el reto de la champions

La rabia de Messi

El partido ante el Nápoles retrató la tensión del capitán del Barça: de la concentración inicial al enfado final, cuando rechazó incluso el saludo con el árbitro

Lionel Messi celebra el gol que marcó al Nápoles en la Champions, el momentáneo 2-0.

Lionel Messi celebra el gol que marcó al Nápoles en la Champions, el momentáneo 2-0. / periodico

Joan Domènech

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Lionel Messi es el principal argumento que sustenta la candidatura del Barça para ser campeón de la Champions. No nos precipitemos. De momento, para batir el viernes en los cuartos de final al Bayern de Múnich, un rival con más hechuras de equipo, más compacto que el azulgrana, pero carente de un genio como Messi. Aunque posea a Robert Lewandowski, el máximo goleador de la Champions.

El partido ante el Nápoles retrató el estado actual de tensión de Messi. En la doble vertiente de la concentración en el juego y el enfado por el juego. Lo positivo para el Barça es que el 10 canaliza el mal humor en sus acciones con la pelota. En el césped. Seguramente también en el vestuario, pero eso solo lo conocen los compañeros y los técnico. La rumorología suena como el río.

Casi no "alcanza"

Messi sabía lo mucho que había en juego después de que él mismo hubiera denunciado que al Barça "no le alcanzaba" para vencer siquiera al Nápoles si tampoco había dado la talla en la Liga. "Vamos tener que cambiar muchísimo", dijo tras la definitiva derrota con Osasuna. Autocrítica y descanso fueron las recetas de Messi para frenar la deriva que apuntaba con Valverde y se confirmaba con Setién.

Pero el equipo apenas cambió en el inicio frente al Nápoles, que dispuso de las primeras ocasiones. El Barça, sin embargo, marcó. Messi estrujó como nunca a Lenglet. Luego acabó una jugada cayéndose después de burlar a cuatro rivales  y batir a Ospina cayéndose. Y, antes del descanso forzó la jugada del penalti que significaba el 3-0.

¿Asunto resuelto? Pues no. El 3-1 reabrió heridas. "No seamos pelotudos, vamos a tener la pelota", arengaba a sus compañeros en el túnel antes de empezar el segundo tiempo. El Barça ya no tiene la pelota. No sabe tenerla y fue aculándose minuto a minuto hasta acabar encerrado en el área.

El 10  asume la responsabilidad de tirar del equipo tras haber focalizar el objetivo en la Champions

Messi vio cómo el árbitro anulaba un inquietante 3-2. Su cara era un poema entre el cansancio, la preocupación y el temor a otro chasco que habría sido mayúsculo. El epílogo a una temporada accidentada, que empezó con una lesión en el sóleo, el despido de Valverde, el enfrentamiento via Instagram con  Abidal, el escándalo de las redes sociales que involucró a la directiva y el desencuentro con Setién. Enfadado como una mona, no quiso saludar a Manolas (el central del Roma, marcó el 4-1 y le vaciló) y rechazó dos veces el saludo con el árbitro Cüneyt Çakir (el de Liverpool).

Micrófono en mano

Desde que hace dos temporadas, recién asumido el brazalete y tras la primera catástrofe europea (Roma), prometió que "vamos a hacer todo lo posible para  que esa copa tan linda y deseada" vuelva otra vez al Camp Nou, Messi cargó de presión la Champions. La Liga se iba conquistando con generosa regularidad (8 en 12 años). 

Después de Roma vino Liverpool y el verano pasado, en la presentación, Messi volvió a tomar el micrófono. "La verdad es que es difícil decir algo hoy después de la temporada pasada. No me arrepiento de nada. Vuelvo a repetir lo mismo que dije la pasada temporada. Confío en esta plantilla, en estos jugadores y en este cuerpo técnico", fue su arenga.

Responsable como se siente, en su doble papel de capitán y líder, Messi sigue tirando del Barça con rabia.

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