El héroe caído

El final de los tiempos

Alves observa cómo los jugadores del Madrid vuelven a su campo tras el primer gol.

Alves observa cómo los jugadores del Madrid vuelven a su campo tras el primer gol. / periodico

MARTÍ
PERARNAU

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Siempre hay un puerto final para todo marinero y Mestalla se antoja esa orilla suave en la que ha ido a vararse la ballena azulgrana, quizás cansada de sí misma, harta ya de estar harta. El Barça del Tata Martino se pasó 80 minutos de la final centrando balones a ese territorio ignoto que era el área madridista, donde los bigardos centrales solo necesitaban girar la testuz para despejar cuantos proyectiles enviaba Alves.

Alves, ese hombre. Tantas veces preclaro, lúcido y notable, últimamente atorrante empedernido. El lateral brasileño simboliza el momento barcelonista. El haber sido y ya casi no ser. Continúa poseyendo virtudes cardinales, energía y talento, los rasgos del campeón, el recuerdo del campeonísimo. Pero ha transmutado en recuerdo. Da igual si usted piensa en Alves o en el equipo. Uno y otro transitan por los caminos de la añoranza. De vez en cuando, en algunos partidos o en algunos tramos de algunos partidos, la maquinaria vuelve a su sitio, los engranajes coinciden y las ruedas vuelven a girar con celeridad y acierto. Pronto se advierte que se trata de un espejismo, de un instante fugaz, pues la ballena prosigue su deriva lánguida.

Dejadez propia

El Barça se perdió cuando dejó de exigirse a sí mismo, cuando se sintió tan guapo que rechazó ser guiado, cuando sepultó el espíritu crítico bajo toneladas de basura mediática. Llega ahora al cabo de una calle y al final de unos tiempos, aunque no necesariamente al final de los tiempos. Su paso por Mestalla se destiñe de melancolía, como una de esas tardes de otoño en las que pisas senderos repletos de hojas muertas, solo que aún está naciendo la primavera.

Al Barça no le ha vencido la edad de Xavi, ni siquiera las rodillas de Puyol, sino su propia dejadez a la hora de bajarse el listón. La mayoría de los debates a su alrededor han sido falsos como un rufián: el modelo de juego, el estilo, el plan A, el B y la nostalgia. No era eso, no era eso. Lo que se escondía tras el humo era la caída en picado de la exigencia propia. Debajo de tantas muecas había una isla con una hamaca como varadero final de la ballena.