Medio siglo de la venta del campo de Les Corts

Josep Maria Figueras y Enric Llaudet en el momento de cobrar el primer talón de 20 millones de pesetas por Les Corts

Josep Maria Figueras y Enric Llaudet en el momento de cobrar el primer talón de 20 millones de pesetas por Les Corts / CENTRE DE DOCUMENTACIÓ DEL FCB

FREDERIC PORTA / BARCELONA

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Hace exactamente medio siglo, el Futbol Club Barcelona se quitaba por fin un tremendo peso de encima, una pesadilla financiera que había durado una década completa. Enric Llaudet recibía de manos de Josep Maria Figueras, factótum de la inmobiliaria Habitat, el primer talón de 20 millones de pesetas que el club ingresaría por la venta de su viejo estadio de Les Corts, valorado finalmente en 226 millones. Quedaban, por fin, atrás, casi nueve años de infrautilización de la catedral de Travessera, bloqueada desde la construcción del Camp Nou a causa de recalificaciones urbanísticas pendientes que nunca llegaban.

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Durante ese largo lapso de tiempo, la casa que Joan Gamper había construido en 1922 servía como exagerada sede del filial, el Condal, para albergar algún amistoso del primer equipo, competiciones de las diversas secciones del club e, incluso, como recinto de alquiler para todo aquel que quisiera pagarse el gustazo de saltar al mismo césped decadente donde ejercieran mitos como AlcántaraSamitierCésar Kubala.

En febrero de aquel 1966, la piqueta había iniciado la demolición de un santuario venido a menos, plagado de ratas y que amenazaba ruina por evidente desatención. Las fricciones entre diversas administraciones franquistas dejó desatendida la súplica de una directiva ahogada económicamente, a la que salvó finalmente un beneplácito conseguido en consejo de ministros celebrado en el Pazo de Meirás gracias a la mediación de Torcuato Álvarez-Miranda, clave para desencallar el asunto.

FICHAJES DE RELUMBRÓN

¿Cómo se había llegado a tan delicada situación?. Una vez adquiridos los terrenos, la directiva del falangista Miró-Sans presupuesta la obra del Estadio en 66,6 millones de pesetas. Durante tres años, los planos diseñados por Francesc Mitjans -primo del presidente- y Josep Soteras se irán tornando realidad. Por el camino, la entidad estira mucho más el brazo que la manga de sus posibilidades reales. No se escatiman fichajes de relumbrón para evitar la hegemonía imparable del Madrid de Di Stéfano. Aquí, Samitier tira de talonario para traer a Evaristo, Luisito Suárez y tantos otros acompañantes del líder Kubala.

El coste deportivo se desboca, aunque mucho menos que el descontrol de gestión de la faraónica obra, de la nueva casa de los culés. Al final, la factura se cuadriplica hasta los 288 millones de pesetas. El club amenaza con entrar en bancarrota.

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El déficit disparado provoca, tras la hecatombe de Berna, el inicio de la conocida como travesía del desierto. Los 14 años sin una Liga, tortuoso camino iniciado con el disparate de haber traspasado a Suárez, el líder evidente de la transición post-Kubala, al Inter de Helenio Herrera y Moratti padre, por 25 millones de pesetas. Gracias al más caro traspaso de la época, justificado ante la masa social por el acuciante estado de caja, el nuevo presidente, Enric Llaudet, dilapida 20 en quince fichajes que, globalmente, fracasan en la inaplazable renovación de la plantilla.

Los tres años de construcción del Estadi no resultan, precisamente, una balsa de aceite. El populista Miró-Sans presenta la novedad como un sueño hecho realidad, aunque la falta absoluta de fiscalización dispare presupuestos hasta lo exagerado. Por el camino, dimiten algunos directivos como el propio Llaudet, y a pesar de la opacidad propia del franquismo, incluso las peñas elevan un punzante cuestionario con 37 interrogantes sobre la obra que no halla ninguna respuesta desde la directiva. La obra es ya un pozo sin fondo.

ECONOMÍA DE GUERRA

Sin presión democrática, se llega al extremo de que el ayuntamiento y las administraciones locales dan la espalda al Camp Nou, que tarda casi cuatro años más en ver concluida la urbanización de los accesos. Ir a ver al Barça se convierte en una excursión silvestre entre cascotes y ruinas. Sutil venganza de los prebostes locales del régimen, que tal vez buscaban sin lograrlo su parte del botín.

Ya nunca sabremos cómo fueron de verdad las cuentas de INGAR, la empresa constructora, imposible comprobar si el desatino fue presidido por corruptelas de los principales implicados. Por el camino de esos siete años en economía de guerra, Llaudet se verá obligado a convertir en amaters algunas secciones tan emblemáticas como el baloncesto y rechazará la oferta del Espanyol de Vilá-Reyes por la compra del inservible Les Corts o, incluso, el coalquiler del Camp Nou a la italiana como sede para ambos clubs.

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El viejo estadio ya no podía albergar la demanda del creciente barcelonismo, sí, pero el esfuerzo del Estadi casi acaba con la entidad, mantenida gracias a créditos bancarios -aprovechados, por ejemplo, por el Santander para crecer en Catalunya-, y al dinero comprometido por miles de socios que pagaron su abono de localidad de manera anticipada para tapar tan descomunal agujero.

Hoy, ante la tribuna, justo al lado de la estatua de Kubala, un monolito recuerda a la directiva de entonces. Chocante manera de agradecer los servicios prestados a quienes casi finiquitan la existencia del 'més que un club'. Lecciones olvidadas de la historia, aviso para navegantes. Les Corts, por cierto, alberga hoy una concentración inmobiliaria mucho mayor a los supuestos planes previos. Mejor para Habitat, cosas propias del franquismo.