EL PASO POR EL BETIS

La (amarga) última experiencia de Setién

El técnico cántabro empezó entusiasmando a la afición bética y acabó despedido al grito de "Quique vete ya"

Setién, durante unas partidas simultáneas de ajedrez con escolares de la provincia de Lugo.

Setién, durante unas partidas simultáneas de ajedrez con escolares de la provincia de Lugo. / periodico

Luis Lastra

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Cuando tenía 14 años y trabajaba doce horas al día como botones en el Colegio de Farmacéuticos de Santander, Quique Setién quizás soñaba con ser historia en su equipo del alma, el Racing, pero no que sería entrenador y que, superados ya los 60, ejercería en el FC Barcelona. O en el Betis, donde pasó de Europa a la nada, de las expectativas sobrepasadas a los objetivos insatisfechos, de un fútbol halagado por todos a un fútbol que no sorprendía a nadie, del aplauso al repudio, de la veneración al “Quique, vete ya”. Y del rechazo y el paro… al campeón de Liga.

Setién llegó a Sevilla en el 2017 y su aventura empezó tan bien que los béticos no le tuvieron en cuenta que mandase al intocable Rubén Castro a China. Cuatro victorias en seis partidos (una de ellas en el Bernabéu), la zona de honor de la Liga, un estilo prometedor... La afición estaba encantada y la prensa, también. Daba gusto ver al Betis y oír a Setién.

La felicidad se torció pronto. De octubre a diciembre apenas ganó dos encuentros y acumuló goleadas a cual más indecente: 3-6 con el Valencia, 3-5 ante el Cádiz en la Copa… La crisis mostró acaso lo peor de Setién: su cabezonería. Pese a lo obvio del problema, tardó una eternidad en flexibilizar su ideario y aceptar que jugar con un zaguero taponaría el coladero. Decir cosas como que prefería perder 3-6 a empatar “sin salir de atrás” tampoco le hizo ningún favor.

La defensa de cinco, el fichaje de Bartra y el descubrimiento de Junior o Loren le abrieron otro horizonte. El crecimiento fue brutal tras el histórico 3-5 en el derbi de la noche de Reyes, el beticismo vio por fin fútbol en condiciones y un impecable 22 de 24 en ocho jornadas certificó el retorno del EuroBetis. Frente a la explosión de ilusión, Setién admitió que una racha así rozaba lo milagroso. Siempre (o casi siempre) a contracorriente.

Respuestas kilométricas

A poco de acabar el 2018, el Betis tenía al líder a seis puntos. Pero llegó febrero. En cuatro jueves, adiós a la Copa en semifinales y a Europa ante el Rennes, undécimo en Francia. Cundió el desencanto. Él siempre lo consideró desproporcionado e injusto y se escudaba en el 3-4 en el Camp Nou, el 1-2 al Milan en San Siro o el legado que dejaría su estilo. Nada de eso compensó a la mayoría de la masa social la catarata de tropiezos ante enemigos ‘menores’, la incapacidad para hilar dos victorias seguidas o el parón de su fútbol, de nuevo vulnerable y exasperante.

Harto de oír que el juego primaba sobre el resultado y de ver tanto pase inútil entre los centrales, el Villamarín cantó “Quique, vete ya” en cuanto acabó ese febrero maldito. Su entorno aconsejó a Setién que no se explayase con la prensa, que minimizase daños. No le salió. Amante de las posesiones largas en el césped, también lo es de las respuestas kilométricas fuera del verde. Y de no esconderse. “En esta radio he escuchado desde que he llegado que a Setién hay que echarlo, que no vamos a ningún lado con el tiki no sé qué”, dijo en una emisora.

Aun así, no se marchó dolido del Betis. Es más, tiene el carnet de socio y los empleados lo recuerdan con gratitud. A todos trató como iguales y a todos les facilitó su trabajo, a costa de su tiempo libre si hacía falta. Ese cariño no es unánime en la plantilla, dicho sea de paso.

El yin y el yang

Setién trabajó en Heliópolis con el mismo grupo que se ha llevado a la Ciudad Condal. Lo encabeza Eder Sarabia, el hijo de Manu, compañero del Setién jugador en el Logroñés. Aún se recuerda su último partido en el Villamarín. Salió como un cohete del banquillo para decir algo a Joaquín, al portuense no le gustó y le respondió con un grito que oyó medio estadio. La grada jaleó al futbolista, quien por cierto se ganó a Setién desde el minuto uno.

También se ha mudado con el entrenador de porteros que le fichó el Betis. Jon Pascua se merece un reportaje para él solo. Fan del Athletic, parte del Zaragoza campeón de la Recopa, empleado de Citroën y entrenador en Sudáfrica o Filipinas, es lo opuesto a Sarabia. Son el yin y el yang de Setién. Uno es pura vehemencia y carne de cañón para los árbitros. El otro pedía carteles con el lema ‘Love is in the air’ a los niños que iban al Villamarín cada quince días y empapeló el despacho del míster con ellos. Con los carteles, no con los niños.

En Barcelona, Setién disfrutará entrenando a Messi. Gran ajedrecista, compara al rey del balompié mundial con la dama del tablero. Y será feliz siendo uno más en los rondos porque se arrepintió de dejar el fútbol a los 38 años y aún es más jugador que técnico. Los futbolistas y el balón son su mantra. “Lo demás realmente no me gusta mucho”, dice. Eso incluye el curso de entrenadores: “Llevaba una chuleta para aprenderme la legislación del deporte español”.