1+9 = Leo Messi

Las manos, y los pies, de Cillessen unido al oportunismo de Suárez fueron decisivas, pero no tanto como el genio del 10 argentino

Leo Messi, rodeado de jugadores atléticos.

Leo Messi, rodeado de jugadores atléticos. / JORDI COTRINA

MARCOS LÓPEZ / BARCELONA

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Juega él como si no existiera el mañana. Tal vez, pensando que es su último día. Incapaz de aburrirse  en cualquier partido. Y mucho menos en una vuelta de una semifinal de Copa. Juega él con fanática devoción hacia un balón, aunque ni lo viera en los primeros 35 minutos de una desastrosa primera mitad azulgrana. Ni así se deprime Leo Messi, sosteniendo la esperanza de un Camp Nou donde había muchas sillas vacías (67.734 espectadores) para la dimensión del partido. Pero el Barça, que hace tiempo que dejó de ser un equipo singular para ser terrenal, apeló a lo tradicional. Un portero, aunque sea el suplente Cillessen, siendo decisivo con paradas determinantes y un nueve (Suárez), tan oportuno una noche oliendo el balón como eficaz: un tiro a puerta, un gol.

O sea, 1+9= Leo Messi. Ni más, ni menos. Porque nada de lo que es el Barça actual, ni el pasado ni, por supuesto, el futuro podría imaginarse sin la estrella argentina. Es cierto que André Gomes, tímido por naturaleza, se desató con un buen inicio de jugada, abriendo el catálogo de genialidades del 10, atrayendo hacia sí hasta cinco jugadores del Atlético. La ecuación es sencilla. Si están cinco con Leo, hay alguno que está libre. No es casualidad que lo sea siempre, o casi siempre, Suárez. Arrancó Messi y el estadio se iluminó, al tiempo que Simeone debía temerse lo peor, consciente quizá de lo que se le venía encima. Ocurrió. Sí, ocurrió. Como tantas y tantas noches.

Arrancó Leo y todo el paisaje sombrío mutó de forma tan prodigiosa que hasta el Barça pareció por unos segundos un equipo realmente descomunal. Un rayo rasgó el césped del Camp Nou en forma de disparo que Moyá, el guardameta rojiblanco, bastantes problemas tuvo con sacarse el balón de encima despejando hacia su izquierda. No contaba el portero del Atlético con que Suárez andaba por ahí. Podía estar a la derecha del área, pero no. El 9 quería añadirse al gran partido del 1 para hacer la suma perfecta del 10.

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Porque el gol lleva la rúbrica del viejo delantero centro pero, en realidad, le pertenece a Messi porque inventó de la nada una jugada que resultó decisivo. Acabó el partido entre gritos de «¡asesino, asesino!» por una dura entrada de Filipe Luis sobre Messi que solo mereció cartulina amarilla cuando el Camp Nou tenía el corazón a punto de estallar.

Una fe infinita

Sufría, como ya anunció Luis Enrique, todo el barcelonismo y la única opción era darle el balón a Messi para evitar el desastre en un volcánico partido donde sobrevivió por las manos de Cillessen en la primera parte, la fe casi infinita del 10 y un equipo que, una vez perdida toda su esencia, defendio cada pelota como si le fuera la vida. Y le iba realmente en ello. Suárez, ocho goles en los ocho últimos partidos, se marchó echando fuego por la boca por su expulsión, mientras el Camp Nou entendió el drama al instante.

Colgado del larguero quedó el Barça de Luis Enrique con 10 jugadores, por la expulsión infantil y absurda de Sergi Roberto, que se olvidó de que ya tenia una cartulina amarilla, y también con 9 cuando Suárez enfiló el camino de los vestuarios. Colgados estaban todos del larguero, incluido Luis Enrique, en un final que jamás imaginó que resultara tan complicado, dejando imponentes imágenes como ese soberbio lanzamiento de falta que hiso estremecerse la portería de Moyá. En realidad, tembló todo el estadio en un final tan tenso que acabó con miles de culés en el estadio derrengados, como si ellos hubieran jugado. Pero nadie jugó como Leo.