Derrota en el Camp Nou

Sobreviviendo a Diego Costa

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Alejandro García

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Era la última oportunidad para pelear La Liga, el último título en disputa para un Atlético de Madrid que cerró una temporada decepcionante con una dignidad abrumadora, todos salvo un Diego Costa que sobrepasó la línea roja, fue expulsado por insultar al árbitro, fuera de sí, tras una falta sin trascendencia en el centro del campo. 

Simeone puso uno de los dos delanteros tocados que tenía, para preparar el camino, pero terminó con un jugador menos antes de la media hora.

Costa da la impresión de vivir en una anacronía constante, de que esa parte de su fútbol sustentada en la brega, en sobrepasar por poco la norma, en exprimir al rival y al colegiado, se ha diluido entre el paso del tiempo y los avances tecnológicos. Las cámaras captaron, ya en directo, en las imágenes de Movistar, la conversación inmediatamente posterior a la tarjeta: “Yo te he dicho me cago en mi puta madre”, le dice Diego Costa al colegiado. “Me has dicho me cago en tu puta madre”, le responde el árbitro en un intento de explicación que desató la locura en el delantero. Ya después del partido, los micrófonos confirmaron la apreciación que Gil Manzano relejó después en el acta del partido.

Esa vena indomable de su carácter, que llegó a controlar hasta convertirla en una de sus armas, se ha vuelto a revelar como incompatible con ofrecer su mejor nivel. Son célebres algunas de sus expulsiones, la última recién llegado por segunda vez al Atlético, cuando fue expulsado por celebrar su primer gol con los aficionados tras subir por una escalerilla.

A la espera de la sanción, con los problemas físicos que le atormentan y los rumores de salida que le rodean, Diego Costa puede haber cerrado de la peor forma posible una segunda etapa menos fructífera de lo esperado en el Atlético de Madrid.

HISTORIAL DE EXPULSIONES

En su historial de derrotas en el Camp Nou, Simeone tiene que sumar otro fracaso acompañado de otra expulsión, siete en sus últimos once partidos en el Camp Nou. “Siempre nos pasa algo aquí, llevamos muchas expulsiones y no todas me parecen justas”, dijo Koke en la entrevista a pie de césped, visiblemente contrariado tras el esfuerzo del equipo. “Algo estaremos haciendo mal. Le pregunté al árbitro si era tan grave. Si dijo eso Costa, me parece muy bien la decisión del árbitro, pero muchas veces vemos por televisión a otros futbolistas, del Barcelona (concretó luego en la televisión) que dicen cosas y gesticulan mucho, pero no los expulsan”, argumentó Simeone en rueda de prensa.

El partido se quedó conmocionado tras la roja a Costa y la solución táctica de Simeone no ayudó a calmar la confusión. Quitó a Arias, entre un atisbo de lesión de Rodrigo que terminó de encender las alarmas, para recolocar a Thomas en el lateral, con tres centrocampistas por detrás de Griezmann y Correa, el elegido del banquillo para intentar morir matando. Llegaron fallos incomprensibles, errores poco habituales, una vía de agua en el flanco de Thomas y una tibieza preocupante en ataque. Fue el preámbulo de la entrada de Morata, por Filipe Luis, a más de media hora del final, para jugar con tres delanteros y ningún lateral, con un jugador menos ante el Barça.

TORTURA Y REACCIÓN

El Atlético había salido a esperar, y a sufrir, pero nadie esperaba tanto. El partido del Atlético se convirtió en una tortura, y cada incursión ofensiva en una aventura de resolución incierta, como las posibilidades de éxito de un expedicionario en una selva virgen.

Desde el banquillo, Simeone impulsó a su equipo, le mandó señales de aliento y coraje para sobrevivir y superar las adversidades, que eran muchas. Pero entre todo ello, y un gran partido de Griezmann, emergió la figura de Oblak.

Oblak es como el seguro de vida de una compañía que, para evitar abonar el importe concertado en caso de fallecimiento, hace todo y más para evitar el destino fatal. El esloveno es un castillo erigido sobre un peñasco, rodeado de acantilados, ante el que cualquier ejército invasor está destinado al fracaso, aunque tenga entre sus filas al mejor guerrero del mundo.

Oblak se hizo enorme, a ras de césped y en las alturas, ante cada acercamiento rival. Aportó la seguridad sobre la que se sustentó su equipo, volcado en inferioridad, sobrio y con una obsesión por no dejar rechaces, una colocación arriesgada y valiente para achicar espacios ante, entre otros, Messi.

El Atlético aguantó casi hasta el final, tan cerca como Oblak estuvo de detener también el disparo de Suárez que decantó el partido, el poco que le ha faltado al Atlético toda la temporada.