LA CONTRACRÓNICA
Un circo que ya no divierte
El Barça juega justo de método y fe, y solo le cabe agarrarse a Messi, que marcó su gol 700 oficial
Desde tiempos inmemoriales, nada zarandea más los cimientos de un club que el enfado de los futbolistas. El periodismo se asombra y lo airea. El entrenador trata de ignorar el olor a pólvora que le envuelve y dice que no pasa nada. El presidente, según las escuelas, protege al hombre del banquillo o ejecuta una decapitación pública, que por algo es el eslabón débil. Véase el caso reciente del Valencia y Celades.
El vestuario se siente empoderado. Son muchos, un grupo, con el deseo individual de jugar siempre, sentirse importante y embolsarse más dinero que el vecino de caseta. Pero forman una masa. Siempre podrán contra uno, por muchos ayudantes temperamentales que acompañen al jefe. Y quieren ganar. Rabiosamente. Y cuando eso no sucede, o no juegan, es habitual disparar al entrenador, en particular si le ven frágil y superado.
Setién dijo que así es "el circo en el que estamos montados". Como si le incomodara que trascendiera el ruido de sables de Balaídos. No fue un jugador fácil, dijo, así que buscó normalizar el griterío interno. Sin éxito. Cuando Messi y Suárez te ignoran. o se enojan, todos los resortes del club se activan y puede llegarse al caso de que el presidente, el director general, el vicepresidente deportivo y el director deportivo, en procesión, te visiten al domicilio. Todo muy normal.
El ojo en el banquillo
A la vista de todo eso, imposible no prestar atención al lenguaje gestual del banquillo ayer en el Camp Nou. Mal asunto cuando un foco relevante es el grado de camadería que se transmite en las pausas por hidratación. En la primera, el fogoso y discutido Eder Sarabia saltó a aplaudir, dar voces de ánimo y golpes de espalda. Nada relevante que impartir, pero conciliador. En la segunda, un poco de lo mismo.
Si en el bando rojiblanco se observaron piñas alrededor del entusiasta Simeone, en el bando azulgrana la dispersión y las miradas al vacío explicaron muchas de las cosas que parecen suceder ahí dentro. Si aún queda alguna fe en el entrenador, se disimuló. En un bando, las pausas son como un tiempo muerto útil para dar instrucciones importantes; en el otro, como si se quisiera seguir la ley al pie de la letra, es un rato para beber agua y poco más. No se proyectó una imagen de unidad y conjura.
La fe siempre se depositará en Messi. Hay 700 razones para hacerlo. Sin estar particularmente fino, pareció en algún momento saber que todo depende tanto de él que hasta los córners los disparaba a puerta. Pero sus poderes tienen un límite y el equipo llega hasta donde llega. Las sensaciones que desprende el grupo no invitan a vivir el presente con optimismo. Le falta alma y método. La Liga se desvanece y este circo ya no invita a reír.
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