Messi enseña que es un '10'

El crack argentino mantiene al Barça en la liga con su gol 500 con la camiseta azulgrana

Messi saluda a la grada tras anotar el tercer gol al Madrid.

Messi saluda a la grada tras anotar el tercer gol al Madrid. / periodico

ALBERT GUASCH / MADRID

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Cuando los jugadores del Barça salieron a calentar sonaba por los altavoces del Santiago Bernabéu un estruendoso clásico del hard rock: ‘Thunderstruck’, de AC/DC. ‘Thunderstruck’ significa atónito, estupefacto. Cuesta no caer en la tentación de encontrarle un paralelismo al estado en que quedó el estadio blanco al final del partido. El tercer tanto azulgrana, en los instantes en que se consagra normalmente Sergio Ramos, silenció el coso blanco como solo Messi puede hacerlo y de paso enderezó la nave azulgrana, que se salvó del temido hundimiento. Llegó a Madrid con música de funeral. Se fue saltando y vibrando. Estruendo. ‘Thunderstruck’. 

Messi es Dios. Se ha dicho muchas veces. No viene de una más. Últimamente parecía que se le iba reduciendo la ventaja natural de su talento. En comparación consigo mismo, daba la impresión de haber bajado un escalón. Tampoco más. Pero bastó un meneo glorioso a Casemiro en el centro del campo, una carrera vertical como una pared de escalador y el gol, qué gol, el primero, para romper en pedazos cualquier conclusión precipitada. Por el tercero, el 500 de su carrera en el Barça, le debe un abrazo enérgico a Sergi Roberto, cuya diagonal desde el lateral merece un mapa.  

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Con su victoria en el Bernabéu, la sexta en 10 años en Liga, el equipo consiguió remontar un estado de ánimo dubitativo. Se quitó la capa de óxido que se le descubrió en los últimos partidos. Y va a por la Liga. Claro que sí. El legado de Luis Enrique aún puede dar más de sí.

CICLOTIMIA

Luis Enrique se jugaba un final digno a su brillante etapa. Capitanea un barco que se ha ido hundiendo sin que se sepa con clara precisión por qué. Se sabe que han habido fugas de agua, pero encontrarlas no resulta tan sencillo. Pero de la misma manera que pasa una cosa, pasa la otra. De repente, la nave funcionó engrasada como en los mejores días. Un partidazo. Y suscitará el entusiasmo a la vez que más preguntas. La fundamental: ¿a que viene esta ciclotimia? 

Sin Neymar, el Barça abandonó el ataque en espasmos y recuperó la cocina, la cocción lenta, el chup chup pausado. El Barça reconocible, plástico y prágmatico a la vez, de tantos años. El prodigio de Messi en el primer tanto, el trueno de Rakitic y el escopetazo definitivo del argentino alargan ahora la vida del equipo y dan aire a la directiva.

Un resultado adverso giraba el foco hacia una directiva que se encuentra cómoda en el segundo plano, complaciente con los que ostentan el poder en el vestuario, y temerosa de las polémicas relevantes y afín a las más gestuales. Hacia ellos, hacia los gobernantes, iban a recaer las exigencias. Pero todo ello queda aplazado. O resulta menos perentorio públicamente. Aún no se sentirá presionada a girar la manivela de las contrataciones y de las bajas, de las renovaciones y de la búsqueda del nuevo entrenador. 

AÚN HAY UN TRECHO

Sin Neymar, pese a la murga de los tambores de guerra de la directiva ante el TAD, farol a la postre pueril ante un organismo que no se dejó impresionar, no tanto por principios como por el absentismo perezoso de sus miembros, el equipo azulgrana se encomendó al de siempre. Messi como único referente. Con Neymar como el mejor se pueden ganar muchos partidos, pero cuando el que ejerce de número uno es el argentino, se ganan títulos y se dan golpes tan vitales como el de ayer en Madrid. Es el trecho que aún separa a los dos cracks.

Nunca se deja intimidar el argentino, que dejó para la posteridad unas cuantas imágenes brutales. No solo anotó dos golazos, no solo logró sobreponerse al apoyo cojo de Alcácer, no solo bregó épicamente con un espadadrapo blanco en la boca, no solo puso en combustión el partido y lo inclinó con sus decisiones y su determinación. 

Messi, al final, se quitó la zamarra azulgrana del 10 y la mostró a todo ese estadio que se quedó estupefacto. Todas las cámaras en 4K le enfocaron. Los espectadores madridistas empezaban a sentirse en propiedad de un nuevo relato de superación, de gesta imposible alcanzada, más mística del Bernabéu, al igualar con solo 10 jugadores tras la expulsión de Ramos un encuentro cuesta arriba.

Fue en sí esa exhibición de la camiseta toda una demostración de orgullo por unos colores que deberá lucir durante los años que sus piernas aguanten. Pareció un maravilloso anuncio de barcelonismo.

Toca ahora renovarle. Todo el mundo sabe que habrá que suministrarle los cuartos que sean necesarios a su cuenta corriente. Parece que su padre y Josep Maria Bartomeu, el presidente, están acabando de coser los detalles.  Nadie quiere dudar de que será así. Se le necesita para acallar muchas veces al madridismo. ‘Thunderstruck’.