un ANTIGUO BASURERO

Los últimos habitantes de la 'montaña vertedero' de Badalona

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Anna Rocasalva

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Daniel Quesada lleva 20 años siendo el jardinero del Área Metropolitana de Barcelona (AMB) que se ocupa de mantener el Parc de la Mediterrània de Badalona, conocido popularmente como el 'parque del vertedero' y en el que, como publicó EL PERIÓDICO hace días, se halla un punto caliente delictivo con dos pozos abandonados y varias grietas peligrosas en la tierra.

Tras limpiar de preservativos, latas de refrescos y envases de comida una de las áreas de descanso del parque, Daniel se detiene para admirar el paisaje, aunque sabe que enseguida se volverá a llenar de basura. Porque, si no los tira ahí la gente, los escombros brotan de las entrañas de la montaña, en un extraño recordatorio de lo que este lugar fue en su vida pasada: uno de los mayores vertederos del Barcelonès Nord.

Propiedad del AMB, el parque de la Mediterrània se encuentra a 200 metros sobre el mar, lo que lo convierte en un espléndido mirador. Tiene una superficie total de 35 hectáreas, siendo así el más grande (y desconocido) espacio verde de toda Badalona. Está delimitado por el cementerio de Sant Pere al norte, el término municipal de Montgat al este, y el polígono industrial de Les Guixeres y la calle Masnou, al sur y al oeste, respectivamente.

En los años 70 y parte de los 80 el parque fue un vertedero donde se acumulaban las basuras domésticas procedentes de todos los municipios del Barcelonès Nord, lo que lo convertía en un lugar perfecto para lucrarse con la chatarra, traficar con drogas y armas y pincharse heroína, según explican a este diario algunos testigos de la época, la mayoría vecinos del barrio colindante de Pomar que crecieron con esta leyenda negra.

A pesar de que a partir del año 2000 el AMB selló los antiguos vertidos con aportaciones de tierra y una masiva reforestación y creó el Parc de la Mediterrània, hay un aspecto de este lugar que se ha mantenido inalterable. A lo largo de la historia, esta colina ha sido el refugio de muchas personas que se desvincularon de la sociedad para construir allí su hogar. 

Los “heridos” de la montaña

Jordi se levanta todos los días a las siete de la mañana. Se asea y, mientras se calienta el café en un pequeño fogón, aprovecha para rascarle la barriga a su gatita Lola, la nueva incorporación a la familia. Después, Jordi -que prefiere no dar su apellido- lava los platos con el agua de la lluvia que almacena en unos bidones, hace unos ejercicios de gimnasia y visita a sus amigos del barrio de Sant Crist de Badalona.

Jordi tiene 60 años y lleva 23 viviendo en la parcela privada del parque, propiedad de la familia Arnús. En esa colina, justo a escasos metros de la caseta principal de los Arnús, Jordi se ha ido construyendo un hogar, con materiales reciclados del antiguo vertedero -con el que coincidió en el tiempo-, aprovechando sus conocimientos de cuando trabajaba en la construcción. Su chabola está asentada encima de una gran roca, a la que se accede por un caminito angosto. El techo, hecho con puertas de madera, se camufla con la falda de la montaña. 

A pesar de que en el terreno no se puede urbanizar debido a los desplazamientos de tierra y de que es ilegal habitar allí, Jordi afirma sentirse seguro, y por las noches, cuando vuelve de visitar a sus amigos -“la familia que he escogido”, dice- no necesita ninguna linterna para orientarse. “La gente me pregunta cómo puedo vivir aquí pero yo no veo mi precariedad; la montaña me ha curado”.

Antes de ser el inquilino más longevo de la montaña, las drogas, un despido y un doloroso divorcio le llevaron a vivir en su coche hasta que un conocido le habló de la parcela de los Arnús. “Llegué a este lugar, vi las hermosas vistas y pensé: este es mi sitio”. Los tres primeros meses estuvo durmiendo en una tienda de campaña; se levantaba temprano y empezaba a construir. “Comencé cavando una pequeña habitación bajo tierra y, a la vez, el vertedero se convirtió en una fuente de ingresos”, describe. Había días en los que ganaba hasta 100 euros al día, recuperando metales como el cobre. Y se curó, afirma. Dejó la droga y el alcohol y se hizo vegetariano.

Sin embargo, al poco de vivir allí, un incendio estuvo a punto de reducir su hogar a cenizas. “Uno no sabe lo que es el miedo hasta que oye el fuego crepitar a escasos metros de la puerta”, explica. Las llamas subían por la falda de la montaña pero un helicóptero de Bomberos roció la cabaña y mojó a Jordi entero, salvándole la vida. Fue una experiencia catártica y, desde entonces, Jordi no se ha movido de ese lugar. “Los que han vivido o están viviendo aquí somos gente herida de la vida y aquí hemos encontrado la paz y la tranquilidad que buscábamos”, concluye.

Pero Jordi no es el único inquilino de la parcela privada de los Arnús. A lo largo de la historia, este lugar ha sido habitado por cazadores, la familia Ginés, dos personas de origen marroquí y, en la actualidad, la caseta principal ha sido ocupada por un vecino del barrio de Pomar, que prefiere no revelar su identidad.

Hace tres meses falleció un hombre que vivía en una chabola en la falda inferior del terreno. “Le conocíamos por el nombre de Bin Laden porque vestía una chilaba y tenía una larga barba; me supo mal su muerte, ya que cuando nos veíamos siempre me llamaba ‘buen vecino’”, comenta Jordi. Los servicios de emergencias tuvieron que hacer un gran esfuerzo para sacar el cuerpo del barracón ya que el lugar es completamente inestable. Aún se desconocen las causas de la muerte pero, como dice Jordi, “a veces la soledad y la precariedad pueden llegar a matar”.

Cazadores, drogas y pozos

Durante más de 20 años, el otro lado de la parcela privada donde vive Jordi estuvo ocupada por un grupo de cazadores que tenían más de 400 perros de caza en unas instalaciones ilegales. El matrimonio Ginés, muy conocido en el barrio de Pomar, se había adueñado de la caseta principal del terreno de los Arnús y, en connivencia con la propiedad, les cobraba un alquiler a los cazadores, lucrándose de forma irregular, según explican varias fuentes a este diario.

En el 2015, años después de la muerte del señor Ginés, las presiones de distintas asociaciones de protección animal y el Ayuntamiento de Badalona provocaron la marcha de los cazadores, no sin antes derruir las chabolas insalubres de los perros, dejando todos los escombros esparcidos por el terreno. 

Hoy en día, la parcela se halla en una situación de total abandono, con restos de basura de todo tipo -incluidas jeringuillas y desechos de la poda de plantas de marihuana-, así como peligrosas grietas en la tierra y un pozo exterior que el Ayuntamiento, a raíz del reportaje de EL PERIÓDICO. El consistorio reconoce “estar encima del tema” para que la propiedad se ponga manos a la obra y limpie el terreno. Algo que, de momento, no está sucediendo con la celeridad esperada.

Además, la precaria caseta principal no se puede derruir debido a una sentencia judicial, lo que ha propiciado que, en estos últimos años, haya sido ocupada por varios individuos con antecedentes penales. Entre ellos, dos personas de origen marroquí que, aprovechando el potencial de esta zona aislada, se dedicaron a la cría ilegal de perros de raza potencialmente peligrosa. Según fuentes policiales, también se les encontró un kilo de hachís, diversos animales de granja, palomos robados de varias federaciones y gran cantidad de ropa, especialmente de niños, que la Policía sospecha que podría haber sido sustraída para la venta.

Ahora, un nuevo inquilino, el vecino de Pomar, ha ocupado la chabola y dedica su tiempo libre a limpiar toda la zona. Él mejor que nadie entiende la idiosincrasia de este lugar porque creció con la leyenda negra del parque del vertedero, y recuerda cuando los heroinómanos subían a pincharse en los ochenta; o cuando los famosos delincuentes Vaquilla y Torete venían "a esconderse y a traficar por aquí". 

Con la ayuda de la asociación animalista Vigilancia Solidaria, que periódicamente patrulla la zona, el nuevo inquilino ha tapiado el peligroso pozo que había en la cocina de la caseta y ahora trata de mantener la parcela en unas mínimas condiciones para que los transeúntes no sufran ningún accidente. Y, aunque es consciente de la abrumadora tarea, tanto a él como a Jordi les gustaría obtener un permiso de la propiedad para quedarse y custodiar este lugar porque, aunque es “una montaña de basura”, también es “un lugar precioso”.

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