Petróleo en el área

El Barça sentencia el duelo contra el Athletic en sus dos primeros remates y Luis Enrique se permite el lujo de hacer rotaciones (3-0)

Alcácer celebra su primer gol en la Liga con la camiseta azulgrana durante el Barça-Athletic.

Alcácer celebra su primer gol en la Liga con la camiseta azulgrana durante el Barça-Athletic. / periodico

JOAN DOMÈNECH / BARCELONA

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Tres de los cuatro partidos ha ganado el Barça al Athletic y en todos ha sufrido más de lo que muestran los marcadores, que a la larga acaban dictando justicia. Y en el doble episodio de Liga y Copa, el Barça expresó su superioridad en el área. En la ajena, allí donde es incomparable (3-0), sobre todo al cuadro vasco.

Petróleo sacaron los azulgranas del pozo que detectaron en el Gol Sud, el de Travessera. De dos remates extrajeron dos goles. Luego acudieron a perforar la portería de la Diagonal, allí donde los vascos habían localizado un yacimiento sin saber sacar algo de provecho, y encontraron el tercer gol que les convirtió en millonarios con la inversión mínima.

UN SACRILEGIO DE CAMBIO

Sacó el Barça adelante el compromiso con el Athletic con una holgura insospechada. No solo salió indemne de una alineación singular, por decirlo de alguna manera, plena de cambios, sino que goleó al rival y Luis Enrique se permitió el lujo de sustituir a ¡Leo Messi! a la hora de partido, un sacrilegio, algo que no sucedía desde octubre del 2014; es decir, desde la prehistoria, cuando se formaron los hidrocarburos de Les Corts.

Messi se sentó en el banquillo y al rato esbozó una sonrisa, lo que disipó cualquier temor. Seguramente porque vio incluso a Aleix Vidal mojarse con un chorro negruzco del tercer remate entre los tres palos y cerrar el partido. Solo faltó que, del tridente, se manchara Neymar, elegante y refinado fuera del área, toda vez que Alcácer ocupó el sitio de Luis Suárez para que el uruguayo esté fresco el martes ante el Atlético.

SEÑALES COPERAS

Fue esa una de las señales que indicaron que, por rezagado que marche en la Liga el equipo, Luis Enrique privilegia la Copa. Mathieu fue el lateral izquierdo y Aleix, el derecho, por detrás de un centro del campo formado por Rafinha, André Gomes y Arda. Estuvo sentado Suárez, y estuvieron sentados Alba, Sergi Roberto y Mascherano, reservados para sellar el pase a la final después de que, también en el Manzanares, el Barça excavara un pozo caudaloso.

Si extraño era el once inicial, aunque el equipo mostrara el dibujo habitual, más extraño fue la formación que acabó el partido. Sergi Roberto y Mascherano renovaron la defensa, Rakitic recuperó su posición de interior derecho y Aleix Vidal acabó en punta, convirtiendo un 4-4-2 en un 4-3-3 de lo entusiasmado que estaba por haber marcado un gol en una escapada. Tuvo el cuarto en sus botas y falló dos asistencias para los demás.

Y, sin embargo, algún pito escuchó Ter Stegen. Y no por sus fallos, o una trayectoria errática, ahora que se ha entonado y está salvando puntos, sino por ¡retener el balón! Por pensárselo demasiado, buscando la mejor oferta de sus compañeros  y no lanzarlo con un patadón. El alemán aunó eficacia con los pies y al manos, porque sus deditos evitaron que el Athletic se adelantara.

LA LENTITUD DE IRAIZOZ

Todo lo contrario de Iraizoz, calamitoso con los pies y las manos. Nadie iba recriminarle nada en el Camp Nou, pero el caso es que los dos primeros disparos del Barça (los únicos en el primer tiempo bien dirigidos entre los tres palos) le desnudaron, y en el tercero de Aleix volvió a quedar en evidencia por su lentitud en reaccionar, igual que en los anteriores remates. Neymar ni siquiera le puso a prueba porque sus tiros salieron todos fuera.

Allí donde brilló el Barça, en el área ajena, se estampó el Athletic, que molestó sin ser impertinente del todo. Raúl García estrelló un remate en el poste cuando amanecía el choque (m. 2) y Williams cabeceó fuera en un excelente centro de Laporte. Creyéndose frente a un yermo desierto, el Athletic se entretuvo por otras zonas, menos áridas y más amables, marchándose dejando tras de sí la sensación de que desperdició una nueva oportunidad para codearse con los ricos terratenientes del lugar.

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