CAPACIDAD DE RESISTENCIA

Barça: un club vacunado contra las crisis

Gamper, rodeado de alguno de sus directivos.

Gamper, rodeado de alguno de sus directivos. / periodico

Frederic Porta

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Si los directivos del Barça conocieran la historia del club, hallarían numerosos pasajes para el optimismo. Más que autodestructiva, etiqueta catastrófica que no se corresponde con la realidad, la entidad azulgrana es un prodigio de resistencia. Nada la abate, por trascendente que parezca.

Su resistente ADN arranca en la asamblea del 2 de diciembre de 1908, cuando el único punto en el orden del día contemplaba la disolución del club, en los huesos con 38 escasos socios, y Joan Gamper decidió tomar las riendas para ir contra el destino. Al cabo de tres meses, ya inauguraba el campo de Indústria, primera sede propia. Nos centraremos en tres episodios graves que pudieron ser finalmente remontados.

1.- El club cerrado por los pitos a la 'Marcha Real'

Para empezar, el cierre de toda actividad del club por imperativo dictatorial tras los hechos de la Marcha Real del 14 de junio de 1925. Desde el golpe de Primo de Rivera, producido año y medio antes, el Barcelona jugaba con fuego. Incluso la directiva tuvo que realizar llamadas a la calma pidiendo prudencia a su masa social, desacomplejadamente catalanista.

Las peleas literales con el Español, sublimadas en el célebre derbi de la calderilla, o las celebraciones multitudinarias en Canaletes pusieron a las autoridades en estado de alerta hasta que llegó el amistoso entre el Barça y el Júpiter. Tenía que ser un homenaje al Orfeó Català, pero se impidió tal celebración. Dio igual: 14.000 enfervorizados espectadores silbaron a conciencia la Marcha Real interpretada por la orquesta de un navío inglés y ahí ardió Troya.

El gobernador Milans del Bosch impuso el cierre de toda actividad durante seis meses y envió a Gamper al exilio. Sin fútbol, ningún jugador de la gran plantilla de La Edad de Oro hizo maletas. Los clubs catalanes esperaron a que acabara el castigo para jugar el campeonato local y los socios mantuvieron el pago de las cuotas. Incluso algunos, como el mismísimo Josep Suñol, aprovecharon para afiliarse en señal de apoyo. Y de la crisis salió tan campante.

2.- La gira en México que salvó al Barça

Saltando una década en el tiempo, el Barcelona las pasó canutas, como todos, en la guerra civil, no fue ninguna excepción. Evitó la bancarrota gracias a la invitación recibida desde México por un exjugador de la entidad. La olvidada gira por el país de Lázaro Cárdenas reportó unos beneficios de 18.000 dólares que, ingresados debidamente en un banco parisino, permitieron la reanudación de actividades tras la victoria del bando nacional. Y tampoco resultaría fácil, entre futbolistas que optaron por quedarse en el exilio, otros depurados y una reconstrucción realizada bajo la escrupulosa fiscalización del régimen ganador.

El primer franquismo no sólo recelaba del ADN catalanista de la entidad, sino que quiso pasarle factura por haber sido embajador deportivo de la perdedora República. Pese a todas las trabas y controles, el club pasó de 2.000 abonados una vez cesadas las hostilidades a los 20.000 registrados al terminar la década de los cuarenta. Era un refugio sentimental al que era imprescindible apoyar, a pesar de cartillas de racionamiento y la escasez autárquica que marcaron a fuego los tiempos de la primera posguerra.

3.- La pesadilla económica de la construcción del Camp Nou

Lo que debía ser motivo de euforia, la construcción del Camp Nou, se convertiría en una pesadilla económica. Tras años de estrecheces literales en el viejo santuario de Les Corts, el club decidió afrontar el paso al nuevo estadi sin reparar en gastos.

El descontrol en las cuentas, por no hablar de corruptelas no comprobadas, resultaría de tal nivel que el presupuesto de construcción, previsto en 66,6 millones de pesetas, acabó elevándose hasta la estratosfera de 288 millones. Tal exceso, unido al coste desaforado de una lujosa plantilla bajo la presidencia de Miró-Sans, terminaría hipotecando a la entidad, condicionando gravemente su futuro durante largo tiempo. Incluso mitos como Ramallets o Segarra ofrecieron sus ahorros para paliar el agujero, sin que se aceptara su ofrecimiento.

Tras los fastos de la inauguración y el bienio de éxito protagonizado por Helenio Herrera en el banquillo, el Barça alargó la agonía hasta topar de bruces contra la cruda realidad de los desaforados números rojos. Y lo hizo con derrumbe tras el partido más importante de su historia, esa final de la Copa de Europa de 1961 perdida por los palos de Berna ante el Benfica.

A ella llegó el club in extremis, sin presidente, en manos de una gestora, con el segundo entrenador Orizaola al mando y el mejor jugador, Luisito Suárez, ya traspasado al Inter de Milán por la friolera, entonces, de 25 millones de pesetas que, en teoría, debían paliar los pagos más urgentes.

El estrépito de la caída retumbó durante 14 años, los llamados de la travesía del desierto, hasta el advenimiento de Johan Cruyff. Tiempos tan duros en los que, por citar un ejemplo, el presidente Enric Llaudet tuvo que prescindir temporalmente de una seña de identidad tan básica como las secciones profesionales del club.