El juventino de Barcelona

Alberto Marini, guionista y director de cine que lleva 20 años en la ciudad, explica cómo cambia su vida el Juve-Barça

Messi intenta avanzar ante Vidal en la final de la Champions de Berlín en el 2015. Junto a ellos, Pirlo, y detrás, Morata. Ninguno de los tres sigue en la Juve.

Messi intenta avanzar ante Vidal en la final de la Champions de Berlín en el 2015. Junto a ellos, Pirlo, y detrás, Morata. Ninguno de los tres sigue en la Juve. / periodico

ALBERTO MARINI

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El año pasado mi mujer me regaló un pulsómetro y resulta que un par de noches intersemanales al mes, de las 21 hasta las 23 horas más o menos, tengo una media de pulsaciones superior a 160, algo que no alcanzo ni corriendo 20 kilómetros. Curiosamente solo ocurre los días de Champions. Sí, soy de aquellos que lo pasan mal, fatal, cuando juega su equipo. Soy de aquellos que no comen, que ven su humor estúpidamente afectado por el resultado. Desde chaval vivo el fútbol de manera muy intensa, demasiado, pero no puedo evitarlo. He crecido en una ciudad donde el derbi es algo que traspasa lo deportivo: te puede ir todo mal en la vida pero, si le ganas al Torino, no se puede considerar un mal año. Y al revés. Por un Juve-Toro, la ciudad se divide (¡con mayoría ‘granata’ y minoría ‘bianconera’!), dejas de hablar a los amigos del equipo contrario y hasta sé de parejas en las que uno de los dos vuelve a vivir temporalmente con los padres para no liarla en casa. 

En este aspecto, la lejanía de mi ciudad natal me ha venido bien. Llevo casi 20 años en Barcelona y esa malsana tensión afortunadamente ha menguado. Debería agradecerlo y alegrarme, sobre todo por mi corazón. Pero no. Soy masoquista y, a mi pesar, busco otras oportunidades de vivir todo aquello.   

NO ODIO AL BARÇA

Podría vivir este Barça-Juve de manera serena, sabedor de que no hay una rivalidad histórica, que todo se queda en lo deportivo, que nadie me retirará la palabra ni me mirará con odio, vaya como vaya. Pero no. El Barça-Juve va a ser mi derbi personal. Va a ser mi Juve-Toro, con algunas sustanciales diferencias. En primer lugar no odio al Barça. Cuando niño, era mi equipo español favorito y hasta hace dos años he ido religiosamente al Camp Nou con mi carnet. Después, y sobre todo, va a ser un derbi puramente unilateral. Es esto lo anómalo y friki del asunto.

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Para los blaugranas la Juve no es algo diferente al PSG o al Bayern. Lo entiendo. Sería raro lo contrario. De hecho estaba en el Comunale la noche en la que Archibald nos echó de una ChampionsArchibald  que pensábamos ganar. Recuerdo que lo sufrí. Pero ahí se acabó. El Barça entonces para mí no era más que otro equipo, igual que el Real Madrid o el Liverpool. Esa tristeza por la derrota se queda lejísimos en la escala de intensidad de la alegría con la que salí del Camp Nou tras el gol de Zalayeta en el 2003 o del profundo, intenso, devastador desánimo tras perder la final de hace dos años. Vivir cerca del contrincante cambia las cosas. Las cambia radicalmente.

Mi vida está ahora en Barcelona y vuelvo a palpar de cerca, muy de cerca, la emoción del adversario. Lo quiera o no, la felicidad del contrincante va a ser mi dolor, su desolación mi alegría. Así como pasaba con el Toro, por mucho mejor que me caiga el Barça.

Ya he salido de los principales chats que tengo con los amigos de aquí y procuro reducir a lo indispensable las relaciones sociales con la gente más culé (afortunadamente mi mujer es bética, por lo que sigo viviendo en casa). Ya me he quitado el pulsómetro y me preparo para pasarlo mal, para vivir emociones dramáticamente contrarias a la gente que me rodea, a gente que muy pronto volverá a ser amiga pero que ahora no lo es. No sé vivirlo de otra manera. Pero de eso se trata: su felicidad es mi dolor, su tristeza mi alegría. Es un derbi. Mi derbi.