EL PERFIL DE UN MITO AZULGRANA

Iniesta, el alma del talento

Marcos López

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A veces, y no solo en el fútbol, parece transparente, diríase que invisible. Está y se le ve, pero no se le detecta. Calla, mira, observa y después, como cuando tenía siete años e iba persiguiendo una pelota blanca que se colaba en las casas de los vecinos de Fuentealbilla, hace caso a su instinto. Él no habla; él, juega. Es manchego, pero se siente igual de catalán, arraigado como está a una tierra que le abrió las puertas cuando era un niño. Lleva mucho más tiempo en Barcelona (22 años) que en su pueblo (12), girando toda su vida en torno a un paisaje idéntico, repleto de rutinas maniáticas: La Masia-Miniestadi-Camp Nou-ciudad deportiva de Sant Joan Despí-Sant Feliu (casa de sus padres), Esplugues (su casa). No se ha movido de ahí en las dos últimas décadas.

Al principio estaba solo. José Antonio Iniesta (padre y albañil de profesión en La Mancha, colgado siempre del andamio) y Mari Luján (mujer viviendo abnegadamente detrás de la barra del bar Luján) estaban 500 kilómetros más abajo. Perdiéndose, por supuesto, la infancia con Maribel, su hermana pequeña. Pero Andrés resistió porque tenía siempre una pelota entre sus pies. Entonces, cuando lloraban hasta las viejas piedras de una Masia ahora cerrada, se refugiaba en el balón. "Todos vimos llorar a Andrés, llorar en silencio", recordaba Víctor Valdés, amigo, cómplice, confidente y vigilante de esas lágrimas. Lo recordaba en el libro autobiográfico del capitán azulgrana: 'La jugada de mi vida'. La jugada de su vida no fue el gol de Stamford Bridge (2009), prólogo de un año donde vivió atormentado por la desgracia incapaz de hallar una salida. Ni mucho menos. Tampoco fue el gol de Johannesburgo (2010) la jugada de su vida, epílogo a meses depresivos donde el fútbol dejó de ser el fútbol.

"Todos vimos llorar a Andrés, llorar en silencio. Se convirtió en una roca" (Víctor Valdés)

"Se convirtió en una roca", contó también Valdés, orgulloso de que ese pequeño y esmirriado niño, con cara porcelanosa, fuera derribando fronteras que parecían tabús. Utopías inalcanzables. "No sabíamos de qué planeta había venido. Era un extraterrestre", reveló Pedro Camacho, uno de sus primeros entrenadores en el Albacete, cuando vio asomarse por el campo de tierra a un diminuto jugador, al que le sobraban pantalones y camisetas por todos los rincones de su cuerpo. Al final, y después de insistir, todos hicieron caso a Manu, el primo de Andrés, que llevaba días clamando por ese desconocido extraterrestre. "Tengo un primo muy pequeñajo, pero es buenísimo. ¡Buenísimo!". Fuera, nadie reparaba en él. Dentro, era imposible no fijarse. "Era una maravilla verlo con la pelota, tan chiquitajo como era", recuerda Balo, otro de sus primeros entrenadores. "Lo sabía todo sin que yo le dijera nada", apunta Catali, exjugador del Albacete, otro técnico que disfrutó de su magia.

"Ni grita ni echa broncas, es un líder diferente, silencioso" (Jordi Alba)

Nadie le enseñó nada. Juega hoy igual que hace casi 30 años. "Lo veo jugar en el Barça y pienso: ¡Andrés juega igual que lo hacía con nosotros ¡Igual!'», exclama Chapi, uno de sus amigos de infancia. Sí, Chapi le llamaban en Albacete en honor al Chapi Ferrer, aquel pequeño, pero poderoso lateral derecho del Barça que cabalgaba por la banda. Con todo aprendido desde la cuna (su padre José Antonio llegó a jugar en la Tercera División manchega con el Atlético Ibañés), Andrés no dejaba de hablar con el balón. "Se expresa con el balón. Tiene ojos en la nuca", afirma Luis Suárez. "Ni grita ni echa broncas, es un líder diferente, silencios", apunta Jordi Alba. "Te cimbrea con su cuerpo, ni siquiera necesita mover el balón", precisa Mascherano.

Juega con la misma naturalidad que hacía en la pista del colegio de Fuentealbilla, a la sombra de un enorme pino que todavía hoy se levanta desafiante. Allí, y siempre contra niños mayores (no había de su edad), activó su intuición para sobrevivir. Ya entonces cimbreaba su cuerpo para evitar tarascadas o caer en el maldito cemento que te destrozaba la piel. "Su forma de girar. Eso es. ¡Cómo gira con el balón! Eso es lo que le hace realmente único", explica David Silva, el mago canario del Manchester City. "Andrés no corre, Andrés se desliza", subraya Pep Guardiola, el compañero que avisó a Xavi del acontecimiento histórico que estaban viviendo en el viejo campo de La Masia cuando Serra Ferrer le abrió la puerta del primer equipo con apenas 16 años.

"Yo no descubrí nada. Andrés era un fenómeno, un genio de la naturaleza" (Serrar Ferrer, el técnico que lo hizo entrenar con el primer equipo con solo 16 años"

"Yo no descubrí nada. Andrés era un fenómeno, un genio de la naturaleza", explica el ahora director deportivo del Betis. Asustado como estaba no sabía como cruzar la barrera del Camp Nou. Fue entonces cuando Antonio Calderón, el encargado, le pidió a Luis Enrique que lo bajara en el coche al estadio. "El afortunado no fue Andrés, el afortunado fui yo de poder bajarlo", recuerda el extécnico azulgrana. Asustado seguía cuando abrió la puerta del santuario por dentro, pero al pisar el césped todo cambió. "Tú, Xavi me retirarás a mí. Pero este", en alusión a Andrés, "nos retirará a los dos". Así fue.

La profecía de Pep quedó cumplida ante un jugador antiguo. Antiguo porque entiende el fútbol como una cuestión de honor, huyendo de la propaganda o de la industria, adorado desde sus primeros y tormentosos días en La Masia. "¿Cómo anda el Sabio hoy?", solía preguntar, de forma metafórica, Jaume Olivé, uno de los gurús de la cantera azulgrana, el hombre que junto al difunto Profesor Oriol Tort, el verdadero tótem, un revolucionario porque cambió la mirada sobre los niños. El físico quedó aplastado por el ingenio.

"Andrés es magia, pura magia. Lo llamamos Harry Potter" (Luis Enrique, extécnico del Barça)

"Andrés es magia, pura magia. Lo llamamos Harry Potter porque hace magia en el campo. Con su visión periférica calibra antes y no necesita mirar hacia atrás para saber lo que debe hacer con la pelota", revela Luis Enrique. "Creo que Paco lo definió perfectamente", explica Guardiola refiriéndose a Paco Seirulo, expreparador físico del Barça. "Andrés es uno de los más grandes. ¿Por qué? Porque es un maestro de la relación espacio-tiempo. Siempre sabe dónde está y qué ocurre a su alrededor, no necesita ni llevar el balón".

"A veces piensas que Andrés está en la grada y no en el campo", dice asombrado Vicente del Bosque, el seleccionador con el que compartió la ruta hacia la eternidad en Suráfrica. "¿Por qué digo esto? Porque tú, desde ahí arriba, dices: ‘Ahora deberías pasar el balón allí’ Y va Andrés y lo pasa allí. ‘¡Yo haría esto!’ Entonces, aparece Andrés, como si hubiera bajado de la grada, y lo hace con toda naturalidad".

Iniesta recoge el trofeo de la Nike Cup en 1999 de las manos de Guardiola en el Camp Nou.

Iniesta recoge el trofeo de la Nike Cup en 1999 de las manos de Guardiola en el Camp Nou. / .411231

"Andrés es uno de los más grandes. ¿Por qué? Porque es un maestro de la relación espacio-tiempo" (Guardiola, técnico del City)

Invisible pareció siempre, hasta cuando las altas vallas publicitarias del viejo Camp Nou le impedían ver el fútbol cuando ejercía de recogepelotas. Invisible pareció cuando sin ser medio centro firmó partidos descomunales. Invisible cuando le tocó ser falso extremo, siempre supliendo a Giuly. O invisible hasta para los propios futbolistas. "Practica el fútbol 'slow-motion', tiene un don especial, es un jugador de Play-Station", dice Neymar.

"A veces puedes pensar que no hace nada, pero resulta que lo hace todo. Tiene algo que me maravilla. Hay un momento en el que piensas que le vas a atrapar y que le quitarás la pelota. Pero nunca le pillas”, afirma con admiración Messi. “Lo más difícil en el fútbol es lograr que cada jugada parezca sencilla, fácil, como si no costara nada. Todo lo que hace con la pelota es increíble y parece no darle importancia. Con naturalidad, como si nada. Cuando el partido se pone áspero, yo siempre le decía: ‘¡Andrés, acércate!”, añade Leo. Ya no lo tendrá a su lado.