DERBI BARCELONÉS

De cinco en cinco

El Barça arrolla al Espanyol con una superioridad que deja en silencio el fortín de Cornellà

DAVID TORRAS / Cornella de Llobregat

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Como ocurrió con el Madrid, el Barça también puso las cosas en su sitio con el Espanyol y acabó silenciando el fortín de Cornellà, que asaltó con otra exhibición comandada por el valeroso Pedro (1-5). De manita en manita, de cinco en cinco, así anda el Barça por la Liga, inalcanzable para cualquiera con un fútbol ante el que los rivales acaban de rodillas. El entusiasmo perico se diluyó con una obligada resignación, igual que se fue vaciando la grada mientras iban cayendo goles, sin ánimos para soportar la tortura del paseo azulgrana, deliciosa como todas las que impone juegue contra quien juegue. Fueron cinco goles, pero pudieron ser muchos más porque, aunque parezca mentira y cueste de creer, al Barça le faltó finura.

El derbi que se llevaba jugando desde hacía días fuera del campo tuvo mucha más intensidad que el que se vivió en el césped. En eso también se pareció al clásico. La sensación de que era el duelo más igualado de los últimos tiempos porque así lo dictaba la clasificación quedó en nada en cuanto echó a rodar el balón. No fue un baile tan humillante como el que le dio al Madrid, pero por un camino menos exquisito llegó al mismo punto final. Con este Barça no hay previas que valgan. Que si el Madrid de Mourinho era otra cosa, que si el Espanyol de Pochettino tenía la fórmula para desconectar su juego, que si Cornellà era un fuerte con una sola derrota en todo el 2010, siete de siete y solo dos goles en contra en esta Liga, que si la cuestión emocional del derbi, que si el orgullo....

Nada de nada. Pamplinas. El Bar-

ça se empeña en desmontar todas la teorías que se construyen buscándole algún punto débil. Alguno tendrá, pero no está a la vista porque al ataque demoledor que exhibe le acompaña una defensa imponente. En la lucha que mantiene consigo mismo, este equipo va superándose con unos números nunca vistos. Ya suma tres puntos más que la pasada temporada y dos más que en el primer año de Guardiola, con un parcial de goles de 31-1 en los últimos siete partidos, y dejando una lista interminable de piezas maestras.

EL RECUERDO DE JARQUE / El derbi dejó otro detalle que guardar. Cornellà estaba preparado para la gran pelea pero, en medio de ese ambiente de tensa rivalidad, respondió con un gesto de grandeza a otro que ha quedado para siempre en la memoria del fútbol y, sobre todo, en la de todos los pericos. La imagen de Iniesta desbocado con la camiseta de Jarque acompañando el momento más brutal del fútbol español volvió a imponerse por encima de cualquier otro sentimiento cuando su imagen apareció en el marcador. Los pitos se detuvieron y dieron paso a una emotiva ovación, una salva de aplausos que puso al estadio entero con la piel de gallina. El tiempo se detuvo mientras resonaba el nombre de Iniesta con el cariño que jamás se había sentido por un futbolista azulgrana. La escena se repitió al final cuando fue sustituido y el marcador ya señalaba un doloroso 1-5. Incluso con ese mal cuerpo, el estadio volvió ponerse a sus pies. «El fútbol tiene muchas más cosas que nos unen de las que nos separan», dijo Zubizarreta. Afortunadamente.

Ahí se acabó la cordialidad. Como toca en un derbi. Hubo pasión, tensión, con una excitación en la grada que el Barça acalló como lo hace siempre, con fútbol. Rosell se sentó al lado de Sánchez Llibre dentro del nuevo orden de concordia que reina tras el adiós de Laporta. Al presidente blanquiazul, como al resto de pericos, no le quedó más que agachar la cabeza y asumir que el Barça juega en otra onda. En el fondo, si los demás juegan a fútbol, el Barça juega a otra cosa.

Pedro, por ejemplo, cada día más enorme, resquebrajó el sistema de Pochettino de arriba abajo. Estaba en todas partes y en ninguna porque nadie le atrapó. Marcó dos goles, igual que Villa, pero fue la llave que hizo saltar el candado blanquiazul. Messi, en cambio, se quedó seco por más que lo intentó de eslalon en eslalon, aunque cumplió en su papel de repartidor, con dos asistencias. Osvaldo dio una pizca de esperanza que el Madrid nunca tuvo y activó cierta agresividad. Duró lo que quiso el Barça, que encontró en ese pequeño desafío la motivación para ponerse otra vez manos a la obra. Y llegó el cuarto. Y el quinto, un número que hasta hace poco tenía un valor simbólico por lo excepcional y que lleva camino de convertirse en algo corriente. Y desde luego no lo es. No hay que engañarse. Este Barça no es normal.