El cansancio de Lucho y el vacío de Pep

Luis Enrique se libera tras anunciar su marcha y solo se volcará ahora en la gestión del adiós

Luis Enrique, en un entrenamiento de esta temporada con el Barça.

Luis Enrique, en un entrenamiento de esta temporada con el Barça. / periodico

JOAN DOMÈNECH / BARCELONA

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"Me he vaciado", dijo Pep Guardiola para justificar su adiós al Barça en el 2012. "Me va a venir bien descansar", argumentó Luis Enrique el miércoles. Cinco años después, los dos entrenadores más exitosos de la historia del Barça, los únicos firmantes del triplete más valioso (Liga, Copa y Champions) se despiden de la misma manera. Por el mismo motivo: el desgaste. El cansancio, El hastío.

Demasiadas renuncias, demasiadas servidumbres, demasiados disgustos que ya no se pagan con dinero ni títulos. Ninguna recompensa sufraga el peaje personal y profesional puesto al servicio de un vestuario y un club como el Barça. El ego está saciado. El palmarés se ha estrenado hasta alcanzar proporciones gigantescas. Los títulos acreditan la valía del entrenador, por más que la decisiva intervención de Leo Messi invite a repartir la autoría.

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Luis Enrique aceptó ampliar el contrato de dos años tras la final de Berlín. El éxito de junio enterró el traumático capítulo de Anoeta en enero (el 'cristo' con Messi y la despedida de Zubizarreta) y la campaña electoral demandaba un gesto de estabilidad, que era el valor que defendía la candidatura de Bartomeu. El presidente incorporó a Robert Fernández como secretario técnico para acompañarle –"mi posición es más débil", dijo Luis Enrique cuando cayó fulminado Zubizarreta– y con él emprendió la renovación de la plantilla el pasado verano.

EL GESTO DEL VERANO

Fernández apostó por futbolistas de futuro sabiendo ya que a Luis Enrique solo le preocupa el presente. Estaba avisado de que podía ser el último año. El presente era, todavía es, el grupo de los titulares. A ellos les había entregado el alma a cambio de los títulos. El tridente pincha y corta y Luis Enrique ha comprobado, igual que vio Guardiola, que su incidencia puramente técnica, que su ascendencia en los jugadores, se iba reduciendo sin remedio. El tridente es un ente casi autónomo, Rakitic ha dejado de ser su protegido, Arda Turan nunca se ha ganado serlo, y el vestuario y la grada echan de menos mejores dosis de fútbol.

A Luis Enrique solo le queda, gestionado el anuncio del adiós con el cuarteto que elegirá a su sustituto (Bartomeu, Fernández, el vicepresidente Jordi Mestre y Albert Soler, el director de deportes profesionales), la gestión del final de temporada. El foco está en los jugadores.

El club bendice el momento de la decisión porque activará un plus de motivación de los futbolistas, presuntamente liberados de la incertidumbre sobre el entrenador. En realidad, se ha liberado Luis Enrique, que puede elegir ya su futuro –un año sabático o la aventura en la Premier– y se ha liberado el club, que ya puede dedicarse exclusivamente a buscar un recambio que esté a la altura. El retrato robot perfecto se asemeja al de Guardiola y Luis Enrique.