TRIPLE A BALÓN PARADO

La revolución es Leo

Valverde vuelve a agitar el equipo, pero sobrevive por la magia infinita de Messi con un gol de penalti y dos faltas colosales

Messi anota su tercer gol al Celta, el segundo de falta.

Messi anota su tercer gol al Celta, el segundo de falta. / periodico

Marcos López

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No se queda quieto Valverde este año. No lo hacía ni cuando el Barça, antes del desastre de Levante, había encadenado seis victorias consecutivas. Ni lo hizo tampoco después de encadenar una horrible semana con la caída en Valencia y el empate europeo contra el Slavia. No quiere el técnico quedarse petrificado porque teme que se le lleve la corriente. De ahí que agitara el equipo de arriba a abajo, como ya hizo en la Champions. Entonces, tocó el dibujo táctico; este sábado, en cambio, modificó nombres. Y no eran nombres secundarios, ni mucho menos.

Empezó el técnico con grandes cambios desde la pizarra, rompiendo jerarquías, pero el juego no respondió a esa mutación en el once

La revolución arrancó ya desde la pizarra porque sentó a Busquets, dejó también en el banquillo a Dembélé, apostando por el joven Ansu Fati, mientras situaba a Sergi Roberto como medio centro. O sea, eran cambios estructurales en un Barça que intenta huir de la autocomplacencia. Profundos cambios porque Griezmann tenía lo que tanto quería: jugar de falso delantero centro, teniendo la portería de cara, sin estar arrinconado en la banda izquierda.

Valverde metió mano en el once inicial abandonando jerarquías que parecían intocables. Sabe que lo debe hacer. Sabe, además, que el club (o sea el presidente Josep Maria Bartomeu) le está pidiendo que lo haga. En realidad, le está animando a que lidere esa transición generacional que debe vivir el Barça, algo oculta ahora, pero que, más temprano que tarde, debe producirse. Por todas esas razones, y obligado por esa semana de frustraciones, Valverde agitó a un equipo protagonizando una revolución.

Prólogo de la tormenta

Una revolución en la pizarra que, sin embargo, no se trasladó luego al juego. Volvió a ser el mismo Barça plano, lento, al que le cuesta darle velocidad al balón (la esencia de ese Santo Grial que se va apolillando) porque todo se convierte en rutinario. Y demasiado previsible. Diríase incluso que hasta burocrático sin pasión alguna en lo que hacen. Pero hubo un momento de partido en el que Messi perdió el balón en campo del Celta. A partir de ese instante se desencadenó una tormenta. Con la firma, por supuesto, de Leo, el verdadero revolucionario del fútbol mundial.

Entendió el astro su error que permitió el contragolpe gallego. Corrió como si no existiera un mañana, recuperó la pelota, pero el árbitro le pitó falta. Falta que no era. Falta y amarilla al 10. Luego, el ‘golaza’ del Celta. El prólogo del vendaval messiánico con dos obras de arte. Dibujó dos monumentales goles de falta que transformaron el Camp Nou en el Museo Picasso de Barcelona.