EL PRIMER OBSTÁCULO BARCELONISTA

Ferencváros, pasado común de tres mitos azulgranas

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Frederic Porta

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Hasta que el régimen comunista alteró el mapa del fútbol húngaro, allá por 1949, el Ferencváros era el equipo popular, con marchamo conservador y nacionalista, de las calles de Budapest. Le apelaban cariñosamente 'Fradi' y de él surgieron algunas glorias vinculadas con el tiempo al FC Barcelona. El pasado del club de las 'Águilas verdes' es cuando menos curioso. Allí se estrenó como profesional Lázsló Kubala, aunque sólo jugara una temporada antes de partir hacia la tierra de su eslovaca madre y enrolarse en el Slovan de Bratislava. Con apenas 18 años, Kubala disputó con esos colores 49 partidos en los que firmaría 27 goles. Un registro que superaría con creces su inmediato sucesor, Sándor Kocsis, más tarde 'Cabeza de Oro', el hombre que amó con locura al 'Fradi' por haber nacido en el vecindario de su estadio y se llevó un buen disgusto cuando fue movilizado al recién creado Honved. Dos temporadas después, aparecería en escena el último integrante de este tercero de amigos que acabarían, por fin, juntándose para el fútbol en las filas del Barça, en el recién estrenado Camp Nou. 

El telón de acero causó estragos y los prófugos, al intentar salir, se arriesgaban a pagar la deserción con la vida

El 'telón de acero', así bautizado por Sir Winston Churchill, causó estragos en la Hungría de postguerra, convertida en un satélite de la URSS estalinista. Kubala fue el primero en intuir que su sueño de vivir profesionalmente del fútbol corría peligro si permanecía en su país de origen. O sería 'amateur'  de por vida o le tocaría enrolarse en el ejército para ingresar un sueldo gracias a su habilidad con el balón. Ante tal dilema, Laci optó, como es bien sabido, por una personal tercera vía: Escoger el exilio, no sin antes vivir mil arriesgadas peripecias dado que las fronteras permanecían cerradas a los prófugos, con riesgo de pagar la deserción con su vida. Kubala, por resumir un periplo archiconocido, debutaría en el Barça en 1951, a tiempo de liderar el fantástico equipo de las 'Cinco Copas'. Como si sintiera envidia por su rápido éxito, el que fuera compinche infantil en las travesuras vecinales de Budapest, un tal Ferenc Purzeld -conocido en el fútbol por el apodo de Puskás ('Escopeta')- se embarcaría en el liderazgo de uno de los mejores equipos que jamás ha conocido este deporte. Si, aquella selección de Hungría conocida como los 'Mágicos magiares', capaces de ser los primeros en doblegar a Inglaterra a domicilio y de dominar Europa con un juego maravilloso durante la primera mitad de los cincuenta.

Como cualquier régimen político, sea del signo que fuere, las autoridades húngaras de finales de los 40 contemplaban el deporte como un formidable escaparate de proyección, bien en cuanto a la imagen externa del país, bien de orgullo y autoestima internos. Y se aplicaron en ello, creando desde la nada -o mejor desde el humilde Kispesti de Budapest-, un formidable superequipo que actuara como embajador del gobierno. Con Puskás como pilar y herencia del Kispesti, llegarían otros portentos llamados Kocsis, Czibor o Lázsló Budai para reforzar el recién creado Honved de Budapest, el equipo del ejército nacional o, en traducción de su nombre al castellano, 'el defensor de la patria'.

A los movilizados, textualmente, se les otorgaron galones y sueldo militar y pasaron a ser peones de un plan estratégico diseñado hasta el último detalle por Gusztáv Sebes, el entrenador designado por el Partido Comunista local y una de las personalidades más decisivas del balompié centroeuropeo en el pasado siglo. Sebes les hacía entrenar tantas horas, o casi, como trabajaba cualquier operario y consiguió que los futbolistas se conocieran casi de memoria, formando una especie de orquesta sinfónica sobre césped. La unión de ese grupo se cohesionó hasta el punto de olvidar pleitos íntimos y diferencias personales. Así, por ejemplo, a Kocsis no le quedó otro remedio que aceptar la situación y olvidarse de su aprecio por Ferencváros, entonces marginado por el poder. A Czibor, en cambio, le convino disimular su furibundo anticomunismo. Simplemente, llevaba las de perder cuando el balón ya se había convertido en su 'modus vivendi'. 

Referencia perdida

Kubala siempre quedó para todos ellos como la referencia perdida, el hombre que habría reforzado aún más a una temible selección húngara sin rival en el Viejo Continente. Como cualquier magiar, gente muy aferrada y amante de su tierra, Kubala no desperdició ningún momento para trabar contacto y verse con sus ex compañeros cuando viajaban por Europa, como hizo en Suiza durante el Mundial'54. Más tarde, cuando los tanques soviéticos aplastaron la tentativa de ciertas reformas aperturistas en Hungría, ciertas estrellas de los 'mágicos magiares' optaron por el exilio. Algunas glorias regresaron a Budapest por miedo a las represalias, pero los Puskas, Kocsis y Czibor prefirieron enrolarse en equipos españoles, recibidos en su nuevo hogar como huidos del comunismo y agasajados en los sueldos que percibían como las figuras de nivel mundial que realmente eran. 

Reencuentro final

Los tres, por supuesto, mantuvieron el contacto cercano con Kubala que les sirvió casi como intermediario. Puskás, muy pasado de peso, prefirió aceptar la oferta de Santiago Bernabéu en el Madrid mientras el otro par escogía Barcelona. Kocsis había deambulado por el semi-aficionado fútbol suizo, donde ejercía como entrenador de los Young Fellows, y Czibor había terminado en la Roma, aunque sin brillar a la altura de su prestigio como extremo izquierdo. Al final del camino, se reunieron en Barcelona y pudieron jugar juntos. Justo lo que antes no habían logrado con la zamarra verdiblanca de Ferencváros. El taciturno Kocsis se mantendría en el Camp Nou durante ocho temporadas con un notable rendimiento y el excéntrico Czibor apenas culminaría tres, castigado por ser el gran compañero de farras del mítico Kubala.