DESPEDIDA ÚNICA A UN JUGADOR ÚNICO

Lágrimas infinitas por Iniesta

"Han sido 22 años maravillosos, solo os puedo decir que os llevaré en mi corazón para siempre", dice el capitán

Marcos López

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Lloró cuando llegó. Era un niño. Tenía 12 años. Y las lágrimas hicieron estremecer las paredes de la centenaria Masia. Lloró al marcharse. Ya con 34 años, después de haber construido una carrera maravillosa, capaz de convertirle en un jugador eterno. Y se va como siempre quiso, instalado en la cima. Desde lo más alto, Andrés Iniesta eligió salir de su casa para explorar aventuras en Japón. Ahí estaba, sentado en el césped mirando fuegos artificiales, sin saber la nostalgia que deja su marcha. Él se va, pero su legado es tan descomunal que nadie lo podrá igualar.

Lloraron todos, incluidos ese viejo estadio en el que él, un niño de Fuentealbilla, empezó siendo un recogepelotas hasta transformarse en una leyenda del fútbol mundial. Lágrimas infinitas derramó Andrés Iniesta, hijo de José Antonio, el padre que presa de la ansiedad se lo quiso llevar al pueblo, y de Mari, la madre que soportó una tormenta emocional para no quebrar el sueño del niño.

"Os voy a echar muchísimo de menos" (Iniesta)

El sueño terminó con un estadio a oscuras, sin dejar de corear su nombre. “Os llevaré en mi corazón siempre. Han sido 22 años maravillosos. Os voy a echar muchísimo de menos”, afirmó Iniesta, con un nudo en la garganta. El mismo nudo que tenía el Camp Nou. El mismo que tiene ya el fútbol mundial.

Lágrimas infinitas de un Barça que se queda huérfano. Se abrazó a Messi cuando Carlos Naval, uno de sus guías, dio el cartelón con el número ocho. Un abrazo inacabable entre dos genios. “Me voy, Leo, te quedas tú”, le venía a decir Andrés. Sí, se queda Messi, pero nada será igual. Absolutamente nada. Jugador único, transversal capaz de reunir millones de toneladas de cariño y de admiración por cómo juega. Y por cómo es. Futbolista único, que hizo del pase un idioma universal. En realidad, él solo habla con la pelota.

Al abandonar el campo, se abrazó con Messi y le dio el brazalete. "Tú, te quedas Leo"

Iniesta, el jugador que siempre encendía la luz, dejó a oscuras el Camp Nou, incapaz de articular palabra al inicio, superados todos por las emociones. El primero, Andrés. Se sentó en el banquillo mientras su nombre atronaba en un Barça que pierde su encanto. Se fueron Puyol y Valdés primero, después Xavi, su amigo del alma, y ahora Iniesta. Sí, queda Leo. Sí, queda el 10. Pero ya no está ni el ocho, que pertenecía a Andrés, ni tampoco el seis, que era de Xavi. Hasta el gol de Coutinho a la Real Sociedad, un imponente derechazo desde fuera del área, anuncian los nuevos tiempos y equilibrios que le tocará hacer a Valverde.

 Se va el niño de Fuentealbilla. No hubo nada igual antes. Ni existirá tampoco. Distinto, seguro. Pero ese equilibrista y funambulista, capaz de convertirse en un Nureyev del fútbol, trasciende de tal manera que su legado resulta también infinito. El último guardián del templo se marcha a Japón porque, como le recordó el Barça, "debemos aprender a compartirte con el mundo”". Se va llorando. Así llegó. "Eres, has sido y serás siempre nuestro", le dijo el club, mientras sus compañeros lucían una camiseta con el ocho a la espalda. Hasta Messi, por una noche, fue Andrés.

"Ha sido un orgullo y un placer estar en el mejor club del mundo. Llegué como un niño y me voy como un hombre" (Iniesta)

"Ha sido un orgullo y un placer estar en el mejor club del mundo. Llegué como un niño y me voy como un hombre”, afirmó el capitán. Llegó en aquel Ford Orion azul, con José Antonio, Mari y su abuelo. Más de 500 kilómetros sin poder abrir la boca. Los mismos que pisaron el Camp Nou para abrazarse con su hijo. El niño es padre de tres hijos, Valeria, que también pisó la pradera del estadio, Paolo Andrea y Siena, que acaba de cumplir un año. Anna, su mujer, y Valeria le entregaron una camiseta enmarcada, rompiendo a llorar todos.

Infinitas lágrimas para un jugador infinito, que trasciende de los números (674 partidos con el Barça) y de los títulos (32), siendo dueño de dos goles eternos: el de Stamford Bridge (2009) y el de Johannesburgo (2010). Es, en realidad, un auténtico misterio. 22 años más tarde nadie supo descifrarlo. Ni detectarlo. Un misterio llegado de una modesta escuela de un pequeño pueblo manchego, que no tenía ni campo de fútbol.

Andrés jugó siempre como si estuviera aún allí, rodeado de amigos mayores y de primos que anunciaban al mundo lo que estaba por venir. Estaba en Barcelona o en cualquier estadio del mundo, pero nunca abandonó aquellas mesas del bar Luján que iba esquivando con sus regates.

 "Esta semana me he quedado sin palabras. Os llevaré en mi corazón para siempre. ¡Visca el Barça! ¡Visca Catalunya! ¡Visca Fuentelabilla!", gritó mientras el estadio se venía abajo. "La gente ha podido despedirse de él, dándole todo el cariño que se merece. Ha sido emocionante. Es un jugador único, irrepetible", contó Valverde, orgulloso de haber dirigido a un genio. “Siempre podré decir en un futuro que yo era el entrenador cuando Iniesta dejó el Barça”, aseguró el técnico. Infinita orfandad se asoma en el Barça.