Nuevo título azulgrana

Un genial Messi también acaba con un valiente Oporto

La estrella aprovechó un error defensivo del campeón portugués, que terminó con nueve, y después dio una soberbia asistencia a Cesc

Messi deja atrás al portero Helton tras una espectacular finta para marcar el 1-0.

Messi deja atrás al portero Helton tras una espectacular finta para marcar el 1-0.

MARCOS LÓPEZ
MONTECARLO / ENVIADO ESPECIAL

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Con Messi no puede nadie. Ni el verano. Ni el horrible campo de Mónaco. Ni el Oporto, un equipo valiente y agresivo hasta que se confundió con la violencia. A través de Messi, genial en el primer gol tras un inesperado error de Guarín y excelso en la asistencia del segundo a Cesc, el Barça articuló un discurso distinto para llegar al mismo sitio de siempre. Los demás juegan, compiten y corren; ellos ganan. Sin balón en el inicio, con la pelota al final, sellando un triunfo que no admite debate ni discusión.

Al Barça más irreconocible que se recuerda últimamente le costó, eso sí, emprender el camino de la autobúsqueda, de la paz interior y, sobre todo, de la pelota. Resistió con las manos de Valdes (estética, hermosa y decisiva intervención en un disparo desde fuera del área de Moutinho) y las piernas de Mascherano, el central que no era y vale por dos. Por él, porelJefecito, mariscal de su área, y por un nervioso e impreciso Abidal.

LOS NERVIOS DE GUARDIOLA / Como diría Guardiola, el Oporto fue un señor equipo. Vítor Pereira, su entrenador, el sucesor de Villas-Boas, no es un charlatán de feria. Dijo que iría a buscar al Barça. Y lo buscó. En el cuarto de hora inicial, el Oporto acorraló al campeón de Europa de tal manera que casi le da un ataque de nervios a Guardiola. Le quitó el balón, le cerró los espacios y le desactivó de la final. Cierto es que al Barça le falta energía, pero ni eso era coartada.

El Oporto lo desfiguró con Hulk, una bestia física, que pisaba ese lamentable patatal de Mónaco. A la UEFA, además, se le fue la manguera antes de empezar y el escenario se convirtió en una peligrosa pista de patinaje. Otro problema más para gobernar el balón, que botaba como un conejo. Se veía venir que el Oporto no resistiría tanto, pero el excelente dibujo táctico de Pereira hacía salir la pelota en un tren de mercancías, una tortura para un equipo acostumbrado a llevarla en la primera clase del AVE.

Keita, la elección sorpresa de Guardiola, que sentó a Sergio Busquets, no era el culpable, porque era necesario e imprescindible su cuerpo para chocar con las moles del Oporto. De un modo más estraperlista que nunca, una solidaria presión ofensiva entre Xavi, Keita e Iniesta forzó a Guarín a darle la asistencia de gol a Messi. El pase fue bueno del centrocampista del Oporto, pero la definición del azulgrana fue deliciosa, sublime. Un regate descomunal para que Guarín aprenda que no se pueden hacer regalos al mejor del mundo. En una mala primera mitad, el Barça ya ganaba la final. Obra del Dios culé.

INIESTA, EL MEJOR DE LA FINAL / En la segunda, el Oporto, aún impactado por lo que había visto de Messi, salió empeñado en repetir el mismo guión de ambiciosa presión cuando se le caía otro defensa a Guardiola. Lesionado Adriano, el técnico no tocó a Keita; desplazó a Abidal a la banda y puso a Busquets de central formando pareja en el eje con Mascherano. Era entonces cuando Iniesta, elegido el mejor de la final, bailaba con el balón en Mónaco, escoltado por Xavi, y el Barça apaciguó la noche. Guardiola, entretanto, iba retirando delanteros (primero Villa y luego Pedro) para poner a Alexis y a Cesc, desplazando a Iniesta, chico para todo, a la banda.

CESC SALE Y MARCA / El partido languidecía porque Rolando solo podía parar a patadas a Messi y fue expulsado, claro. Pero Leo se guardó otra delicatesen para hacer feliz a su amigo de la infancia. Dejó solo a Cesc para fusilar con belleza a Helton y sacar lo más sucio del Oporto. Rolando pareció Pepe y Guarín se disfrazó de Marcelo. Acabó con nueve el equipo luso, sin el balón y sin entender qué le había pasado. Jugó muy bien al inicio y se fue deprimido porque al campeón no le discute nadie. Te gana o te gana. No hay más.