la vuelta de champions

Liverpool y Roma, el eje del mal azulgrana

La fe de los hombres de Klopp y la furia de Anfield arrasan al Barça, que ve escurrirse la copa linda y cae en un abatimiento del que costará levantar cabeza

Ter Stegen y Busquers, con cara de abatimiento.

Ter Stegen y Busquers, con cara de abatimiento. / periodico

Albert Guasch

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Ernesto Valverde había hablado a sus jugadores de olvidarse de la ida para acelerar el turbo competitivo. "Como si no hubiera nada antes; como si no hubiera un después". Jürgen Klopp, en cambio, les había explicado a los suyos una historia de hace cinco años para inyectar en ellos la máxima fe, un capítulo de cuando entrenaba al Dortmund. "Eran unos cuartos de final ante el Madrid y perdimos 3-0 allá. Después en la vuelta hicimos siete u ocho cambios de posición y ganamos 2-0, pero podía haber sido 5-0, sin ninguna duda".

Los discursos motivacionales son necesarios y saberlos proyectar forma parte de la lista de atributos de un entrenador, pero luego aparece la realidad. Aparece Anfield y su infinita mística; la grada Kop y ese aliento ensordecedor que, según la leyenda, cuando se produce un córner en sus dominios, se asusta hasta el balón; aparecen las lesiones y los cambios obligados; aparece la suerte, tan decisiva y a la vez justa en esta eliminatoria, y aparecen los milagros impensados. Y las catástrofes nunca imaginadas. Roma y Liverpool forman el eje de la decepción suprema para siempre en la historia azulgrana.

Ritmo frenético

No apareció el acierto de Messi, otro milagro en sí, que empezó perdonando todo lo que no perdonó en la ida. Tres situaciones para ir haciendo las maletas a Madrid ya en los primeros 15 minutos. Pero quien marcó fue Origi, muy pronto, y con ese tanto se encabritó el partido. Frenético el ritmo, ante los gestos entusiastas de Klopp en la banda y la furia que transmite Anfield, en particular en esa segunda parte tan devastadora para el Barça. Va a costar levantar cabeza de esta. 

Rugió ciertamente Anfield como se espera de sus afamadas gradas, como un coliseo romano que suelta a los leones con más hambre. ‘Never give up’ (Nunca hay que rendirse), se leía en la sudadera del ausente Salah, que se paseó con ella sobre el césped antes del partido. Todos los de rojo parecieron creer en lo imposible, otro capítulo épico más de su palpitante historia. “Recuerda Estambul”, se oía en los prolegómenos a ambas veras del río Mersey en alusión a la final del 2005 ante el Milán. Ver para creer.

No echó de menos el Liverpool al egipcio, el artífice de 26 goles esta temporada. Ni a Firmino. Origi compensó sobradamente y Mané se multiplicó por la banda de Sergi Roberto. El senegalés, que creció en una aldea de Senegal admirando a Ronaldinho, hizo pasar muchos malos ratos a la zaga azulgrana. Un delantero de primer mundo. Y donde no llegaron ellos irrumpió Wijnaldum, el holandés convertido en el otro héroe insospechado.

Coutinho y Suárez, abucheados

Klopp propuso retoques y una alineación osada. Para buscar los tres goles desde el principio, con tres puntas. Que la fuerza de Anfield nos acompañe, vino a decirse. “Si nos eliminan, que sea de forma bonita”, dijo en la previa. Valverde no se arrugó. Coutinho antes que la opción del doble lateral. “Hay que ir a atacar, lo contrario un error”. Cumplió con su palabra. Pero no hubo manera de marcar.

Coutinho no se creció ni en su antiguo césped. Abucheado cada vez que tocaba el balón, no muchas realmente, al igual que Luis Suárez, que no se llevó un gol a la boca.  Ellos dos, como todo el equipo, acabaron atropellados, una vez más. Como en Roma. 

Parece mentira que pueda repetirse una debacle de esta envargadura. Como los terremotos en Japón, en el FC Barcelona de Ernesto Valverde se suceden catástrofes que nadie es capaz de anticipar. Esta vez se generaron ocasiones para evitar este daño tan devastador para el ánimo colectivo del club. Nada se materializó. Y así se esvaneció la copa linda. La madre de todos los milagros para el Liverpool. La más amarga de las desgracias y las vergüenzas para el Barça.