas.
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