LAS ELECCIONES DEL BARÇA

La última crónica electoral: Cuando baja el telón (o la lona)

Cuatro meses de campaña han acabado como empezaron: con el triunfo de Laporta, primero en las encuestas y luego en las urnas.

El presidente ha seguido fielmente las directrices de su equipo, alimentándose del calor popular que le han dado desde Madrid a Alcarràs.

Joan Laporta celebra el triunfo en las elecciones a la presidencia en el Auditori.

Joan Laporta celebra el triunfo en las elecciones a la presidencia en el Auditori. / Jordi Cotrina

Joan Domènech

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El 30 de noviembre presentó Joan Laporta su candidatura en el magno escenario del Hospital de Sant Pau. Era el último socio azulgrana en anunciar su participación. Se encontró con todo el camino aplanado, limpio, y sin obstáculos, culminada con éxito la moción de censura, y ni una gota de cansancio. Los ocho rivales ya alineados para la carrera hacia el Camp Nou torcieron el morro. Laporta lo cambiaba todo. Las encuestas le situaban como claro favorito antes de que dijera ni mú. Cuatro meses después nadie le causó ni un rasguño. Ganó arrasando.

Porque dio primero siendo el último. Bajó el domingo el telón de las elecciones 82 días después de que bajara la lona en el edificio de Madrid en el gran impacto de la campaña. Bajó sin nadie del equipo de campaña de Laporta en la ciudad. Aún no habían llegado. Incrédulos todos, aún, porque se hubiera mantenido el secreto sin que ningún inquilino de la finca lo hubiera filtrado.

La gigantesca lona que colgó Laporta junto al Bernabéu.

La gigantesca lona que colgó Laporta junto al Bernabéu. / Afp

La nostalgia que tanto le criticó Víctor Font ha sido una de las principales virtudes del Laporta. Como el sentimiento que desprendían los mensajes. «Me presento porque amo al Barça y a su gente», dijo el primer día, anunciando el posicionamiento que adoptaría: «La situación es parecida a la de 2003, y la experiencia nos ayudará para gestionarlo».

El estrés de Font

 Y esa experiencia de dos campañas electorales previas (2003 y 2015) era una ventaja sobre Font, con menos tablas y que en el penúltimo debate, del martes pasado en el Auditori, llegó al límite del estrés y del retraso. Apareció en el Camp Nou con una moto y el casco que no eran suyos. Los obtuvo de prestado después de llamar a una familiar porque se había quedado atrapado en un atasco en la Ronda de Dalt a 12 minutos de que empezara la charla de los tres finalistas.

Laporta no había trabajado tanto como presumía su colega, pero tenía una campaña diseñada meticulosamente y un grueso argumentario para combatir todos los tiros que le pegaran. Folios y más folios, con flancos débiles y respuestas preparadas. Su retentiva asombró a sus colaboradores. Calcó, recitando literalmente, el texto del último minuto en cada debate.

Un grupo de 'motards' escoltan la oficina móvil de Laporta en Alcarràs.

Un grupo de 'motards' escoltan la oficina móvil de Laporta en Alcarràs. / Albert Armengol

La escolta de los ‘motards’

También alcanzó la última semana apurado por la carga de una agenda «inasumible», según un miembro de su equipo. Sin tiempo ni para echar una partidita al genuino futbolín que presidía la primera estancia de su sede electoral. La mesa de ping-pong, que también se había instalado, fue apartada después de dos accidentes. Eran dos cesiones de un fiel y entusiasta voluntario, como las decenas que aportaron tiempo y dedicación, no solo los de Laporta, sino también los de Font y Freixa. Jóvenes y no tan jóvenes, los del expresidente, compitieron por ver quién recogía más firmas, arañándolas incluso fuera de la zona asignada.

Ramon Tomàs, el amigo de Alcarràs, era quien había conservado la lona, sin un rasguño, cuando fue arriada de Madrid. Y la izó, de nuevo, en la visita de Laporta esta misma semana, mediante dos grúas. Un grupo de moteros, a lomos de sus Harley Davidson, escoltó el autocar de Laporta en la postrera etapa de su regreso triunfal al Camp Nou.