Valdés, respeto y reconocimiento

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dtorras32542524 160125192725 / TWITTER @1VÍCTORVALDÉS

DAVID TORRAS / BARCELONA

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Víctor Valdés siempre ha ido por libre y, dentro de ese mundo tan particular en el que ha vivido, es probable que asuma sin dramatismo todo lo que ha sufrido desde el día en que se rompió la rodilla. A pesar de su aspecto, que le ha llevado a menudo a ser juzgado por una imagen que no siempre se corresponde con lo que es, Valdés es mucho más sólido de lo que parece por mucho que se haya equivocado. «No defraudar a los que desean volver a verme jugar, mi motivación. Lucho por ser Libre y disfrutar de mi profesión», escribió en uno de sus últimos tuits, antes de despedirse del Manchester United, con una foto de su mano mostrando un trozo de papel y un mensaje: «¡Lo que no te mata te hará más fuerte!».

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Así que no hay que imaginarlo desesperado ni dándose cabezazos contra la pared por haber decidido lo que decidió y seguir un camino tan lejos del que se trazó y tan lleno de adversidades. Hay que verle asumiendo cada paso atrás con filosofía y ese aire místico que le acompañaba ya en sus últimos tiempos en Barcelona, cuando era fácil verle caminando solo por la playa junto a su perro, con el que mantenía intensas charlas, o dando una vuelta con su inmensa Harley con un casco militar que recordaba a Steve McQueen en ‘La gran Evasión’, o planeando sobre las olas con su tabla de windsurf o volando agarrado a su kitesurf, ajeno al riesgo que entrañaba para su físico, con su grupo de colegas de Gavá para quienes Valdés era Víctor a secas. Siguen siendo sus grandes pasiones, muy por encima del fútbol, y nunca se planteó renunciar a ellas por más fuerte que soplara el viento. «Si tuviera que hablar de fútbol hablaría de miles de momentos de sufrimiento», confesó en una entrevista a la televisión colombiana el portero que nunca quiso ser portero. 

Valdés se fue de mala manera del Barça y en esa traumática ruptura dejó un rastro de víctimas emocionales, personas que lucharon por él y que se sintieron defraudadas. Más de una con razón. Pero nada le hizo dar marcha atrás a pesar de las malas circunstancias, lesionado como estaba, con el contrato millonario del Mónaco en el aire y la puerta del Barça abierta para acogerle. No se despidió del Camp Nou en un desaire por el que hoy muchos culés le siguen pasando cuentas. Algunos son los mismos que durante los primeros años siempre le miraron mal, torciendo el gesto por su estampa, juzgándole más por lo que parecía que por lo que paraba y proclamando que no era portero para el Barça, una cantinela que le acompañó injustamente más de la cuenta.

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Así que ahora, cuando todo le ha ido de mal en peor y ha pasado de largo por el Manchester United para ir a parar al Standard de Lieja, le siguen cobrando facturas con esa actitud tan (poco) humana de que él se lo ha buscado : “Ja li está bé. Que es foti!”. Así funciona a menudo el singular pensamiento culé, cruel con los suyos e inexplicablemente generoso con según qué extraños. Capaz de desearle lo peor a Valdés y, en cambio, sentir una misteriosa devoción por alguien como Larsson, que tampoco hizo nunca nada para caer en gracia y que no dejó mucho para recordar (3 goles en su primer año cuando cayó lesionado y 10 en el segundo) salvo el pase a Etoo en la final de París para empatar un partido que Valdés había salvado unas cuantas veces. 

Es verdad que a Valdés se le empezó a echar de menos antes de marcharse, bajo la sensación de que nadie podría ocupar ese vacío, y que el tiempo ha desmentido lo que parecía un drama (nadie es insustituible... salvo Messi) y ha difuminado su figura. Pero no lo suficiente como para bajarlo del podio de los mejores porteros de la historia del Barça (el mejor), forjado en una década admirable coronada con tres Champions, aunque haya quien se empeñe en negarle ese reconocimiento por un mal final que ha acabado asumiendo:  «La despedida del Barça no fue la deseada por culpa de mi carácter. Seguramente la gente esperaba más de alguien como yo, pero me aparté y me lo recrimino».

Un gesto de arrepentimiento de alguien que siempre se ha esforzado en mostrarse como un tipo duro. No lo es tanto. Ya no se trata de perdonarle. Se trata de renunciar a esos malos pensamientos tan culés y desear que a uno de los tuyos la vida le vaya siempre bien.