DE ZAMORA A PIQUÉ

Los villanos del derbi

Piqué no es ni mucho menos el primer jugador en sufrir la hostilidad de la afición rival de la ciudad. Zamora, Kubala y Canito aguantaron también en su día sonoras pitadas

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Frederic Porta

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La tendencia a convertir futbolistas en villanos debe resultar consustancial a la eterna rivalidad. Sea por cambiar de bando, por declaraciones o por mil variados motivos, la historia de piques y desavenencias protagonizadas entre jugadores de Barça Espanyol llega ya a centenaria. En un lenguaje acostumbrado a la hipérbole, la prensa de antaño resumía el trasvase entre clubes con un delicioso eufemismo: cruzar la Diagonal.

Ir de Sarrià Les Corts, o viceversa, se podía entender como delito de alta traición. Para descargo y consuelo de Gerard Piqué, el fenómeno es ya tan viejo como la tos. Al fin y al cabo, según confirma Manuel Tomàs desde el Centre de Documentació del FC Barcelona, han sido 103 los profesionales que han cambiado la zamarra y vistieron ambas.

Con el 'Divino' empezó todo

Desde Gustavo Green en 1901, pionero en el salto, hasta Philippe Coutinho, el último por ahora, de todo ha habido en la botica de los trasvases. Además, sumen a los siete técnicos que han preparado a ambos equipos, con Ernesto Valverde como ejemplo vigente. 

Linealmente, abre hostilidades Ricardo Zamora, el gran portero de su generación. Tras llegar al Barça con Samitier para inaugurar la Edad de Oro blaugrana, al cabo de tres temporadas deja Les Corts y regresa al club amado. Sí, el apodado Divino era españolista hasta los tuétanos, nunca se escondió. Le convenció una suculenta oferta bajo mano en tiempos de amaterismo oficial.

Ganas de hacer sangre

A los culés poca gracia les hizo tal devoción y la potente prensa satírica de la época, liderada por ‘Xut!’, sacó punta al asunto, popularizando el apodo de "pericos". Ganas de hacer sangre con los cuatro gatos que, según la revista de Valentí Castanys, se citaban entonces en Sarrià. Y el minino más famoso de la época era el célebre Gato Félix, entonces conocido aquí como Gato Perico. Por tanto, no hay pájaros en la génesis de ese alias, duro, sarcástico y lanzado desde filas adversarias. Al igual que el de culé, sin ir más lejos.

Eso de las pullas, queda comprobado, resulta inherente a la pasión del fútbol. Conste que el voltaje de aquellos días es ya insuperable. El 18 de enero de 1920 se vivió el choque Espanyol-Barça más violento de la historia, con cuatro expulsados, 0-1 de penalti y otra pena máxima detenida por Zamora, entonces aún arquero blaugrana. Cual sería el ambiente que Ricardo declaró: "He vivido la mayor satisfacción de mi vida deportiva". Impedir el empate de los suyos contra los otros que le tocaba proteger.

Traición de mercenario

Sigamos en el fregado. Cuando Ladislao Kubala decidió volver a calzarse botas tras haber sido un mito del barcelonismo, la opción que más convenía a una biografía nómada como la suya consistía en arraigar la familia en su amada Barcelona y enfundarse la camiseta blanquiazul, ya muy veterano.

La masa social del Barça entendió la jugada como una absoluta traición de mercenario y, hostigada desde la prensa afín, puso la cruz al húngaro revolucionario. No quisieron entender que aquel club en práctica bancarrota presidido por Enric Llaudet había fastidiado repetidamente los deseos de Laci. Primero, tras la debacle de la final de Berna, le invitó a retirarse para dirigir una escuela de futbolistas, la proto-Masia, cerrada al poco tiempo por recortes económicos. 

En 1920 se vivió el Espanyol-Barça más violento de la historia con Zamora de protagonista

Más tarde, aunque una cláusula del contrato lo impedía, fue obligado a entrenar sin éxito a sus excompañeros. Y en el tercer cacareo del bíblico gallo, cuando Kubala pidió volver al equipo como futbolista, Llaudet se lo negó por viejo, un feo que el mito encajó fatal. No aceptó la oferta de Sarrià solo por dinero ni para hacer la puñeta donde más doliera al corazoncito culé, como creyeron nuestros ancestros, sino por orgullo y no mover bártulos de la capital catalana.

En el primer partido de regreso al Camp Nou, la pitada resultó monumental, aunque le rescató el detalle de su íntimo amigo César Rodríguez, otra leyenda entonces en el banquillo local. Consciente de su veteranía y limitaciones, César le puso a Vergés como secante y así salvó la imagen disminuida de Kubala. El Barça ganó 4-0 y las aguas parecieron volver a su cauce. Traidor, quizá, pero derrotado, seguro. 

Juguete roto

El penúltimo paradigma de vileza, si nos movemos en términos sanguíneos, fue el malogrado José Cano Canito, españolista a ultranza traspasado al Barça gracias a un formidable talento nunca explotado. El sensacional defensa sigue siendo paradigma del juguete roto, del caído en desgracia tras residir en el Olimpo, pero su leyenda perica se agrandó por expresión de sentimiento.

«El Barça ya es historia para mi; borraré problemas y manos negras» (Canito)

Era capaz de celebrar un gol blanquiazul en pleno Camp Nou o de vestir su zamarra preferida por debajo de la distintiva del club que le pagaba. Tras regresar a Sarrià en 1981, su ingenuidad armó un alboroto al declarar: "Miro hacia adelante y veo el panorama blanquiazul. El Barça ya es historia para mí, borraré problemas y manos negras".

El clavo disimulado

Si nos trasladamos a terreno de la transgresión del reglamento, también abundan referencias. Por una parte, el durísimo defensa Antoni Argilés, especialista en perseguir azulgranas en los 50 y 60, tendencia que le convirtió en aborrecido por los rivales. O los argentinos Torito Zuviría y Milonguita Heredia, a quienes se les ocurrió saltar a un derbi con un clavo disimulado bajo una venda en la muñeca, punzón que mostraron a cuantos rivales les acechaban durante la primera mitad. Tras el descanso, advertido ya el colegiado de turno, las armas desaparecieron de escena.

Que Gerard Piqué hable hoy de "Espanyol de Cornellà" debe ser apenas otra muesca en la interminable lista de agravios entre eternos rivales. Al fin y al cabo, fue Joan Laporta quien inventó la cita en junio del 2010, justo antes de estrenar el nuevo campo de Cornellà-El Prat, al declarar que "el derbi de Barcelona se ha convertido en derbi metropolitano", definición que suscitó una tremenda polvareda. Ya en pleno siglo XXI, para continuar la tradición, cada cual se lo toma o lo argumenta según el color del cristal con el que mira.