Triunfo de rebeldía del Barça

El equipo azulgrana se levanta con un triunfo valioso en el Calderón impulsado por las manos de Ter Stegen y la fe de Messi

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MARCOS LÓPEZ / MADRID

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Celebró Messi el gol como si no existiera un mañana. Celebró con gran rabia el signo de un triunfo que es todo un tesoro. No era el Barça en su estilo porque Luis Enrique, al comprobar que el equipo moría por inanición, decidió dar un atrevido paso al frente. Optó el técnico por atacar en el Calderón con una línea de tres centrales, mientras se protegía atrás con cuatro defensas cuando el Atlético olía la sangre. Hubo media hora en que el campeón estaba moribundo, conectado por tubos a la respiración artificial, que le proporcionaba Ter Stegen, estando desconectado del balón. Y del juego.

Andaba el Barça transitando por la cornisa, a punto de despeñarse en la Liga, con lo que eso implicaría en la Champions, más perdida que nunca, mientras Luis Enrique recuperó algo que parecía perdido. De pronto, y superando la depresión parisina y el aburrimiento con el Leganés, el Barça se reactivó, rebelándpose contra el destino. Diríase incluso que ganó como si fuera el Atlético de Simeone. Con el sudor impregnando el rostro de cada uno de sus jugadores, asumiendo que cuando no hay fútbol (y no hay), toca disfrazarse, tal obrero de un taller, de sol a sol, manchado de grasa, en el partido número cien del asturiano en el banquillo.

CAMBIO TÁCTICO

Agitó Luis Enrique al Barça para que recuperara su raiz. Cambió el técnico hasta el dibujo táctico, colocando un 3-4-3 en ataque, que se convertía en un 4-4-2 cuando apretaba el Atlético. Y apretó tanto en la media hora inicial que se colgó del larguero de Ter Stegen para salir indemne. De las manos del meta alemán y de los pies que parecían inacabables pulpos de Umtiti, capaz de llegar a todos los rincones del área. Por arriba, el central francés fue un coloso, transformado en un bombero echando botes de agua al incendio que proporcionaba el cholismo cada vez que atacaban.

Atacaron mucho. Además, el césped, alto y seco, césped mourinhista, se erigió en otro aliado del Atlético, quien entendió mejor que nadie el arranque de una tarde gobernada por los porteros. A las majestuosas paradas de Ter Stegen replicó después Oblak. Superada esa tormenta, el Barça quiso meterse en el partido. Sin jugar a fútbol, eso hace tiempo que lo olvidó, como si no perteneciera ya a su ADN, apeló a otros valores. Aguantó esa media hora y después, guiado por las manos de Ter Stegen, los pies de Rafinha (un gol de barullo) y la fe, indesmayable como siempre, de Messi. Tras otro barullo, Leo decidió ganar un partido que vale mucho. Quién sabe si una Liga.

VALENTÍA DE NEYMAR

Tras cada rebote, el Barça, sobre todo en la segunda mitad, entendió que se estaba jugando la vida. Así, y tras el empate de Godín, que castigó un taconazo innecesario de Busquets, reaccionaron los azulgranas. No pregunten por el juego, ni reparen tampoco en el estilo, partido como anda el equipo de Luis Enrique. Pero sobrevolando ese volcánico ambiente que sacudía el Calderón se levantó el Barça, inspirado por la valentía de Neymar, una valentía futbolística, sin dejarse intimidar por las botas de los defensas rojiblancos. Un atrevido Ney tuvo al portero que le guardó la espalda.

A diferencia de lo que ocurrió en París, el campeón supo rebelarse, peleando contra sí mismo, transformando cada rebote en un pasaporte para la supervivencia. Estaba noqueado con ese tanto de Godín, con el reloj caminando hacia su condena final en el Calderón cuando Messi, el tipo que no entiende jamás de rendiciones. Quizá no era su partido más fino. No estaba delicado como acostumbra el 10. Ni así se abandonó, consciente de que llegaría su momento. Y, por supuesto, llegó.

Una falta que sacó, precisamente él, acabó siendo el gol que insufla toneladas de esperanza al barcelonismo. Diríase que ninguno de los dos tantos (ni el de Rafinha ni el de Messi) son made in Barça, pero transmiten el orgullo y la rebeldía de su equipo. Y Leo se besó el escudo.

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