UN PARTIDO SIN ALMA
El templo del silencio
El Camp Nou desprendia un aire irreal, fantasmagórico donde se escuchaba el sonido del balón y los gritos de los jugadores
Era fantasmagórico. Tenía el templo del Camp Nou un aire irreal, con las escaleras crujiendo al paso de cada uno de sus pocos y privilegiados inquilinos. La casa de su santidad Leo estaba abierta, pero los fieles no tenían acceso a su rito semanal de encontrarse con su Dios. «¡Bona nit a tothom! ¡Benvinguts al estadi!», clamó Aleix Santacana, la nueva voz que sustituyó al desaparecido y mítico Manel Vich.
Viejo como está el campo no tenía alma alguna. Se oía crujir todo su esqueleto
Daba la bienvenida a nadie, mientras recitaba con rutina -ni rastro de innecesario y artificial entusiasmo- las alineaciones de Leganés, primero, y de Barça, después con una irreal música de fondo de Guns N’ Roses. Crujía un estadio que no tenía alma alguna.
Viejo está el campo. Fue construido en 1957 cuando Kubala era la estrella y 90.000 personas se reunieron emocionadas para asistir al nacimiento de la nueva iglesia culé. Vieja y necesitada ya de una urgente reforma porque pertenece al siglo pasado, apurando su tercera edad, con más pasado que futuro, viviendo del recuerdo de miles de personas que pregonaron aquí orgullosas su fe.
Los gritos de Marc
No solo crujía su esqueleto cuando se pisaba desamparado y huérfano como se sintió anoche cuando las voces de los futbolistas, especialmente la de Ter Stegen sacudía sus entrañas. No hacía falta ni mirar el partido porque se cerraban los ojos y el sonido delicado del balón -tic tac, tic, tic, tac- inundaba el hogar del Barça.
Sonaba gastada e inocua la pelota, pero cuando la golpeaba Messi tenía un tono más fuerte. Y más suave a la vez
Incluso cuando golpeaba Messi la pelota parecía sonar distinto. Fuerte y dulce a la vez, mimosa como en su penalti, el 2-0, aunque todo desprendía un aroma dolorosamente melancólico. Iba el balón sin veneno alguno, mientras Marc, vestido de estridente amarillo, de arriba a abajo, incluyendo medias, pantalones y camiseta, se hacía oir.
!¡Eso es Sergi, eso es!", animaba el meta alemán a Sergi Roberto, mientras ordenaba desde su casa, y no dentro del área sino que vivía lejos de ella, al resto de sus compañeros. "¡Dale, dale, dale... !", decía Marc, asustado como el Barça porque Lenglet le salvó un gol bajo palos en una ocasión clarísima de Guerrero, el mismo que estrelló luego un balón en el poste derecho.
Extraños en casa propia
En menos de un cuarto de hora, dos grandes oportunidades. Ambas firmadas por el Leganés, sintiéndose los azulgranas unos auténticos extraños en su propia casa. ¡Quien se lo iba a decir al líder! No solo parecía que el balón estaba desinfectado. Daba la sensación de que el equipo de Setién no sabía donde estaba.
Se miraban, se escuchaban, pero, sobre todo, no conectaban porque no se conocían. Era todo tan aséptico, tan triste... Oxidado está el estadio, oxidado se veía al equipo convirtiendo el pase en un elemento gastado e inocuo. Hasta que un niño, de apenas 17 años, rasgó el silencio con un derechazo para terminar con tan engorroso protocolo. Entonces, Ansu Fati gritó muy fuerte. Tanto que el venerable y canoso templo se estremeció, a quien luego saludó Messi en solitario.
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