ONOMÁSTICA AZULGRANA

La 'Edad de Oro' del Barça llega a su centenario

Con los debuts de Ricardo Zamora y Josep Samitier, el 31 de mayo de 1919, el equipo azulgrana inauguró una década prodigiosa

Zamora y Samitier, en la edad de oro del Barça.

Zamora y Samitier, en la edad de oro del Barça. / periodico

Frederic Porta

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Este 31 de mayo, el Futbol Club Barcelona cumple el centenario de un hito transcendental del que, a buen seguro, ni los culés más devotos guardan referencia. Con el debut de Ricardo Zamora y Josep Samitier, el equipo azulgrana inauguró la llamada 'Edad de Oro', una década prodigiosa en la que el club fundado por Gamper se destacó de la competencia hasta el punto de convertirse en el once más admirado del fútbol europeo de su tiempo.

Los elementos extradeportivos se conjuraron de manera única a su favor. Un año antes, el final de la Gran Guerra generó una Catalunya enriquecida gracias a la neutralidad española en el conflicto y, de manera casi sucesiva, la huelga de 'La Canadiense' instauró la jornada de ocho horas para millones de trabajadores que, por fin, pensaron en disfrutar de la vida gracias al tiempo de ocio alcanzado en la reivindicación.

Entre aquel 1919 y 1929, con el colofón de la consecución del primer título liguero, el club logró imponerse en ocho campeonatos de Catalunya y cinco Copas de España. Años convulsos y excitantes en aquella Barcelona de la ley de fugas, el pistolerismo y la posterior dictadura de Primo de Rivera, aunque formidables en paralelo para una constelación de estrellas que convirtió al Barça en el equipo más popular y seguido de un deporte ya implantado como fenómeno de masas.

Figuras a puñados

La relación de figuras, hoy desgraciadamente en el olvido, no ha gozado de parangón posterior por su elevado número de elementos. Ni en el Barça de los finales de los 50 bajo las órdenes de Helenio Herrera, ni siquiera en el inconmensurable equipo dirigido por Pep Guardiola. En aquellos tiempos aún oficialmente amaters, da la impresión que todos ellos eligieron el mejor club donde lucir talento. Bajo los palos, el gran Zamora, apodado El Divino, que protagonizó tres temporadas de ensueño antes de ingresar en su querido Español.

Le sucedería más tarde el mítico Ferenc Plattkó. En la menguada defensa de dos elementos, parejas de postín iniciadas por Coma y Galicia, seguidas por Planas Surroca y rematadas con el dúo Mas-Walter. En el centro del campo también sobraban elementos carismáticos como Ramon 'La Vella' Torralba, el orondo Agustí Sancho, Carulla, Sastre, Arnau y, al comienzo, un imberbe Samitier que no hallaba plaza de titular entre los cracks de la delantera. Paulino Alcántara fue el primer referente en ataque, al que siguieron Vinyals, Vicente Martínez, Gracia, Arocha, el propio 'Sami' o los también legendarios Vicenç Piera y Emili Sagi-Barba.

En los banquillos, Jack Greenwell, el húngaro PoszonyRalph Kirby, Richard Domby y el catalán Romà Forns. Técnicos semiolvidados que importaron el estilo escocés de pase y forjaron el paladar de los aficionados barcelonistas, acostumbrándoles a la estética del fútbol de combinación, raseado y bello, en clara contraposición al patrón británico de empuje y verticalidad, muy primario y dominante a la sazón.

Un Barça también identificado sin complejos con el movimiento de reivindicación catalanista, único club deportivo que había apoyado la petición de un Estatuto de Autonomía que aún tardaría 14 años en llegar.  Tiempos de ebullición social en los que cronistas como Daniel Carbó, 'Correcuita' o destacados intelectuales como Rovira i Virgili ya daban vueltas en sus escritos a la idea del 'més que un club', que aún tardaría medio siglo en ser acuñada por Narcís de Carreras.

El pequeño estadio de la calle Indústria, hoy París, no daba abasto para acoger a la creciente y entusiasta afición. A finales de 1921, tras dos amistosos navideños con el Sparta de Praga celebrados en La Foixarda, en la montaña de Montjuïc, Joan Gamper vio claro que el club precisaba de un campo mayor, el de Les Corts, finalmente inaugurado en mayo de 1922. El fundador adelantó  la fortuna de un millón de pesetas de la época hasta convertirlo en realidad, construido en apenas tres meses y con aforo para 22.000 espectadores. Una catedral donde rendir culto al imparable fenómeno blaugrana.

El pique local

Años de intensa rivalidad con el Español, máximo adversario mucho más allá de lo estrictamente futbolístico. Cada choque con los pericos blanquiazules acababa en disturbio de orden público, como en noviembre del 24 cuando la suspensión del llamado 'derbi de la calderilla', ya bajo dictadura militar, generaría el caldo de cultivo que desembocaría, medio año después, en la prohibición de toda actividad barcelonista durante medio año.

El detonante final se produjo en un amistoso de homenaje al Orfeó Català, de vuelta tras una gira triunfal por Italia, y la interpretación de la 'Marcha Real' silbada a pleno pulmón por la concurrencia. Sólo faltó que el rival de turno fuera el Júpiter, campeón español de categoría B, máximo representante de un barrio de Poblenou marcado por el anarcosindicalismo y feroz en la batalla contra la falta de libertades.

Entre los datos que darían para llenar una enciclopedia, la década de 'La Edad de Oro' marca, por ejemplo, la aparición plena del profesionalismo tras largos años de 'amateurismo marrón', de cuando los futbolistas cobraban bajo mano. En 1926, el formidable y consolidado potencial del Barcelona le permitía incluso fichar al mejor futbolista del planeta, el uruguayo Héctor Scarone, quien no triunfó aquí décadas antes de un Kubala, Cruyff, Maradona o Messi.

Años de trepidante actividad en los que el Barcelona se erigió en potencia que arrancó década con 2.973 socios y la acabó superando de largo los 9.000 asociados. También, por legiones de aficionados que aguardaban la publicación de sus resultados como visitante en las pizarras de los periódicos con sede en Les Rambles. Sin radio, ni televisión, el quiosco de Canaletes servía como referencia de tertulias para aficionados y lugar donde conocer la última novedad de tan famoso conjunto. Para que no faltara de nada, Carlos Gardel, el rey del tango, abrazó la causa culé con tal pasión por amistad con Samitier y otros futbolistas que se convirtió en el primer embajador mundial del barcelonismo. Tiempos de plenitud y esplendor máximo.

En aquellos 'felices 20', el Barça dio un enorme salto hacia adelante en todos los sentidos. Su masa social le convertía en centro de atracción de la vida barcelonesa, de las horas de ocio recién conseguidas. Pero en la década de los 30 tal esplendor languidecería, en parte por el progresivo envejecimiento de tan fastuosa generación, a la que los directivos no supieron cómo encontrar relevo de garantías. Pero también el progresivo interés por la política hizo un flaco favor a la práctica deportiva en una Barcelona que se había volcado con los eventos futbolísticos, de ciclismo o boxeo, las tres disciplinas de referencia popular. La dictadura de Primo de Rivera dejó paso a una 'dictablanda', a la caída del rey Alfonso XIII y la llegada de la II República. Una vez reencontrada la democracia, la gente prefirió el juego de los partidos políticos y los mítines a los eventos deportivos.

Los símbolos

La década de los 20 también fijó una buena colección de símbolos barcelonistas en el imaginario popular. Para empezar en el tiempo, sin alcanzar aún los 20, que el transeúnte viera los traseros de los hinchas sentados en el rebosante campo de Indústria procuró a sus seguidores el apodo de 'culés',  alias claramente peyorativo en principio. En noviembre de 1922, la revista satírica 'Xut!', de formidable incidencia en su tiempo, publicó por vez primera el apócope 'Barça', que tardaría décadas en popularizarse por todo el planeta.

Con ocasión de las 'Bodas de Plata' del club, en 1924, el dibujante Valentí Castanys quiso celebrar la efeméride creando la venerable figura de 'L'Avi' del FC Barcelona, hombre rechoncho, calvo y de frondosa barba blanca que representaba la ya respetable edad del club. Y cuatro años después de su inauguración, el presidente Arcadi Balaguer inauguró el piso de hierba en Les Corts.

Balaguer, aristócrata y amigo personal de Alfonso XIII, fue el encargado de mantener a raya el espíritu catalanista del club durante los años de dictadura. Tras un comienzo de mandato prometedor, cometió un desliz imperdonable: Exigir a Joan Gamper que pagara su localidad de tribuna, falta de diplomacia y delicadeza que sentó al fundador como un tiro.

Durante los años 20, Gamper consumó sus cinco presidencias al frente del club, despidió al estadio de crecimiento para crear el templo de consolidación y no tuvo más remedio que exiliarse tras los hechos de la 'Marcha Real'. La inhibición de tantos provocó que se convirtiera en el chivo expiatorio que purgó los presuntos pecados políticos de la entidad. Tras unos meses en Suiza, volvió a Barcelona, pero ya no era el mismo. En soledad, sin apoyo alguno, su salud se resintió al padecer depresión y el crack bursátil del 29 en Nueva York le arruinó por completo. A finales de julio de 1930, el suizo fundador, artífice de la refundación en 1908 y máximo exponente del altruismo entregado al barcelonismo decidió acabar con su vida.

Como reza la frase hecha, todo está inventado, cualquier cosa queda ya escrita en la historia. Así, también en los años 20 arrancó el fenómeno de los aficionados radicales, auténticas fuerzas de choque dispuestas al encontronazo con los rivales por defender su causa particular, sus amados colores. La blaugrana 'Penya Ardèvol', integrada por especialistas en lucha grecorromana, se erigió en ancestro de los modernos 'Boixos Nois', siempre dispuesta al jaleo contra los miembros de la 'Peña Ibérica', defensores del Español procedentes de la práctica del rugby, décadas antes de que aparecieran las 'Brigadas Blanquiazules'. La ideología política, casi huelga decirlo, también les enfrentaba desde posiciones antagónicas.